Y su sonrisa fue arrebatadora.

Si. Arrebatadora. Esa es la única palabra que la podría describir. Cómo alguien tan imbécil podía tener esa cara tan angelical?

—Sigue concentrándote, entonces. —Se acercó a mi oído antes de bajar la voz y prácticamente ronronear. —Me gusta tener tu mirada fija en mí.

Mis bragas salieron disparadas hacia la estratósfera junto con todos los penales fallidos de los mundiales de fútbol, los satélites de Starlink y el cohete en forma de pito de Bezos.

NO. NO. NO.

La pieza terminó –gracias al cielo– y Sovieshu me dejó con un beso en el dorso de la mano antes de ir a buscar a Navier. Mi cara ardía.

—Prefiere ir a tomar algo de aire, Lady Rashta?

Kaufman llegó a mi lado y me ofreció su mano. Negué a su pregunta.

—No, no. Le prometí el siguiente baile. —Me coloqué en posición para comenzar.

—Puede romper las promesas si le generan incomodidad, lo sabía? —Sonreí levemente.

—Preferiría no hacerlo. Siento que perdería credibilidad si lo hiciera.

El Gran Duque me observó con una expresión que no logré descifrar.

La música comenzó, pero esta vez el baile era diferente. Kaufman asintió cuando lo miré con pánico.

—Yo la guiaré.

***

—De qué hablaste con el príncipe? —Navier había parecido reacia a bailar conmigo la segunda pieza, pero no había tenido problemas para bailar la primera con ese mujeriego extranjero.

—Tuvimos una conversación normal.

—"Normal" —Resople burlonamente.

—Fue entretenido. —Se encogió de hombros.

—Claro que lo fue, a la gente le gustan las personas graciosas. —Endurecí la expresión. —Aléjate de él. Darás una mala imagen al Imperio. —Navier alzó una ceja.

—Yo seré quien dé una mala imagen al Imperio? —Su mirada pasó a Rashta, que bailaba más allá con el Gran Duque Kaufman.

—Deja a Lady Rashta fuera de esto. No deberías relacionarte con gente como el príncipe Heinrey.

—Hubiese sido grosero rechazarlo. El Reino de Occidente es casi tan grande como nuestro Imperio. Aunque no cuenten con una fuerza militar que se compare a la nuestra, ofenderlos no sería ideal.

Era gracioso. Rashta había dicho algo parecido sobre el Gran Duque Kaufman hacía un par de días.

—De acuerdo. Pero recuerda que eres la Emperatriz. No seas el fósforo que propague el fuego por todas partes. Oíste los rumores sobre él.

—Él no es-

—No tendré esta conversación. —Quizás alcé demasiado la voz, porque otras de las parejas que danzaban cerca voltearon a vernos.

Exasperado, busqué a Rashta con la mirada para distraerme. El Gran Duque Kaufman estaba guiándola, y ella reía mientras conversaban. No había reído conmigo.
Una sensación horrible se asentó en mi estómago, y antes de darme cuenta, estaba caminando en su dirección.

La música no se había detenido en el momento en que llegué junto a ellos, tomé a Rashta del brazo y me la llevé.

—Emperador!?

Caminé sin responderle. La gente se apartaba al verme, cediéndome el paso. Ignoré el mar de murmullos y rostros sorprendidos que deje atrás y salí del salón de baile, dispuesto a encerrarnos en mi habitación.

Algo en ella riendo con otro hombre... No me gustaba. Si, si. Sabía lo que me había dicho, y posiblemente nunca lograríamos tener una buena relación con Rwibt luego de esto, pero me importaba un bledo.

—Su Majestad! —Rashta se detuvo de golpe, obligándome a detenerme también o la arrastraría. Voltee. —Qué se supone que está pasando!?

No tenía una explicación. Me había molestado verla con Kaufman. Eso era todo. Y puesto así, mi actuación daba vergüenza. Abrí la boca, pero no salió nada. Qué podía decir? 'Estoy celoso, por eso causé una escena'? Rashta me observaba, esperando una respuesta.

—Lo siento... —Mascullé.

—Le creo, pero sigo sin entender. —Se cruzó de brazos, claramente a la defensiva.

No iba a salir del atolladero con solo una disculpa. Rashta no era de esas. Ella quería una explicación. Exigía una explicación. Mis acciones la habían ofendido, e iba a hacerme frente.
Para ella, "Emperador" era solo un título y no se sentía obligada a respetarme por eso. Al principio creía que, hiciera lo que hiciera, ella lo aceptaría por quién era yo, pero luego de cómo me había puesto en mi lugar el otro día, me convencí de que ella me respetaba porque la había ayudado. Y nada más.

Eran mis acciones las que se ganaban su confianza, no mi estatus. Y acababa de mellar su cariño. Derrotado, dejé caer los hombros.

—Actué como un niño. —Susurré, acercándome a la pared del vacío pasillo y apoyando mi espalda en ella. Rashta asintió, moviéndose más cerca.

—Me alegra que lo reconozca sin que deba decir nada, pero sigue sin ser una explicación.

La mujer frente a mí era una esclava fugitiva. Una a la que había cobijado porque me había parecido exótica y hermosa, y quería sus atenciones. Y de todas las cosas que esperaba, no esperaba esto. Que rechazara mis avances como si no fueran nada, que mis sentimientos hacia ella crecieran, que dejara de importarme el mundo cuando la veía con otro hombre...

—Rashta... —Alzó las cejas, esperando el resto de la respuesta. —Me sentí celoso. —Admití finalmente. Su ceño se frunció y sus cejas se alzaron en confusión.

—Celoso? De qué? Por qué?

—No me gustó que estuvieras riendo con el Gran Duque. —Sonaba estúpido e infantil? Si. Pero tenía que decirlo ahora o la perdería para siempre.

—Su Majestad Sovieshu... —Su voz se apagó y me miró con pena. No quería escuchar lo que iba a decir... Esquivó mi mirada, clavando la suya en el suelo. —Yo... Yo solo soy una... —Se detuvo antes de decir la palabra "esclava". —No soy nada suyo. Me ayudó. Me sigue ayudando. Me dio techo, comida y ropa. Incluso me dio joyas que siento miedo de usar por lo caras que son. Jamás podré pagarle todo lo que hizo y está haciendo por mí... Pero todo esto es temporal. Las joyas, los vestidos... Son un préstamo. —'No digas eso.' Busqué su mirada, a punto de quebrarme. —Luego de las celebraciones, y si usted elige no devolverme con el Vizconde Rotteshu, seguiré mi camino. Mis planes nunca incluyeron quedarme aquí. Quiero alejarme lo más posible de la gente que me lastimó, quiero saber quien soy cuando no debo servir a otro, quiero... Quiero encontrar a alguien a quien amar y rehacer mi vida...

La punzada en el corazón me quitó el aliento. Sus palabras lastimaban más que cualquier arma en el mundo. Encontrar el amor? Lejos de mí? No quería imaginarlo.

—Rashta, no... —Se acercó a mí, tomó una de mis manos en la suya y acunó mi rostro en la otra.

—Emperador, usted solo cree sentir algo por mi porque soy una novedad. Su amor está con la Emperatriz...

Negué rotundamente, pero ella sonrió con lástima. Volví a negar.

—No amo a Navier. Estamos comprometidos desde que éramos niños, y tal vez sentí algo por ella hace tiempo, apenas nos casamos, pero ya no más. Ella cambió mucho... Yo cambié mucho... Siento cariño por ella, pero no es amor.

—Emperador... —Tomé sus manos, aferrándome a ellas como si fueran una tabla de salvación en medio del océano.

Hablé sin siquiera pensar en las repercusiones que tendrían mis palabras.

—Conviértete en mi concubina.

Antes de que respondiera, pasos apresurados resonaron en la soledad del pasillo, como si alguien hubiese salido corriendo.
Rashta pareció dispuesta a ir a ver qué había sido, pero la detuve tomándola del rostro y obligándola a mirarme.

—Sé mi concubina.

Ayuda! Reencarné en la Rata!Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ