Haciendo de una pulga un oso (10)

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—Disculpe... —Dijo entre toses. —Qué?

—Reencarné. —Repetí, encogiéndome de hombros. —Antes vivía en un país llamado Japón. Y usted era un personaje en una historia, al igual que todos aquí. La diosa que me reencarnó no me explicó cómo es posible que este mundo exista y en el mío no sea más que un cuento, pero yo tampoco le pregunté, así que no puedo culparla.

El Gran Duque se me quedó viendo con la taza a medio camino de los labios, así que le hice una seña para que bebiera. Tras una pausa, volvió a hablar.

—Cómo es posible?

—Bueno... Uno muere, un dios le ofrece una nueva vida. Supongo que tu muerte debe ser culpa de ese dios de alguna forma para que tenga que responsabilizarse, pero... —Me encogí de hombros. —Básicamente eso. En mi vida anterior estaba casada. Fui feliz por un tiempo, hasta que apareció otra mujer y el que era mi esposo me dejó por ella. —Reí amargamente. —Y aquí me ha tocado el papel de la otra mujer. —Kaufman ladeó la cabeza, como procesando todo.

—Por qué lo dice?

—Rashta se convierte en la concubina del Emperador. Él comienza a ignorar a la Emperatriz para estar con ella todo el tiempo, y todo termina mal.

—Y no puede evitarlo?

—Es lo que estoy intentando con todas mis fuerzas. Cuando la diosa me dijo que reencarnaría, pensé que lo haría en... No importa... Cree que estoy loca?

—No. —Su respuesta me tomó por sorpresa. —Le creo. Leí su mente aquel día y no parecía mentir.

—Gracias, Gran Duque. En fin... Oh, tal vez quiera saber más sobre la poción en la que pensé aquella vez?

—Su mente es un tornado de pensamientos, uno tras otro, y me cuesta bastante distinguirlos, pero... Según lo entendí, pruebo en mi mismo una poción de amor destinada al Emperador, es así? —Asentí.

—Quiere saber más? Leí toda la historia. No puedo asegurarle que todo suceda como yo lo diga, ya que evitaré hacer muchas cosas, pero–

—No, no hace falta. Tengo suficiente con leer la mente de los demás, y usted parece tener suficiente con sus propios problemas. No es necesario que se preocupe por los míos cuando ni siquiera sabemos si sucederán.

Le sonreí, tratando de no amarlo aún más. En el corto silencio que siguió, repetí mentalmente diálogos de películas infantiles y series animadas para evitar pensar en lo mucho que me gustaba.

Estaba en la tercera ronda de "Ahora la bebé tiene que dormir en la cuna. El hierro nos ayuda a jugar. Mwahahahahahaha. Hola, Miguel." cuando el Duque suspiró, exasperado, y me miró.

—Puedo preguntarle por qué repite cosas sin sentido una y otra vez en su mente? Distrae bastante, sobre todo porque no entiendo su significado.

—Lo siento. Es que... —Suspiré, resignada. No había manera de rehuirle al asunto. —Su personaje –En la novela, digo– es mi preferido. Tengo una especie de enamoramiento con él, y no quisiera que usted de carne y hueso tenga que lidiar con mis pensamientos sobre... Bueno, usted, pero en papel. —Me reí suavemente. —Es confuso? —Kaufman asintió, podía ver en su rostro que seguía tratando de conectar los puntos.

—Algo.

—Ahora sabe mi secreto. —Sonreí. —No quisiera que el Emperador se entere, así que debo pedirle, como último favor, que no lo mencione frente a Él.

—No tenía pensado hacerlo. No tengo ese tipo de relación con el Emperador Sovieshu, así que esta clase de charla nunca surgiría.

—Se lo agradezco. Oh, antes de que me olvide. —Tomé el pañuelo de mi bolsillo y se lo alcancé. —Me fue muy útil.

—La marca ya desapareció? —Preguntó, tomando la mascada. Negué con la cabeza y me saqué el anillo para mostrarle mi cuello. Al ver la forma, la mirada del Duque se ensombreció. —Quién es el responsable?

Una imagen de Heinrey cruzó mi mente por aproximadamente un segundo.

—Pero todo está bien ahora! —Me apresuré a decir ya que el Duque parecía ofendido en mi nombre, y quería evitar malentendidos. —Fui imprudente y este es el precio que pagué. —Me coloqué el anillo una vez más.

Kaufman suspiró, miró la mascada en su mano y me la tendió una vez más.

—Quédesela. Parece que la reconforta de algún modo.

—Está seguro? —Tras su asentimiento, tomé nuevamente el objeto y sonreí.

—Debería retirarme.

—Oh, sí. Claro. —Me puse de pie para escoltarlo a la puerta cuando esta se abrió. La mirada de Sovieshu pasó de mí al Gran Duque repetidas veces. Me reverencié. Kaufman, a mi lado, saludó rígidamente. —Su Majestad, qué lo trae por aquí? —Pregunté. Por qué Ser Rorkin no me había avisado que Sovieshu estaba ahí? Maldita sea. Cherry, Kate, apúrense, estoy rodeada de inútiles!

—Quería invitarte a dar un paseo por los jardines. —Miró a Kaufman como si fuera un bicho molesto que estaba empeñado en incordiarlo. —Pero veo que tienes u-

—Yo ya me iba. Solo vine a ver que Lady Rashta estuviera completamente recuperada de su caída. —Kaufman volteó a verme. —Lady Rashta, Emperador Sovieshu.

Con esas palabras, el Gran Duque pasó junto al emperador y se fue sin mirar atrás. Una vez solos, Sovieshu cerró la puerta tras de sí y caminó hacia mí como un animal acechando a su presa.

—No me gusta que estés sola con otros hombres.

'...Qué dijiste, perro?'

Me enderecé aún más y alcé la barbilla, desafiante. A mí nadie me iba a decir qué hacer. No tenía 15 años.

—El Gran Duque Kaufman es un caballero, un invitado de otra nación y por sobre todo, fue quien me ayudó el día de ayer. No es un hombre cualquiera. Jamás podría rechazarlo cuando viene a verme de buena fe. Sería sumamente irrespetuoso. —Sovieshu se detuvo en seco. Abrió la boca, pero seguí hablando. —Ser Rorkin está en la entrada, y confío plenamente en su capacidad de tirar la puerta –que dicho sea de paso, nunca tuvo el cerrojo puesto– en caso de que mi integridad física se vea comprometida. Por qué me asignaría un guardia incapaz de protegerme? Y le recuerdo que no soy una niña, Su Majestad. Sé cuándo estoy en peligro y cuándo no. Y le aseguro que sé cuándo alguien tiene dobles intenciones. Tuve que aprenderlo a la fuerza.

Me mordí la lengua. Me había pasado. Me había pasado MUCHÍSIMO. Cómo iba a hablarle así al EMPERADOR? Aunque fuese un cerdo machista que se creía que podía venir a hacerme escenitas porque tomé el té con otro hombre que no fuese Él, seguía siendo EL EMPERADOR DEL PAÍS. Y mi culo dependía de Él hasta después de las fiestas.

Sovieshu me miraba paralizado en el lugar y con la boca medio abierta. No podía volver atrás, así que me lo quedé viendo, esperando que dijera algo. Escuchaba mi corazón latir a mil kilómetros por hora, y en los pocos segundos que pasaron el tiempo pareció detenerse. Me vi en la torre por el resto de mi vida, comiendo engrudo y esperando el dulce beso de la muerte.

—Yo... —Parpadeó varias veces, como si nadie nunca lo hubiese puesto en su lugar. —Lo siento. No pensé que... —HABLA DE UNA VEZ, MALDITASEA! —Lo que dices es verdad. No tengo ningún derecho de decidir con quién pasas tú tiempo. Espero que puedas disculparme.

Exacto. Sotonto.

Sonreí para quitarle un poco la gravedad a la atmósfera antes de que se arrepintiera de sus palabras y me tirase a los guardias encima.

—Considérese disculpado, Su Majestad. Ahora, aún quiere dar ese paseo por el jardín? —'O solo era para interrumpirnos y en realidad no quiere ir a ningún lado? Eh? EH?'

—Sí. Me vendría bien algo de aire fresco. —Me devolvió la sonrisa, ofreciéndome su brazo. 

Ayuda! Reencarné en la Rata!Onde histórias criam vida. Descubra agora