Capítulo 17 (Una voz)

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―La gente no tiene ni idea de lo que está pasando ―susurré y extendí otro dedo.

En la fila del segundo nivel distinguí a una familia. Un hombre abrazaba por atrás a una mujer, quien cargaba a una pequeña de uno o dos años de edad. Me entristeció pensar que no sabían lo que estaba por suceder. Que sus sonrisas se desvanecerían dentro de algunos minutos. Lo único que podía hacer por ellos era desear que estuvieran sentados, o de cualquier forma que asegurara que la niña no sufriera una fea caída cuando el Sueño ligero los alcanzara. Así como Denisse.

―¡Denisse! ―casi grité al recordarla.

Corrí hacia ella y me hinqué a su lado. Sus mejillas, antes sonrosadas, estaban entonces blanquecinas. Separé con índice y pulgar sus pestañas y sus ojos se movían de un lado a otro a un ritmo vertiginoso. Puse mi oído en su pecho y escuché sus latidos durante varios segundos. La llamé por su nombre al tiempo que la sujetaba por los hombros y la movía de un lado a otro, con la esperanza de que estuviera actuando como lo hice yo.

―Soy yo, Denisse. Despierta ―hablé más fuerte directo a su oído―. Estamos a salvo.

Nada. Tanto silencio como con mi padre e Iván. Me sentía como si estuviera en un mundo lejano.

―Despierta. Tenemos que irnos ―insistí.

La agité con violencia. Su cabello se agitó y le cubría la mitad del rostro cuando la recosté de nuevo.

―¡Shhh!

Mis ojos buscaron el descensor detrás de mí. Me levanté de un salto y me parapeté en un costado de la banca metálica, temeroso de que los LTs o los guardianes hubieran regresado. "Tardé demasiado... ¡Mierda!", pensé con enojo y me encogí tanto como pude. Sin embargo, las puertas permanecían inmóviles.

―La vas a despertar ―reclamó en un susurro la dulce voz de una niña.

Peiné la zona con una mirada sin salir de mi refugio. El paisaje seguía intacto.

―Por aquí. ¡Hey! Aquí abajo.

Buscando el origen del sonido, me agaché para ver debajo de la banca. Iris estaba ahí, sentada en suelo con los brazos cruzados, balanceándose con gracia. Al darse cuenta de que iba a decirle algo, se llevó un dedo frente a los labios y volvió a pedirme que guardara silencio.

―¿Ya se fueron los hombres malos?

No supe qué responderle. Si bien me alegraba de que alguien más estuviera despierto, en definitiva no era lo que tenía en mente. Asentí.

Ella dio unos pasos hasta ubicarse justo al borde de la sombra, e inclinó hacia delante la mitad de su cuerpo; miró a ambos lados del pasillo, como una niña pequeña que se prepara para atravesar una calle, y cuando consideró que no había peligro alguno, salió de su escondite a grandes zancadas.

Recorrió el lugar con la mirada, deteniéndose apenas un instante más cuando descubría un nuevo cadáver. A pesar de tratarse de un juguete, creí distinguir en ella un destello de genuina preocupación y desconcierto.

Una vez que satisfizo su curiosidad, clavó sus ojos cafés, tan intensos como los de mi hermana, en los míos y levantó los brazos hacia mí. Aquel era un gesto muy característico de mi hermana, un gesto que hacía cuando quería que papá la cargara en sus brazos. Como no me moví, la muñeca apretó los labios y frunció el ceño. Iris era una copia en miniatura de Denisse.

Inseguro de qué debía hacer a continuación, me encogí en hombros.

Se palmeó la frente con cansancio.

―Quiero subir, Said ―exclamó como si fuera lo más obvio del mundo.

Enarqué las cejas.

―Por favor ―agregó.

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