Primera parte: Una nueva forma.

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La luz que se filtraba por la fina rendija de mi refugio era de un suave tono rosado, casi violáceo, en ella podía apreciar pequeñas partículas bailando, más grandes que semillas de amapola y casi esponjosas. Quizá eran esporas, quizá tenían consciencia, yo no lo sabía en ese momento y de pasada anoté en mi mente que luego le preguntaría por ellas a Firenze, mi consejero y la única criatura a la que me había acostumbrado en ese mundo extraño.


Aquella mañana había salido antes del atardecer, la hora en la que el sueño se tornaba mas profundo para los habitantes del palacio, esos seres crepusculares comenzaban sus bailes siempre cuando su luna, brillante como una perla, desplegaba sus rayos sobre las primeras briznas de hierba, y yo aún acostumbrada al calor de otra luz seguía luchando por conciliar el sueño según sus horarios y protocolos. Me sentía cada vez más cansada, cada nueva noche era una lista sin fin de tareas por cumplir, peticiones que atender, viejos pergaminos en los que perder la visión y múltiples decisiones para las que nunca tenia la información suficiente. Sólo para que al concluir mis horas de penitencia formal, cuando se alzaba un nuevo amanecer en el firmamento, me acostase en aquel lecho de brotes de rocío y suspiros sin una pizca de sueño en mis párpados.

Firenze hacía todo lo posible por ayudarme pero la tarea era inmensa, y cuánto más la miraba de frente, más colosal se tornaba, devolviéndome una mirada fría y burlona. Yo podía ver que él lo comprendía y que me compadecía, él era el único que no guardaba una pizca de duda y desprecio, ambas siempre presentes en las miradas de todos los que tenían que encararme.

Recordarlo en aquel momento hizo que me revolviera inconscientemente en un escalofrío, apreté las rodillas contra mi pecho, escondiendo la nariz entre ellas, buscando hacerme lo más pequeña posible. Cerré los ojos y suspiré tan largamente como me daban los pulmones. Me pregunté si el aire que salía de mi boca tendría un nuevo aroma ahora... ¿Era todo mi ser nuevo, tanto por fuera como por dentro?

Imaginarme el interior de mi anatomía solo me trajo un nuevo escalofrío, recordándome la sala de disecciones que La Buena Gente conservaba como si de una sala de museo se tratase, para no olvidar lo atroces que podían ser sus oponentes. En el fondo ni siquiera quería saberlo.


—Mi señora —carraspeó la voz de Firenze—, si lo desea puede tener unos minutos más para usted pero debo informarle de que la delegación ya le espera en el salón de otoño.


Mi boca sonrió levemente al escuchar el aleteo de su súbita presencia, ni siquiera había notado que se acercaba, todos decían que sus pies eran los más ligeros del reino y tenían razón, pero lejos de molestarme siempre me hacía cierta gracia que fuese el único en pillarme desprevenida.

Desdoblé mi cuerpo dejando que mis miembros cayesen lánguidos y empujasen los pétalos de la gran flor en la que me había estado ocultando, aparecí ante él boca abajo con gesto de tedio absoluto. El me sonrió casi con burla.


—Un escondite muy apropiado mi señora pero poco efectivo si me lo permite.

—Lo sé mi estimado y grandioso consejero —puse los ojos en blanco y me levanté haciéndole una mueca con la boca— solo los niños más pequeños se esconden en una de estas tras una rabieta ¿No soy yo acaso una criatura aún según vuestros estándares?

Nuestros estándares, su majestad. —Me corrigió cariñosamente mientras me prestaba su mano para ayudarme a salir del jardín.

Firenze siempre se esforzaba por recordarme que ahora yo era parte de esta gran colmena o que al menos debía aparentar que así me sentía. Observé su caminar elegante mientras se adelantaba para alejar con su linterna a los pequeños insectos atraídos por mi olor, demasiado fresco aún.

Sombra y sueñoWhere stories live. Discover now