—Tú lo hiciste, —acusó él.

—Sí, pero no era el plan. Lo que se avecina es peor de lo que puedes imaginar. Así que no me culpes por quererte a salvo. Vuelve a Venvia, Lorcan. Y si no puedes, entonces sé invencible.

—¿Y que hay de ti?

—Solo soy una solitaria chica con una pesada carga. Nada que perder aquí.

—No quiero perderte.

Las palabras estuvieron fuera antes de que pudiera detenerse. El silencio que siguió fue sagrado. Destino, ¿qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo? Rajnik lo miró, los labios entreabiertos con incredulidad.

Por favor, no te atrevas a creerme otra vez. Por favor... pensó Lorcan.

—No puedes perder algo a lo que renunciaste, —susurró—. No rompas nuestra tregua.

—No dejes mi lado. Somos compañeros.

—Compañeros, —repitió Rajnik y ocultó una pequeña risa—. Qué palabra tan limitada.

—¿Y entonces cómo nos llamarías?

Una vez ella le había dicho que las estrellas y la arena estaban hechas de lo mismo. Que el cielo nocturno y el desierto eran solo dos versiones diferentes del mismo material. Que una hija del Oeste y un chico del Sur no eran tan diferentes como otros podrían pensar. Y, durante algunos meses, él le había creído. Tal vez todavía lo hacía.

El Comandante gritó su nombre y Lorcan decidió separarse antes de que fuera demasiado tarde. ¿Cómo llamar a alguien que podría serlo todo cuando no debería ser nada? Habían jurado lealtad y proteger la vida del otro por encima de todo. Aun así, una vez había visto la amenaza y la había ignorado, mientras que Rajnik nunca había dudado.

Traidor no era una palabra agradable, ni sus compañeras. Verguenza. Culpa. Arrepentimiento. Así que cazar estaba bien mientras mantuviera su mente ocupada. Porque Rajnik había estado en peligro y él no la había ayudado. Necesitaba su mente fría, su corazón insensible, para lidiar con salvajes.

—Por favor, cierra la puerta, —el Comandante suspiró con exasperación y echó la cabeza hacia atrás—. Y controla mejor a esa chica.

—No controlas a la gente, —respondió Lorcan.

—No me importa, es tu compañera.

—Es mi igual.

—Solo asegúrate de que no me arrepienta de tenerla de regreso, —dijo finalmente el Comandante—. Estrellas, eras más respetuoso antes de conocerla.

No. Había sido más callado, solo escuchando y ejecutando las órdenes del Comandante. No tan diferente de la actualidad. Entonces, Lorcan había traído a Rajnik una mañana, y todo el silencio y el orden se habían desvanecido. No era algo que le hubiera gustado al Comandante.

Las mujeres eran demasiado apasionadas, demasiado sensibles, demasiado habladoras. El hombre había dicho todo tipo de cosas. Aun así, Lorcan no había cedido. Eran ambos, o ninguno de ellos. Porque incluso apenas conociendo a la joven en aquel momento, sabía que ella era un activo único como cazadora. Y Lorcan creía en la causa más que en cualquier otra cosa, todavía lo hacía.

—¿Eso es todo? —preguntó, respetuosamente.

—¿Por qué estabas en Arcadia?

Porque era débil. Porque preferiría enfrentar a un Gobernante que al funeral de Rajnik. Porque era cobarde e impulsivo y demasiado sensible. Porque no creería en su muerte hasta que comprobarlo él mismo, y porque se había sentido tan aliviado de volver a verla, incluso si ni siquiera había soñado con esa posibilidad.

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