El Colapso

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Era como si Dios quisiera jugar conmigo algún tipo de broma absurda y retorcida. Quería arrepentirme de haberle dado un trago a ese café caliente con Vic una hora atrás, quería arrancarme el pelo de mi cuero cabelludo, quería gritar. Quería llorar.

No tuve tiempo de reaccionar a la mas horrible revelación presentada a través de esa tinta impresa prolijamente en el trozo de papel delante de mis ojos, sin embargo, el sonido de la puerta de la parte delantera del apartamento de Bill se hizo eco ante nosotros. Unos pasos firmes y pesados ​​siguieron después de escuchar el ruido de la puerta que hacía al cerrarse. Momentos más tarde, el mismo diablo apareció a través del cuarto de su desconcertado gemelo y ante mi.

Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras sus ojos se clavaron en los míos, sentí como pecho se apretaba dolorosamente mientras tomaba la gruesa y cara bufanda con un estampado color rojo drapeado para liberar su cuello. Tiró de la tela rápidamente por el movimiento esta hizo un ruido suave y silbante cuando la dejo caer sobre el respaldo del sofá de piel que estaba junto a él. Luego procedió a desabrocharse el abrigo, deslizándolo de sus brazos con facilidad y soltándolo para unirlo junto a la bufanda. Cerré los ojos con fuerza, alejándome de él al sentir el olor de su costosa colonia atreves de mis sentidos. A pesar de que la rabia continuaba hirviendo dentro de mis venas, una incredulidad inundó mi mente cuando un sentimiento de realización me golpeó. Todavía estaba reaccionando ante su olor, ante su imagen,  ante su presencia al estar tan cerca de mí. Mi corazón todavía martillaba errático y mi habilidad de respirar disminuía gradualmente. Lo odiaba, pero estaba enamorada.

—Hice lo imposible —Bill habló en cuanto Tom se acercó a la cocina. El sonrió con orgullo, asintiendo con la cabeza hacia el plato que estaba asentado peligrosamente cerca de aquel recibo del coche, el cual había descubierto momentos antes.

—¿Qué son? —Las cejas de Tom se fruncieron mientras estrechaba una mirada curiosa ante el montón de mantecadas esparcidas por todo el plato de cerámica.

—¡Mantecadas!  —Bill sonrió, aplaudiendo ligeramente—. ¡Yo las hice! ¡Sin ninguna ayuda!

—No, no  es cierto —Tom murmuró sacudiendo la cabeza lentamente mientras seguía mirando las mantecadas con innegable sospecha—. No puede ser, ni siquiera se puedes prepararte un plato de cereal sin hacer desastre.

—Cállate, no seas idiota —Bill chasqueó, empujando el plato más hacia su hermano—. Yo los hice, pregúntale a Anna.

Mis ojos se cerraron de nuevo como si estuvieran tratado de mantener sereno el ritmo de mi respiración. Mis dedos estaban tendidos sobre el recibo del coche. La ira burbujeaba dentro de mí, mientras yo trataba de ignorar el hecho de que los dos estaban actuando de  una manera informal a mi alrededor. Ambos sabían que me estaban engañando. Prácticamente me estuvieron mintiendo. Especialmente Bill, el cual ya sabía que me había enojado ante la revelación de sus identidades. El sabía que algo estaba pasando por la forma en que había reaccionado al encontrar el recibo. Sin embargo, ahí estaba él, bromeando alegremente sobre una putas mantecadas que el probablemente había horneado gracias a una buena mezcla que venía de una caja.

Y luego estaba Tom.

¡Oh, ahí estaba Tom!

25 Days With Mr. Arrogant en EspañolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora