Capítulo XXXII

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Cuando Valerian entró en el despacho, Gavriil casi dio un salto.

—¿Está bien? —preguntó, corriendo hacia su maestro.

—Cálmate —pidió este, y tranquilizadoramente le puso las manos en los hombros y se los masajeó—. Calma, Gavriil.

—¿Pero está bien?

—Sí, está bien. Solo ha necesitado cuatro puntos.

—¿Puntos?

—En la mano. El muelle de la navaja estaba estropeado y la hoja saltó antes de tiempo.

—Navaja. ¿Ese hijo de puta iba armado?

—No, la armada era ella.

Gavriil no entendía nada. Valerian le pasó el brazo por detrás de los hombros y lo llevó hasta el sillón tras el escritorio para que se sentara.

—¿Puedes decirme qué pasó? —preguntó con suavidad.

—No —confesó el joven, mirándose las rodillas con aprensión—. No puedo. No sé. En el parque había un tipo molestando a una chica. No los vi, estaban lejos, pero Kir se puso tenso y yo los oí. Y luego... Luego...

—¿Luego? ¿Fuiste?

—Iba a ir. Pero entonces olí la sangre y perdí el control. Lo siento. Dios.

Gavriil se cubrió los ojos con las manos y apretó, sintiéndose como si volviera a ser un cachorro novato que no sabía dominar su sed. Pero aquel impulso había sido tan grande, tan imprevisto...

—Gavriil, mírame —pidió Valerian; tras unos momentos, él lo hizo—. Ella no tiene ninguna mordedura.

—Gracias a Dios...

—Cuando recuperaste el control, ¿dónde estaba el hombre?

—¿Quién?

—El que estaba molestando a la chica.

—N... No lo sé. No estaba. No sé qué pasó, Val.

—De acuerdo. El hombre no está, no había grandes rastros de sangre y la chica se encuentra en buenas condiciones, teniendo en cuenta que su navaja se le rompió en la mano y va a recibir una soberana reprimenda por estar fuera a las tres de la mañana. En lo que a mí respecta, la cosa está bastante bien.

—¿Bastante bien? He perdido el control.

—Lo que has perdido es la memoria. Si te tranquilizas, quizá esos recuerdos vuelvan. Y si no, no pasa nada, Gavriil. Si fueras el monstruo que crees que eres, esa muchacha no habría querido subirse a la ambulancia que tú llamaste, ni estaría tan tranquila esperando a sus padres.

Como siempre, las palabras de Val resultaban tranquilizadoras y serenas. Tenía razón. Gavriil había llamado a Ekaterina y se había mantenido lejos de la chica, pero no tanto como para perderla de vista. Ella lo había mirado pero no había huido. Subió a la ambulancia sin decir una palabra cuando esta llegó, y si Valerian decía que todo iba bien, significaba que no había hecho comentarios extraños ni había hablado sobre ningún vampiro enloquecido.

Entonces, ¿qué había pasado? El joven se frotó la frente con nerviosismo. Sabía que la bestia se había liberado. Y entendía bastante bien por qué.

—Es ella, ¿verdad? —preguntó el vampiro mayor con suavidad.

—Sí —masculló el otro con voz ahogada.

—Eso dice mucho de ti, Gavriil.

—¿Ah, sí? ¿Y qué dice?

—Dice que has tenido delante a tu Llamada, que estaba herida y sola, y has llamado a una ambulancia.

El joven sacudió la cabeza y le lanzó una mirada descarnada.

—Solo quiero dejar de encontrármela por todas partes —masculló—. En el parque, en la plaza. Cuando creo que no volveré a verla, ahí está. Solo quiero que deje de hacerlo.

—Dudo que ella sepa lo que significa para ti. Quizá lo que tendrías que hacer sería decírselo.

—¿El qué, que quiero sorber su sangre y luego envenenarla para convertirla en un ser inmortal que no puede caminar bajo la luz del sol?

—No, que te incomoda la presencia de una adolescente de dieciséis años.

Gavriil estrechó la mirada, acusador, y Valerian sonrió antes de palmearle el hombro con afecto.

—Todavía me queda un rato de trabajo —le dijo—, pero quédate aquí el tiempo que necesites. Si quieres, te avisaré cuando la chica haya salido del hospital.

—Gracias —respondió el joven secamente.

—De nada. Por cierto, Nededja dice que no le coges el teléfono.

Gavriil hizo una mueca y se frotó la cara.

—Te quiero, Val —dijo—, pero el constante acoso de tu hija me pone de los nervios.

—Oh, lo sé. No es nada personal.

—Ya, solo intenta poner celoso a Ruslan para que decida aceptar su proposición. Llámame raro, pero casi que yo me cagaría vivo si mi hermana me pidiera matrimonio así por las buenas.

Valerian rio. Era agradable ver cómo se le iluminaban los ojos al hablar de sus cachorros. Puede que los tres estuvieran lejos de él, pero los llevaba siempre en el corazón. Eso era un sire, pensaba Gavriil a menudo. Uno de verdad.

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora