𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑫𝑰𝑬𝒁

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Cuando comprendió que entre nosotras se estaba maquinando algo, Gael empezó a negar con la cabeza y a llevarse los dedos al puente de la nariz en señal de estar cansado con esta absurda guerra que teníamos los de patinaje contra los de hockey. Los compañeros de nuestros chicos, avanzaron un poco para poder enterarse mejor de qué iba todo aquello, manteniendo las distancias porque, si había algo que llamaba la atención en en el equipo de hockey, es que todos mantenían un gran nivel de respeto hacia Connell.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

—Bueno, visto que ayer me dejaste tu equipación, quería devolverte yo el favor —me giré para mirar a mi mejor amiga y le dedique un gesto con la cabeza para indicarle que era el momento. Martina ensanchó su sonrisa y patinó hasta mí, tendió la pequeña caja en la que teníamos escondidas las mayas y procedí a sacarlas de ahí. Connell empezó a negar en cuanto saqué la cinturilla.

—No estás hablando en serio, Maybank —cerró los ojos.

—¡Claro que sí! Créeme, son las mejores mayas del mercado —intenté convencerle, aunque me importaba más bien poco lo que opinara. Me moría de ganas de vérselas puestas—. Vas a estar comodísimo —sonreí de manera inocente mientras me acercaba a él. Cuando sintió mi cercanía abrió un ojo, como si quisiera comprobar que lo que estaba pasando en esos momentos, solo era una pesadilla. Pero, déjame decirte Connell, que no. Que estás viviendo esto en primicia.

—No me hagas esto —murmuró, en un tono fingido de incomodidad. Aunque intentara darme pena, sabía que en el fondo estaba preparándome algo para la próxima clase de hockey.

—¡Venga, Connell! ¡La chica solo se preocupa por tu bienestar! —gritó uno de los compañeros de Connell a sus espaldas, arrancando algunas risas al resto de compañeros.

—¡Eh, Wilson! ¡Cállate si no quieres tener unas a juego! —exclamé, sin ni siquiera apartar la mirada del capitán del equipo de hockey. El chico, como respuesta, levantó una de sus manos en señal de rendición y con la otra hizo el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

Los ojos de Connell me miraban con un brillo que hizo que todo en mi interior se revolviera y que el calor subiera a mis mejillas. «Mantén la calma, Nicole». «No pierdas la concentración ahora». «Todo está yendo perfectamente». «Solo aguanta un poquito, ¿vale?», me dije a mi misma, con la intención de no echar a perder todo lo que ya tenía recorrido y que solo me quedaba rematar.

Carraspeé y volví a serenarme. Cuadré mis hombros y levanté levemente la barbilla, haciéndole saber al mayor de los Hollander que no me iba a intimidar con esa absurda y bonita sonrisa. Este, la ensanchó más al ver que había conseguido ponerme un poquitín nerviosa.

Maldito jugador de hockey con sonrisa juguetona.

—Póntelas —mi voz tembló un poco, pero conseguí reponerme a tiempo.

El castaño soltó un suspiro derrotado y, bajo alguna de las burlas de sus compañeros, se fueron directos a cambiarse. Me crucé de brazos con una sonrisa juguetona y me giré para mirar a mi cómplice. Martina me guiñó el ojo y me tendió la mano para que chocáramos los cinco.

—Has estado increíble, chica mala.

—Alguien tenía que poner un poco de orden en este sitio.

Los chicos no tardaron en venir y, como no, dejaron a su queridísimo capitán del equipo de hockey ir primero. Cuando vi las musculosas piernas de Connell embutidas en aquellas mallas rosas chillón, casi me da un infarto de la impresión. El chico se mordió el labio conteniendo una sonrisa avergonzada mientras se tapaba el paquete con las manos. La risita de Martina hizo que volviera en mí y que no pudiera resistirme a hacer un comentario.

SALVANDO MR SKI LOUNGEWhere stories live. Discover now