Capítulo XVIII

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A tan solo un día de Navidad, Helena se sentía feliz escuchando música alusiva, mientras iba alistando su maleta e intentando que los obsequios no se le cayeran de la cama, o Pinky los tirara gracias a su cola inquieta intentando tomar algún lazo para morderlo. Debía viajar en la mañana con Lara a Covent Garden y Strand, ese era el distrito donde vivían sus padres y el que vio su crecimiento durante muchos años. A través de su ventana se podía observar los preciosos adornos navideños que siempre "disfrazaban" a Londres, sonrió admirando las estrellas iluminadas cubiertas con una ligera capa de nieve desde la ventana; le gustaba tener esa vista, era como un privilegio nuevo que no había admirado por su pasada época lutuosa.

Helena disfrutaba mucho pasar sus navidades con su difunta esposa, vivían como niñas esa temporada. Siguió doblando los cambios de ropa que llevaría, se quedarían ahí hasta los dos primeros días del año nuevo, miró la hora en el reloj de pared, en cualquier instante llegaría la ojiazul, se quedaría a dormir para agilizar el viaje, guardó lo último cerrando sin inconvenientes el zipper de su maleta dejándola a su vez a un lado, tomó los presentes dejándolos sobre su mesita de noche y salió dirigiéndose a la cocina, preguntándose qué podría preparar como cena, meditando las opciones del recetario le sirvió croquetas a Pinky.

Pasando las páginas se sorprendida con el timbre de su puerta, irguió su espalda desplazándose hacia la puerta, a veces no sabía si odiar, o amar a Lara por su puntualidad increíble. Incluso su mejor amigo canino dejó de lado su comida, intuyó que había olfateado su llegada.

—Buenas noches, Hel —sonrió brillante recostada en el umbral junto a ella estaba su maleta y una bolsa cuyo contenido desconocía—. Buenas noches para ti también, Pinky —se agachó sonriente rascándole el mentón, este movía incesantemente la cola feliz de verla.

A diferencia de su dueña, el amigo de cuatro patas no veía a Lara desde que salieron del campamento, su trabajo era el principal motivo. Sin embargo, las chicas notaban que cada vez más se les complicaba coindicidir en la agencia, gracias a los cortos viajes de negocios que Reed asignaba a su hermana. Helena solo podía pensar cuánto extrañaba sus almuerzos y tardes espontáneas de café en ese famosa cafetería francesa, su lugar recurrente.

—Buenas noches, Max —correspondió su sonrisa haciéndose a un lado ayudándola con la maleta—. Me agarraste justo cuando pensaba qué hacer de cenar —Lara se quitó el abrigo arqueando las cejas y lo dejó colgando en el perchero.

—¿Por qué no me llamaste? —levantó sus brazos abrazándola como saludo—, hubiera pasado a comprar la cena sin ningún esfuerzo.

—Lo sé, pero imagínate cuánto hubieras demorado esperando pedido, esta época es difícil y lo sabemos —arqueó ligeramente su ceja, tenía razón, arrastró su maleta llevándola a su habitación sobrante.

—Sí, tienes razón —se rio sintiéndose torpe, eran su ansiedad, seguía poniéndole tensa la idea de conocer a los señores Evans, menos enteránse que estarían sus abuelos costarricenses—. Mhm, yo compré algunos presentes, no me gusta llegar con las manos vacías.

—No tenías por qué molestarte —le sonrió en medio del pasillo abriendo la puerta—, ¿acaso buscas darle buena impresión a mi familia? —bromeó conmovida, no se quejaba de los detalles lindos que Lara tenía.

—Las primeras impresiones son buenas —rascó su ceja, sonaba como si fuera la primera vez que alguien anunciaba su noviazgo—. Entonces, ¿preparamos la cena juntas? —aclaró su garganta cambiando de tema.

Días atrás Lara había encontrado un espacio en su agenda laboral para tatuarse, Jamie le había mandado un diseño original a colores y no dudo en aceptar hacérselo en sus costillas; el problema no fue tatuarse, sino la conversación espontánea que tuvieron, o bien, que inició su amiga tatuadora casualmente.

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