Las voces volvieron a alzarse. ¿En la sociedad donde iban a integrarse existían esclavos? Algunas madres abrazaron a sus hijos, sobre todo las que no tenían esposo por haberlo perdido.

Tarihg la miró largo rato.

––Hemos de ser sinceros con todos ellos. Aún están a tiempo de arrepentir y quedar en la tierra. No voy a obligar a nadie a seguirnos sin saber toda la verdad.

––Es necesario Tarigh. Deben saberlo todo, absolutamente todo––suspiró Lucía.

Lo que iba a ser el anuncio de un acuerdo entre ambos se convirtió en una disertación de horas. Los terráqueos escucharon en silencio las leyes básicas del planeta, las que tendrían que acatar hasta que Tarigh pudiese con la ayuda que buscase, cambiar a mejor para cada pueblo que se adhiriese a su hábitat.

Tras desgranar las leyes del planeta de Tarigh los habitantes comenzaron a hablar en pequeños grupos. Algunos se mostraban más de acuerdo que otros. Sin embargo todos coincidían en que la vida en el planeta Tierra sería inviable al cabo de menos de cien años. Los recursos se agotaban y el agua también llegaría un momento que no podría ser potabilizada, igual que el aire filtrado.

Tarigh abandonó junto a Lucía y dejó a los terráqueos para que tomasen su decisión, emplazándolos un día después para que cada uno libremente decidiera.

Aquella noche la cena se retrasó. Lucía no bajó, ni siquiera sentía hambre, solo deseaba dormir en brazos de Tarigh. Por primera vez desde su unión, estaban tan agotados mentalmente que se durmieron abrazados apenas besándose. Su mente y su cuerpo estaban exhaustos, ni siquiera preguntaron qué había pasado entre Frédderick y su hermana. El mensaje que uno de sus guerreros envió ni siquiera fue oído por Tarigh, el cual cayó rendido de sueño junto a su amante, tras noches de apenas dormir haciendo el amor y toda aquella tarde de tensión intentando explicar el porqué de esas leyes que a los humanos de la Tierra sonaban peregrinas.



A la hora de la cena, aunque no era su obligación, Accrush escogió una de las bandejas mejor dispuestas y dijo en cocinas que se encargaría de llevar la comida a la mujer de la enfermería. Nadie puso en duda su palabra. Satisfecho por no tener que dar más explicaciones, se dirigió con ellas entre las manos a paso rápido. La última comida del día aún no empezaba a servirse, por lo que cruzar el amplio espacio del comedor no fue difícil, ni tuvo que dar razones. Si acaso a Soreigh, que en ese momento, aparecía por el pasillo que llevaba a la enfermería.

––¿Es la cena de Galia?––preguntó Soreigh al guerrero––la encargué a una de las ayudantes. ¿hay algún problema?

Pillado, pensó Acrussh. Sin embargo había aprendido hacía demasiado que era mejor ir con la verdad por delante.

––No, teniente doctora. Yo me he ofrecido a llevarla a la paciente. Me siento en parte responsable de su bienestar.

––Está sanando, pierde cuidado––dijo la mujer alargando las manos para tomar la bandeja.

Por instinto los dedos de Accrush se apretaron sobre el metal antes de que le fuese arrebatada.

––¿Qué ocurre, guerrero? Noto la tensión de tu postura.

––Solo, solo quería ver con mis ojos que está mejorando.

––¿Estás sintiendo algo por ella? ¿Hablan tus brazaletes?––disparó la doctora.

A  qué negarlo, pensó el guerrero.

––Sí, desde el momento que la conocí, anoche no dejaron de zumbar de manera muy leve, pero constante. ¿Será ella mi compañera?

––El comandante debería saberlo en primer lugar––dijo Soreigh––. Además, la mujer puede haber sufrido un trauma que va mucho más lejos de las heridas físicas. Quizás rechace el contacto con los hombres, los guerreros sois intimidantes en comparación para el tamaño humano habitual. ¿Entiendes? Fue atacada con brutalidad por su misma raza.

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