—Yo...

Nikka no pudo encontrar las palabras. La cafetería era elegante, fina con su porcelana y decoraciones de madera. Bonita y diminuta, un lugar donde las chicas de la alta sociedad podían hablar de las flores pintadas en los muros o de los candelabros de cristal que colgaban del techo.

—No importa, —continuó Rajnik—. La Hermandad solicita tu presencia, así que será mejor que te apresures. Tienes hasta que termine este amargo café.

Siseó a la taza como si fuera un enemigo. Nikka abrió y cerró la boca varias veces. La cazadora se veía tan radiante como Nikka siempre la había recordado. Si no supiera lo contrario, nunca adivinaría que Rajnik estaba herida.

—Estoy trabajando, —logró decir finalmente.

—Cuando no deberías, —respondió Rajnik, sin inmutarse, su dispersa atención de regreso a su café—. Así que tienes dos opciones. Puedes venir conmigo o ser arrestada en unos minutos. Lo primero es menos dramático.

—No puedo simplemente irme, —si Rajnik hubiera aparecido un mes atrás y le hubiera pedido que dejara todo y la siguiera, Nikka no lo habría dudado. Pero ahora, la monotonía de su trabajo era todo lo que tenía—. No puedo perder mi puesto.

—No puedo y no quiero son dos cuestiones diferentes. No compliques las cosas, ya llego tarde a mi primera reunión.

—¿Dónde está Lorcan? —preguntó Nikka y Rajnik sonrió con encanto.

—Con algo de suerte, extrañándome. De seguro, maldiciéndome. Pero él no es de tu incumbencia, —la sonrisa desapareció igual rápido—. No lo metas en problemas. No me quieres como tu enemigo personal.

—Me dijo que volvería.

—Ah, ese hombre siempre toma más de lo que puede manejar, —Rajnik dejó caer su cabeza hacia atrás—. Es un buen chico. Pero no dejaré que arruines su reputación. Así que estás atrapada conmigo y el tiempo corre.

—Pero yo...

—¿Pasa algo, señorita?

Nikka se sobresaltó cuando el dueño de la tienda apareció junto a ella. El bajo hombre estaba nervioso, sus gordas mejillas se sonrojaron al ver a una aburrida Rajnik jugando con unos terrones de azúcar. ¿Él también la había reconocido?

—Oh, nada, —respondió Rajnik como si fuera un hecho—. Ha contratado a una rebelde. Solo le preguntaba si vendría conmigo voluntariamente o si debía solicitar un arresto.

***

La chica perdió su trabajo. Rajnik no se sentía culpable al respecto. Era eficiente, no amable, y no le debía nada a un búho. O lo que Nikka fuera. Y, a juzgar por la mirada que Lorcan le lanzó, llegaba más que tarde esa mañana.

Se sacudió cualquier preocupación y sonrió, de pie junto a él. ¿Estaba más alto? Ciertamente ella no era más pequeña, pero su memoria tampoco era la mejor a veces. Apenas le llegaba a los hombros, algo que le había molestado al principio, pero que ahora la alegraba.

Cuando era pequeña, Rajnik siempre se había enfrentado a las críticas. Demasiado pequeña. Demasiado delgada. Muy debil. Pesadas palabras entonces que nada significaban ahora. E incluso cuando el Comandante se encontraba furioso, ella solo quería reír mientras esperaba en la antesala a ser llamada. Era imposible no sonreír después de una semana sin ver a Lorcan, incluso cuando él no parecía feliz de verla.

—¿Dónde estabas? —preguntó él.

—Ah, sabes que no soy de las que madruga, —ella movió sus manos detrás de su espalda, incapaz de quedarse quieta—. Debería ser rápido, ¿no crees? ¡Hola! ¡No muerta! ¡Perdón por ilusionarte! ¿Piensas que a alguien le importe?

Sand & StarsWhere stories live. Discover now