–– No te preocupes, compañera. Solo aviso a mis hombres. No quiero ningún comportamiento fuera de lugar, no voy a empezar una guerra, bastante tuvimos hace unas horas.

Ella le siguió como solía hacer desde que puso ese brazalete en su muñeca. Apenas se separaba un par de metros de su persona, ambos comenzabas a vibrar. El hombre sabía que era la necesidad física insatisfecha de ambos.  Pero no iba a decírselo por ahora. Le encantaba que ella estuviese siempre a su lado, aunque fuese obligada por el bailoteo del metal que los unía para siempre.

Tarigh abandonó la nave que quedaría sobre el arca para su protección la nodriza «Pueblo Errante». El sol estaría ocultándose tras las arenosas colinas en breve. Ayudó en las maniobras de salida del compartimento estanco y se dirigieron hacia la Tierra a velocidad constante. Cargada en su pequeño hangar estaba la nave pequeña en la que aterrizaría en cuanto dejase bien situada a Errante 3, la nave de carga y defensiva.

Se encontraba deseoso de pisar ese suelo, introducir su nave aguja en el hangar, y comprobar con sus propios ojos que todo estaba bien.

Que Lucía estaba bien. ¿Qué le estaba ocurriendo? No conocía apenas a la mujer, pero necesitaba verla, necesitaba su presencia, sentir en sus fosas nasales su aroma. Envolverse en su cercanía. Maldijo que sus brazaletes no hubieran viajado con él. Era una larga, maldita y jodida historia.

La historia de una promesa que estaba obligado a cumplir. Uno de los tantos secretos que guardaba en su interior, pero este le iba carcomiendo las entrañas. El no era un sangre pura. Pero su prometida sí lo era. Aunque no fuese más que un cadete, su padre ya le había prometido en matrimonio con una de las hijas de los componentes del consejo.

Ni siquiera recordaba su rostro. Era de su misma edad o poco más joven. Intercambiaron votos de palabras vacías de sentimientos y como prenda ella conservaría hasta su vuelta los brazaletes como promesa de compañeros. Era un niño inconsciente cuando se dejó llevar por esa atávica costumbre. Era el hijo mayor, ella una de las jóvenes de su preminente familia. No era una situación ventajosa para ella, pero sí para él.

Una compañera de sangre pura, su padre confiaba que eso borrase la mácula de que él no lo fuera, y sus futuros nietos tendrían mucha más oportunidades que pertenecer a la raza de guerreros y ser parte de los consejeros o secretarios del consejo.

Él nunca tendría ese honor, su madre fue una vez esclava. Aunque su padre se hubiese unido a ella, liberándola de su condición y ascendiéndola a compañera de vida, seguía siendo de otra civilización conquistada. Él y su hermano eran la prueba que cruzar sangre pura con esclavos era factible, pero sus oscuros cabellos indicaban que no podría jamás compararse a los nativos del planeta. No llegaban a sus estándares de hermosa perfección.

A miles de ether, su futura compañera a saber lo que pensaba, quizás estuviese tan arrepentida como él de aceptar tal trato. Si hubiese conocido a otro hombre de su puro linaje. puede que hubiese olvidado aquella promesa hecha tanto tiempo atrás. En ese caso Tarigh sería libre, libre de elegir su propia vida, dejar a su corazón las riendas. Poder mirar a los ojos a una verdadera compañera, ser feliz después de tantos años encerrado en esa nave buscando el futuro de su raza, cuando el suyo estaba decidido de antemano.

O no...



Lucía respiró hondo antes de cubrir su rostro con la máscara protectora. Apenas una claridad difusa tras la montaña indicaba que acababa de esconderse el astro rey. El cielo se llenaba de tonalidades naranjas y violáceas. El enorme mastodonte sobre ocho ruedas que había traído a Fred hasta casi su puerta , había quedado tras las naves que rodeaban la torre. El permanecía quieto ante el vehículo.

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