Él cerró los ojos. Sí. No había otra verdad que esa. Vivo o muerto, habría venido de todos modos. Las presiones insoportables, el gran peso sobre sus hombros, el dolor en su alma, todo se desvaneció con el simple calor de esa chica a su lado.

Aun así, Lorcan no respondió. Suspiró en su lugar. Los planes en su mente giraban en torno a la horrible verdad de que Rajnik estaba muerta. No había pensado en lo que haría si ella estuviera, de hecho, viva. Y eso era un problema, porque el mundo estaba cambiando y moviéndose demasiado rápido.

—La muerte no es un juego, Rajnik, —murmuró él—. ¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan complicadas?

—Para que sean memorables, —respondió ella, su voz suave—. De lo contrario, simplemente las olvidarías. ¿Te olvidaste de mí?

—Yo..

Se detuvo antes de que pudiera decir toda la verdad. Durante el atardecer, sus problemas solo habían involucrado a la Capital y a Nikka. Agregar a Rajnik a la ecuación era como tratar de extinguir el fuego con champagne. No tan elegante o divertido como podría parecer.

Los ruidos llamaron su atención. Lorcan sostuvo a Rajnik con una mano y usó la otra para tomar su espada olvidada en el suelo. Fue rápido, casi instintivo. Porque ella no era buena en las distancias cortas y él no dejaría que les pasara nada más.

Nikka se congeló junto a la puerta. Debía haber encontrado una manera de entrar. Estaba bien, ni un solo rasguño en ella, y eso fue suficiente para que Lorcan recuperara la confianza en su trabajo. Una vida a la vez. Si solo pudiera salvar una vida cada noche, entonces sería suficiente.

Rajnik giró el rostro para ver al intruso, sus ojos secos.

—Así que sí te olvidaste de mí e incluso me reemplazaste, —su voz no tenía emoción alguna.

—Tú... Yo... Esto... —Nikka negó con la cabeza y tiró de su cabello, murmurando una y otra vez las mismas palabras de la noche anterior.

No es justo. No es justo. No es justo...

La vida nunca lo era. Lorcan dejó ir a Rajnik. Ella se puso de pie casi tan rápido como él. A Millan no le agradaría que pidiera un viaje para tres en lugar de uno solo. El tiempo corría, los disparos de Rajnik no aseguraban una vía libre.

—Nikka es solo una víctima, tenemos que llevarla a la Capital, —explicó Lorcan.

—Siempre el héroe, nunca el villano, —Rajnik casi cantó las palabras.

Ella estaba siendo cautelosa, sus ojos serios. Su compañera no podía saberlo, ¿o sí? Los hijos e hijas del Oeste habían crecido entre salvajes, aprendiendo desde el nacimiento a estar más atentos y sentir el mal de los demás a diferencia de los de la Capital o territorios del sur. Y lo que fuera que Rajnik estuviera percibiendo...

—¡No importa! —Rajnik agitó sus manos, Nikka no notó el momento en que ella rozó la parte inferior de su fusil—. Deberíamos dar la noche por terminada y ponernos en marcha. Si esos dos son más que simples rebeldes, mis balas no los detendrán por mucho tiempo.

—¿Cómo sabemos que eres tú? —preguntó Nikka, la sonrisa de Rajnik casi tembló.

—¿Qué?

—¡Esto podría ser una trampa! —Nikka acusó y se rascó los brazos—. No confiar, no confiar, no confiar...

—Deberíamos irnos —estuvo de acuerdo Lorcan.

—¿Estás seguro de que esta mantuvo su cordura? —Rajnik lo miró con diversión y Lorcan deseó tener una respuesta. No podía juzgar a Nikka, no después de cómo la había encontrado.

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