–– ¿Quieres decir que no estamos en... en la tierra?––preguntó incrédulo.

Temió que su respuesta no le gustase nada, miró a derecha e izquierda, a sus guardaespaldas improvisados con una mirada que lo decía todo. Ahora era la prueba de que si empezaba a aceptar o no lo que le había ocurrido.

–– Juan, estamos a bordo de la nave «Pueblo Errante». Estiuviste muy enfermo, tuvimos que trasladarte a este lugar, donde está todo el equipo médico necesario para que ahora estés vivo y respirando.

Él la observó con mirada angustiada, respiraba hondo.

–– Y ahora viene a la parte en que dice que soy un idiota y que debía de haberme inoculado esa inyección...––le espetó Juan.

Soreigh ya no tuvo reserva, Juan estaba cuerdo. Hizo un gesto para que los dejasen a solas. Los guerreros, algo reacios a obedecer y dejar a desprotegida y sin armas a una mujer junto a un ejemplar más alto incluso que ellos, salieron despacio de allí.

–– No soy su madre Juan para...

–– Y lo agradezco... –– dijo el joven de piel color dorado mientras se sentaba de nuevo sobre la camilla y sus hombros parecían derrumbarse––. En realidad soy un imbécil. Mi padre va a castigarme como cuando era pequeño, «olvídate del postre durante semanas»–– imitó la voz de su progenitor, más grave que la de él mismo.

–– No sé si será capaz de castigarte después de lo que han padecido––dijo ella, pensó, <<no cuando te vean de nuevo tan cambiado y con este tamaño>>.

–– Por mi culpa–– dijo el joven con tristeza.

–– Ahora te encuentras mejor, debo controlar tus constantes. Es solo unos instantes si me permites––Soreigh carraspeó un poco, poniendo su voz mas profesional..

Buscó en un cercano cajón y sacó un pequeño aparato redondo y aplanado, con una pantalla táctil. La mujer parecía algo asustada y nerviosa. ¿Porqué? En este momento, a pesar de sentir pesadez no notaba dolor o molestia en ninguna parte de su cuerpo. Con cuidado ella se acercaba de nuevo, despacio, mirándole con esos ojos preciosos de color de la plata líquida. Él si debería de estar aterrado de la bronca que su padre le tendría preparada a su vuelta a la tierra.

––¿Me das su mano?––dijo la teniente médico con suavidad al acerarse. 

No sabía si era por su posición sobre aquella camilla, pero la veía más pequeña que en su mente la recordaba en ese tiempo que estuvo sumergido en ese extraño tanque de líquido con la consistencia espesa, como si hubiese permanecido dentro de el vientre de su madre de nuevo. No sabía de dónde salía ese símil en su mente. Quizás porque debía de haber estado peligrosamente al borde de la muerte.

Alargó el brazo hasta ella, su mano en comparación se veía enorme y más oscura que la diáfana piel de la mujer extraterrestre. Toda ella era luz, pensó, desde sus ojos, su piel,, sus cabellos. Hasta sus pestañas eran color platinado. Ella deslizó el pequeño aparato por la punta de su dedo corazón, que quedó introducido en el hasta la primera falange. Sintió como se apretaba un poco en derredor.

––En breve sentirás un pinchazo, necesito un poco de tu sangre. Esta pequeña maravilla hará un análisis completo de tu estado general, incluido tu ADN. Espero que no tengas miedo a las agujas.

––Después de lo que he pasado, creo que no temeré nunca nada––asintió, al notar un leve piquete en la yema de su dedo, ni una milésima parte de lo que esperaba. El pequeño aparato se iluminó con diminutas luces en su alrededor.

Soreigh permanecía cerca de él mientras estudiaba la pantalla, pulsando de vez en cuando sobre ella. Atenta y concentrada no notó como el se inclinaba apenas y aspiraba sin darse cuenta el perfume que desprendía su cuerpo.

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