Descubrimientos (26)

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La luz del sol me molestaba. Acaso no había cerrado las cortinas? Con una mueca de malestar, giré la cabeza y entreabrí los ojos. Qué hora e-

La plateada cabellera a mi lado se removió cuando su propietaria cambió de posición. Soltó un quejido y escondió el rostro entre las sábanas cuando el sol la tocó.

Cuando..? Y qué..?

Volví a cerrar los ojos. Esta vez, para forzar a mi adormilado cerebro a recordar la noche anterior.

Rashta había salido del tocador con un precioso camisón color orquídea, el cual elogié. Conversamos un rato sobre cosas sin importancia cuando el cielo estrellado llamó su atención. Gran parte de la noche estuvimos sentados uno junto al otro en un sofá frente a la ventana hablando sobre constelaciones.

'O bueno, yo hablé sobre constelaciones y ella escuchó con atención.'

Se había dormido hecha un ovillo, así que la llevé a la cama teniendo especial cuidado de no tocarla mucho. No quería que despertara y creyera que era una especie de depredador. Tras eso, me acosté asegurándome de permanecer de mi lado.

'Y olvidé cerrar las cortinas.'

Aparentemente, Rashta no tenía mucha intención de quedarse del suyo ya que inmediatamente luego de meterme bajo las sábanas, rodó hacia mi y se acurrucó en mi costado, aferrándose a mi brazo.

Había sentido su suave respiración en el cuello, y los latidos rítmicos de su corazón acompasándose a los míos fueron como una canción de cuna que no tardó en causar efecto. Besé su frente con reverencia, preparándome para dormir, cuando noté que lo que sentía por ella era extremadamente complicado.

No era un amor fraternal como el que sentía por Navier, pero tampoco era el amor ardiente y fogoso que creí antes. Ahora que la tenía junto a mí, la desesperación se había apagado.

El cariño que sentía por ella fluía tranquilo como un río sin rápidos. Quería estar ahí para ella cuando me necesitara, hacerla feliz y protegerla, pero también quería que fuese su propia persona. No necesitaba que fuera un apéndice mío, al alcance de mi mano cada vez que lo solicitara. Me bastaba con saber que estaba ahí para mí, y quería que supiera que podía confiar en mí de la misma forma.

Cómo iba a hacerlo? Ahora que mis sentimientos se habían calmado, mis acciones pasadas eran aún más infantiles e inmaduras. Tenía tantos errores para compensar...

Me había dormido abrazándola, deseando que pudiera llegar a perdonarme por ser un imbécil inmaduro algún día.

Esa había sido toda la noche.

Y no necesitaba nada más en absoluto, noté, cuando una sensación de completa calma y felicidad recorrió mi cuerpo al acariciar su cabello.

No quería levantarme, por lo que me reacomodé en las almohadas listo para aguantar el sol en los ojos, escondiéndome en las sábanas de ser necesario.

La puerta se abrió con un quejido de las bisagras, así que volví a girar el rostro y miré a quien entraba con fastidio.

—Oh, Emperador! No esperaba que esté... Oh, lo siento tanto! —Mi sirviente dio media vuelta al ver a Rashta. —Había olvidado que..! Su Majestad, por favor, perdóneme!

Su palabrerío cumplió con su cometido, despertándome del todo. Rashta se removió una vez más antes de entre abrir los ojos de mala gana.

—Qué sucede..? —Balbuceó.

—Lo siento, parece que es hora de levantarse. —Pareció paralizarse por un segundo ante el sonido de mi voz. Sonrió levemente.

—Ya veo. Buenos días, Su Majestad. —Mi corazón dio un vuelco al ver su expresión adormilada.

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