Sí, siempre lo hacías, pensé, pero prefería llevarme los golpes que verlos en ti, aunque era inevitable que no te alcanzaran y mucho más desde esa noche en adelante. Lo lamento, Chuuya, ya no puedo recibir más gritos o golpes por ti, solo puedo esperar que intentes evitarlos tanto como te sea posible, y para esquivarlos, tendrás que esconderte durante un tiempo.

Pero al menos conmigo, por esa última noche y al contrario de mi persona, Chuuya podía ser sincero.

―¿Besaste a ese chico? ―pregunté, sin emoción en mi voz, esperando que la oscuridad cubriera en totalidad mi cansancio―. Papá dijo que te vio hacerlo...

―¡No lo hice...! ―exclamó, presa del pánico, y al notar el volumen de su voz, bajó el tono. Escuché el nerviosismo venir de él, aquello que desesperadamente quería ocultar y revelar al mismo tiempo ―. No lo hice, no soy... Lo que dice papá que soy, no...

―Está bien si lo eres ―dije, sin procesar mis palabras hasta que ya era demasiado tarde. Incluso entre la oscuridad, podía notar los ojos de Chuuya brillando con la anticipación de la aceptación. No pude romper su ilusión, incluso si después sería el producto de la miseria―. Está bien, no hay nada malo contigo. Pero sabes cómo es papá, así que deberías mantenerlo en secreto...

―¿No te da asco?

Reí. Casi me sentí mal de dejarlo en aquella casa con toda esa ingenuidad que cargaba en su espalda.

―Solo me da asco que dejes tu ropa de deporte tirada por ahí.

―No lo haré más ―prometió, pero era algo que no cumpliría, así como todo lo que yo dije alguna vez. Luego, cuando olvidamos las promesas superficiales, su voz se llenó de timidez una vez más; expresando un pedido que, en cualquier otra oportunidad, hubiera aceptado―. ¿Puedo ir contigo...?

Esa noche, miré a Chuuya entre la oscuridad por última vez. Sentía en mi mano oculta el peso de mi maleta y de cada desesperada e infantil decisión que estaba tomando. Por un momento, me pregunté qué pasaría si le decía que sí y huíamos juntos de aquella casa. Pero, rápidamente, empujé al fondo esa idea. No podía asegurar un lugar cómodo donde vivir, ni un estilo de vida que, aunque disfuncional, estábamos acostumbrados a llevar. Mi hermanito tendría que esperar por mí un poco más, pensé. Solo un poco más. Tal vez un año, cuando la vida que intentaba encontrar ya estuviera estabilizada, y cuando lo estuviera, lo llevaría conmigo.

Sí, eso haría. Solo un año, pensé, Chuuya solo debía aguardar 12 meses y volvería por él. Por esa noche, debía quedarse ahí.

―Es tarde, regresa a la cama, solo saldré a tomar un poco de aire―mentí―. Lo necesito, estoy estresada con la prueba de ingreso universitario.

Chuuya asintió. Parecía decepcionado, pero no discutió. Y como si muy en el fondo supiera lo que estaba por suceder, soltó una frase que no volvería a escuchar jamás.

―Ane-san, te amo ―murmuró.

Sentí que las decisiones que acababa de tomar se estremecían, muy cerca de derrumbarse. Pero las sostuve con fuerza, y aquellas que lograron caer, volví a apilarlas sobre las otras.

―¿No estás ya suficientemente grande para decirle a tu hermana mayor que la amas? ―cuestioné, ocultando la breve debilidad detrás de una broma inocente. Chuuya se alzó de hombros, correspondiendo mi sonrisa fraternal con la propia.

―¿Solo porque voy a cumplir 15 años ya no puedo decirlo? Eso es estúpido.

―Sí, lo es... ―murmuré. Quise subir los escalones que nos separaban y abrazarlo por última vez, pero sabía que si lo hacía, no podría volver a bajar. Desde la distancia, pasando por alto su expresión confundida por mis palabras, le pedí―: No cambies, ¿sí? Sé que papá es... difícil de complacer, y que mamá no ayuda en nada, pero no cambies. Ni te metas en problemas, o con la persona equivocada, ¿sí?

Leave the kiss for later [SKK]Where stories live. Discover now