2 | Las venganzas personales

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No lo entiendo.

Nunca antes había visto a alguien pelear con tanta destreza. Ahora que echo la vista atrás, me da la impresión de que habrá pasado la vida haciendo justo eso: pelear y matar. Era como una máquina dispuesta a todo para conseguir su objetivo, independientemente del resultado que eso tuviera para ella.

Ni siquiera sé si tuve tiempo de defenderme. Los instantes que discurren entre el momento en que mató a Piero y me dejó inconsciente se han convertido en un espacio en blanco que no soy capaz de rellenar. Cuando volví en sí, mis hombres me habían tumbado en el sofá y el único rastro de los tres cadáveres eran las manchas de sangre en el suelo que pronto desaparecerían bajo las expertas manos de los limpiadores.

—Haremos una investigación exhaustiva de lo que ocurrió —siseo, y el sonido de mi propia voz repiquetea en mis tímpanos y me obliga a hacer una mueca. Qué asco de vida—. Quiero en mi mesa las grabaciones de todas las cámaras del edificio, desde la primera hasta la última. Las de la calle también. Que no quede un rincón sin revisar. Tiene que haber entrado por algún sitio.

Eso está claro. No puede haberse materializado en medio del despacho como si fuera, yo que sé, invisible o algo de eso.

—Me temo que eso no será posible. —Arqueo una ceja, incrédulo, y él se rasca la cabeza—. Es que todas las cámaras dejaron de funcionar al mismo tiempo. Quien hizo esto, era un profesional. Supo cómo entrar y salir sin ser detectado. Y si usted no está muerto, tal vez... Tal vez es porque quería dejarle con vida.

Por primera vez, Nicolas se yergue en el asiento, alerta como un depredador, y me mira con el ceño fruncido.

—¿A quién has cabreado tanto como para hacer esto, amico?

Suspiro. Vaya puta mierda.

—Me rindo. Vuelvo a casa y ya está. Si no me matan estos tarados, que me mate Fabrizio, que al menos va a tener la decencia de hacerlo limpiamente. Si es que no sé para qué me molesto en intentar protegerme. Soy un cadáver con patas.

Apoyo la frente en el escritorio y cierro los ojos. En algún lugar de mi escritorio, suena mi teléfono. Arrastro la mano hasta que doy con él y descuelgo en cuanto veo que es Leo, mi guardaespaldas —aunque irónicamente, estos últimos días no me ha guardado mucho las espaldas—. A buenas horas se me ocurrió darle vacaciones.

Ni siquiera me da tiempo de hablar. Es evidente que ya sabe lo que pasó y está histérico.

—Acabo de enterarme. ¿Estás bien? ¿Estás vivo?

De fondo se oye el rugido del motor de su coche. Los radares deben estar haciéndole una bonita sesión de fotos. Luego le pediré que me las envíe para enmarcarlas.

—Qué va. Te respondo desde un call center en el más allá.

—No bromees con eso, Dominique. Podrías haber muerto.

—A ver, creo que tengo una conmoción cerebral, así que puede que sufra un derrame mientras duermo —carraspeo—. Aún es pronto para cantar victoria, Leonardo.

Le oigo ahogar una exclamación al otro lado del teléfono y contengo una carcajada.

—Estoy de camino a Calabria. Tardaré una hora, como mucho. Te ayudaré a dar con esos cabrones y...

—¿Pero tú no decías que matar estaba mal? —me burlo—. ¿Desde cuándo eres tan agresivo?

Los tres hombres se miran entre sí, confundidos. Es evidente que no tienen ni idea de quién soy. Lo único que saben es que trabajo para Fabrizio y eso es suficiente para hacer que se meen en los pantalones. No sé cómo reaccionarían si supieran que solo soy un ladrón.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora