Capítulo 19

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En uno de los pisos del Calabozo, más concretamente el piso 12, un grupo de orcos deambulaba por uno de los pasillos, rodeados por la niebla típica del piso. Uno de los orcos se percató de un sonido a unos metros, y antes siquiera de reaccionar, una lanza lo atravesó, empalándolo contra el suelo antes de volverse cenizas y dejar caer un cristal rojo. Antes siquiera de que el resto de monstruos reaccionara, la lanza desapareció, apareciendo de repente en manos de un chico de pelo blanco y ropajes y gabardina negras, con unas piezas de armadura blanca con líneas rojas y dos espadas al hombro.

El peliblanco, Bell Cranel, se lanzó hacia los monstruos, empuñando su lanza, Tyr Salin contra ellos. Bell esquivaba los golpes de las criaturas, ensartando a las criaturas con su lanza. Durante el combate, hacia desaparecer en un instante la lanza, solo para hacer aparecer una daga curva, con la que degollaba los cuellos de los monstruos, o empuñaba sus dos espadas, cercenando a los monstruos a gran velocidad.

En menos de un minuto, todos los monstruos fueron exterminados, y Bell se paró enmedio de los montones de ceniza que dejaron los orcos al morir, para después comenzar a recoger los cristales.

Bell se sentía realmente satisfecho: La nueva armadura le sentaba como un guante, y su ligero peso, a pesar de las placas metálicas, no mermaba un solo ápice de su velocidad y agilidad, y aún así, le otorgaba una defensa excelente, misma que le otorgaba la gabardina de cuero de wyvern negro, que le protegía contra ataques elementales, como fuego o veneno, entre otros. Ese conjunto de armadura era verdaderamente una obra de arte; fuera quién fuera Cecily Crozzo, la creadora de la armadura, estaba claro que era una auténtica artista del acero. Él mismo debía admitir que le daba un aspecto genial; la propia Hestia, al verlo, elogió su aspecto con la armadura equipada.

Por otra parte, la nueva daga, regalo de Eina el día anterior, era de una calidad excelente, ligera y afilada, con una fuerza y capacidad de corte que poco tenía que envidiar a una espada. Aunque por su forma no podía ser lanzada, lo compensaba con su maniobrabilidad y potencia de corte, pudiendo traspasar fácilmente, por ejemplo, la dura piel del cuello de los orcos. También era muy útil para combatir en espacios cerrados, donde se le dificultaría el uso de armas grandes como su lanza o espadas.

Desde que comenzó su día en el Calabozo, el chico practicó el intercambiar las armas instantáneamente en medio del combate, pasando de un arma a otra cuando la situación lo requeria. Incluso a veces, simplemente usaba sus manos, retorciendo el pescuezo de algunos monstruos, o rompiendo sus huesos y miembros con llaves y potebtes patadas, que destrozaban las costillas de las criaturas.

La lanza era usada como arma para combatir monstruos a distancia, pues la longitud del arma le permitía acabar con ellos sin que se acercarán demasiado, e incluso lanzarla a los monstruos a lo lejos, recuperándola poco después invocándola con su habilidad de espacio mental.
Sus espadas, no obstante, estaban siempre colgando en su espada aunque empuñar otras armas, pues a diferencia de cuando iba por las calles de Orario, le gustaba sentir el peso de sus queridas espadas en la espalda durante el combate, le daba seguridad y confianza. A pesar de todo, el chico desenvainaba sus espadas a gran velocidad cuando luchaba con ellas, con una rapidez que nada debía envidiar a la velocidad de invocación de su espacio mental.

Así, intercalando entre espadas, daga y lanza, Bell arrasaba en cada piso con manadas enteras de monstruos, casi sudar una sola gota. Orcos, Hellhounds, War Shadows, Imps... todo tipo de monstruos caían irremediablemente bajo el acero y puños de Bell. En pocas horas, su bolsa de cristales estaba increíblemente abultada, llena hasta los topes de los botines de los monstruos.

Estaba recogiendo los últimos cristales cuando escuchó un sonido a su espalda. A gran velocidad, invocó una de sus dagas arrojadizas, lanzándola e impactando en la cabeza de un Hellhound que intentó atacarlo por detrás, que cayó muerto, disolviéndose en cenizas.

La Leyenda del PretorianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora