La Navidad de Albert

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-No conozco a nadie en el mundo que pueda contigo, Celia -y sonrió como si le hubiera dicho el mayor piropo del mundo.

-¿Cómo vas con... bueno, con lo tuyo?

-¿Con lo mío? Ah, bueno, con eso. Sí, sí. Todo bien.

-¿Seguro? Porque me has llamado cinco minutos antes de tener que ir a tu cena de Nochebuena para contarme literalmente nada.

-Ya, bueno...

-Procura pasarlo bien esta noche, ¿vale? Y escríbeme cuando lo necesites.

-Gracias -y colgué la llamada justo cuando mi madre entraba en el cuarto como un basilisco.

-¿Estás sordo? ¡VAMOS! ¡Estamos todos esperándote!

Ir en el coche todos juntos siempre era una odisea. Mis hermanas todo el rato peleándose y gritando. Mi padre pasando. Mi madre siendo una exagerada con los coches que nos adelantan. Y yo, pues tratando de ponerme en modo zen e ignorar a todo el mundo. Pero oye, fue meterme en Instagram y, de la nada, me había enviado un mensaje un chico, así monísimo la verdad. ¿Quién era? A ver, no de la nada. Me había comentado una foto en la que compartía una canción de Blackpink.

Me encanta

Uy. Tenía pocas fotos. Pero era muy guapo. Y parecía de mi edad. Pero no me sonaba de nada. El caso es que mientras íbamos a casa de mis abuelos, descubrí que iba a otro instituto pero también en Madrid, que se llamaba Iván, y que tenía 15 años. ¡Ah! Y que le gustaba el k-pop. VALE. No podía ser verdad.

-¿Con quién hablas? -me preguntó Alicia, una de mis hermanas.

-¡A ti qué te importa! ¡Mamá! ¿Cuánto falta? -protesté mientras Alicia trataba de quitarme el teléfono de las manos.

-¡Quiero ver filtros!

-¡Pues cómprate un móvil!

-¡MAMÁ! ¡No me deja su móvil!

-¡Albert, por favor, déjale el teléfono a tu hermana!

-¡No, que siempre me borra cosas! -protesté. Era verdad que siempre me borraba algo. Y bueno, que tengo cosas que no quiero que vea, vaya.

-¡ALBERT! -chilló mi madre, así que se lo tuve que dejar, aunque estuve vigilándola todo el camino. Dios, qué pesada.

Como había dicho, fue entrar en casa de mis abuelos y el olor a comida, los villancicos a toda pastilla que venían del salón, la mezcla de perfumes intensos y el calor de la estufa, todo ello, me golpeó con fuerza. Mis hermanas lanzaron los abrigos al aire como si fueran auténticas animales y empezaron a pegarse y a chillar de camino al salón, ignorando por completo las amenazas de mi madre. Porque no os he contado que, todas las Nochebuenas, ellas y mis primos pequeños solían hacer su propio show navideño. Es decir, todos en el sótano, ellas cantando fatal villancicos y mis tías haciendo fotos y vídeos que luego nunca volvía a ver. Yo, por suerte, no entraba en sus ensayos. Menos mal.

Saludé a mi abuela, sentada en el sofá viendo la televisión, ignorando a todo el mundo; luego a mi abuelo, bebiéndose su vaso de vino mientras preparaba los langostinos, y a mis tías corriendo de un lado a otro preparando la mesa y la gran cena. Y sí, entre medias tuve tiempo para echarle un vistazo a Instagram de nuevo, y ver que el tal Iván me había escrito algo más:

Qué plan hoy??

Le iba a contestar pero, como siempre que cojo el móvil, ya tenía a alguien vigilándome de cerca.

-Albert, recuerda lo que te he dicho.

-Sin móvil en la mesa. Me acuerdo -dije, repitiendo la frase que me había dicho mil veces en las ultimas 24 horas.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora