Capítulo VI

628 85 36
                                    

El ambiente laboral se tornó silencio, solo escuchaban los teléfonos sonar, hojas rozarse contra otras y dedos moviéndose con firmeza en los teclados; parecía que el presenciar un acto de violencia doméstica en pleno trabajo fue el culpable. Cada vez que se escuchaba el ascensor abrirse, no se podía evitar levantar la mirada para observar quién salía del metálico cajón, era bastante incómodo y no se podía ocultar lo evidente. Helena nunca había presenciado algo semejante y desagradable en su vida — al menos no de esa forma—, la imagen se quedó tatuada en su mente, si no hubiera intervenido para ayudar a Lara, podría haber acabado con un desenlace peor y, eso jamás se lo hubiera podido perdonar el resto de su vida. Terminó su documentación pendiente para poder irse a su departamento con total libertad, no creía que saliera reunión de última hora, suspiró con fuerza enderezándose en su silla, estaba agotada, le dolía la espalda, su cerebro palpitaba y moría de hambre. No deseaba más que llegar a casa, abrazar a Pinky, llenar su estómago, ver algo de TV y esperar la hora para irse a dormir en su cómoda cama.

Varios minutos más tarde, salía del edificio ajustándose su gabardina tratando de que no siguiera filtrándose el frío que hacía afuera. El cielo tenía pintados varios colores gracias al atardecer, esbozó una pequeña sonrisa mirando ese bello lienzo y siguió su camino, prefirió por algún motivo irse caminando en lugar de tomar un taxi. Solo así tal vez dejaba atrás sus antiguos pensamientos, no quería volver a ser testigo de algo semejante. Una SUV roja se detuvo frente a ella obstaculizando su paso por unos momentos, arqueó una ceja con clara señal de irritación, no podía ver el conductor, ya que estaba polarizada la ventana. La ventana comenzó a bajarse para mostrar el dueño, o en este caso dueña del auto.

—Hey —saludó con algo de timidez Lara, se notaba lo desgastaba que se encontraba—, solo quería agradecerle por lo que hizo ahí adentro por mí.

—No tiene por qué agradecerme, lo haría por cualquier persona —la ojiazul solo asintió con una risa muda, era obvio que no lo iba a hacer por ella—. No me gusta ser quisquillosa, mucho menos en asuntos tan personales, pero debería considerar las palabras del señor Maxwell, su hermano.

—Sí, gracias —masculló rascando su mandíbula sin dejar de presionar el volante—. ¿Hoy no trajo su auto? —Helena trató de no ponerle mucha mente a su repentina ¿preocupación?

—En realidad no tengo —antes de que la hermana de su jefe abriera la boca, se adelantó a decir algo más—, bueno, sí tengo, pero hace un tiempo que no he vuelto a conducir —se aclaró la garganta recordando el motivo, no entendía el por qué debía contarlo—, suelo tomar taxi.

—Entiendo —asintió Lara varias veces mirándola a los por primera vez desde que se detuvo—, ¿me cuestionó porque suelo gastar diez libras y usted gasta veinte libras todos los días por tomar taxi? —claro que no iba a olvidar su conversación por el After Eight, soltó una carcajada haciendo que Helena rodara los ojos.

—Ya, me atrapó —movió agitó sus manos restándole importancia—. No me apetece conducir, es todo.

—¿O no será que no sabe conducir? —la miró entrecerrando los ojos, por alguna razón le parecía refrescante que conversaran sin que la quisiera tirar por cualquier ventana.

—¡Sé conducir desde los quince años! —se defendió guardando con recelo sus manos en las bolsillos del pantalón.

—Está bien, le creo —comentó entre risas sintiéndose más relajada—. Helena, vamos por un café, yo invito.

—¿Cómo dice? —no supo si entendió bien, estaba mirándola con la boca entreabierta. Lara volvió a mostrarle una sonrisa tímida y bajó unos instantes su mirada.

—No necesita aceptar si no quiere —quiso morderse la lengua por su repentina invitación—, solo pensé que le apetecería algo caliente en este clima frío.

Un Corazón NuevoWhere stories live. Discover now