Capítulo 88

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Nada más verle ahí, en el umbral de la puerta del salón, se me paró el corazón. ¿Nos habría oído? No, era imposible. Si llamó a la puerta después de que termináramos la conversación... No, era inviable, así que a tranquilizarnos. Tardé un rato en darme cuenta de que no llevaba las vendas en la cara. Creo que era la primera vez que le veía directamente sin ellas... y que todo el grupo también. En sus ojos podía ver que, la confianza que había tenido siempre, se había evaporado casi por completo. Este año le había pasado factura, y el siempre durísimo y fuerte Pablo Bernabé al fin había acabado por mostrar sus sentimientos.

Todos se quedaron en silencio al verle. La verdad es que hay que reconocer que era impactante. La mitad de su cara estaba aún con algunas pequeñas gasas y costras de un color oscuro. Es... a ver, es como si se hubiera maquillado para una fiesta de Halloween. A lo mejor no tan exagerado, pero paera que os hagáis una idea. El silencio era tal que pensé que hizo que aumentara aún más la tensión entre nosotros. Rehuía mi mirada, podía notarlo.

-Pablo, si querías maquillarte, la próxima vez pídeselo a una profesional, que menudo estropicio te has hecho –bromeó Celia y, contra todo pronóstico, Pablo esbozó una sonrisa y eso hizo que todos nos relajáramos al momento.

-Pues a lo mejor sí que necesito algunos trucos –sonrió Pablo y todos se levantaron de los sillones para acercarse a él, saludarle con abrazos y con sonrisas.

Yo me quedé en segundo plano, porque aún no estaba seguro de si quería verme o no, y dejé que disfrutara de lo que era la amistad en toda su expresión. ¿Qué más nos daba cómo tuviera la cara? Siempre iba a ser Pablo Bernabé y le íbamos a querer igual.

-¿Y qué te han dicho? ¿Se te irán cayendo las costras o algo? –preguntó Almudena mientras las miraba de cerca.

-Poco a poco. Tengo que darme una pomada tres veces al día, evitar que les caiga agua y esas cosas –explicó Pablo.

-Bueno, te dan un toque más interesante aún, como si te hubieras peleado con un tiburón –ironizó Celia. –Y aún así estás más guapo que yo. ¡Qué injusticia!

Volvieron a llamar al telefonillo y Andrés corrió hacia la entrada para abrir. Sería Teo, que ya había llegado. Ya estábamos todos. Cada uno fue cogiendo sitio en los sillones del salón de Andrés y yo aproveché para acercarme a Pablo.

-Hola. Has venido al final... -le dije, temeroso.- Oye... ¿podemos hablar un segundo en privado los dos?

-Luego –espetó y fue a sentarse en la otra punta del salón.

"Luego". Joder, un puñal habría dolido mucho menos. Estaba enfadado. Estaba muy enfadado. Y no me extraña. Me había comportado como un estúpido egoísta. Joder. Ya me estoy agobiando. ¡Y yo que pensaba que había madurado! Lo retiro. Sigo siendo el mismo niño llorica de hace un año.

Al rato llegó Teo, nervioso y tímido, y mira que es raro ver aun tiarrón tan grande como él nervioso y sin saber qué hacer. Supongo que molamos tanto que imponemos a la gente. Quién sabe. En la mano llevaba un bote de sirope, que se lo había encargado para que no llegara con las manos vacías. Pero era de fresa, no de chocolate.

-Hola –saludó, introvertido. ¡Qué cosa!

-¿Y mi sirope de chocolate? –preguntó Almu con garra.

-Solo quedaba de fresa.

-¿Quién ha invitado a este? –gruñó Almudena.

-¡FRESA! ¡JUSTO EL QUE QUERÍA YO! –gritó Albert y se lanzó hacia Teo que dio un par de pasos hacia atrás, asustado. Normal.

-Pues... pues justo es el que he traído –respondió. Celia me miró, como queriendo decirme con la mirada: ¿lo estás viendo o solo lo estoy viendo yo?

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora