Capítulo IV

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Gavriil lo supo cuando cayó la noche. No solo porque tenía la sensación de que había menos gente en la calle, apenas a unos metros de distancia de sus colmillos, sino porque en su pecho sintió otra vez ese vuelco extraño, esa sensación de un hilo que se rompe.

Yaromir se levantó y le dedicó una sonrisa ladina que le revolvió el estómago. Era casi... coqueto. Un completo desconocido, un vampiro, lo miraba como si fuera un bocado.

Lo era, reconoció de pronto. Hacía menos de veinticuatro horas, lo había mordido... lo había desgarrado y lamido. Después lo había convertido en algo como él.

¿Cómo había sucedido? Gavriil no podía acordarse.

Volvía de una fiesta de cumpleaños. Rodya había alquilado un salón de karaoke. Habían corrido las canciones y el alcohol. Como lo sabía, había ido andando y se despidió para volver del mismo modo.

Había discutido con su padre, porque al día siguiente tendría que ir a trabajar con él, ¿y cómo iba a hacerlo con resaca y casi sin dormir? Gavriil le había dicho que lo dejara en paz, solo era un cumpleaños.

Era de madrugada cuando se despidió de todos; se había quedado hasta el final adrede, solo para molestar a su padre, demostrarle que podía. No obstante, al poner rumbo a casa, cogió un atajo para llegar antes, porque quería acostarse.

No llegó nunca a la calle principal. Después de zigzaguear por dos callejones, una sombra se acercó a él, lenta y felina. En un primer momento pensó que era un vagabundo; en el segundo, que era una especie de travesti gigoló... porque era un hombre, parecía una mujer, y se lo comió con los ojos.

Después aquel desconocido delgado y afeminado se le tiró encima, y con una fuerza inhumana lo tiró al suelo y le clavó los dientes en el cuello.

Mientras había estado encerrado en aquel almacén, incapaz de abrir una puerta para escapar, sus padres habrían estado mortalmente preocupados por él.

«Tengo que volver a casa», se dijo, clavándose los dedos en los brazos. «Tengo que decirles que estoy... estoy... vivo. Sí, estoy vivo».

Aunque su corazón no latiera, estaba vivo. No era un títere ni por dios sería el sirviente dócil y sumiso de ese... ser.

Así que cuando Yaromir lo señaló con un dedo y le hizo un lánguido gesto para que se levantara, Gavriil ya tenía un plan en mente. Escaparía a la mínima oportunidad, llegaría a casa, pediría perdón a sus padres por haber sido tan imbécil, y luego se pondría en manos de los médicos. Podían estudiarlo cuanto quisieran, siempre que lograran revertir lo que le había pasado.

Tenía que haber una cura. Volvería a ser normal y aquello sería una terrible pesadilla de la que intentaría no acordarse nunca más, pero que volvería a sus sueños de tanto en tanto.

Podía sobrellevar pesadillas ocasionales. No podía soportar vivir en una.

No dejaba de pensar en ello cuando Yaromir abrió la puerta.

—Sígueme, querido —ronroneó—. Todavía eres muy joven. Tienes que alimentarte a menudo.

«¿Alimentarme?».

Gavriil sintió una sacudida en el pecho y retrocedió un paso. El hombre alzó una ceja y volvió a señalarlo.

—Ven aquí —le ordenó, en el tono que usa una madre al advertir a su hijo díscolo que no tiene otra salida.

Y desde luego no la tenía. Tragó saliva, pero aún contra su voluntad sus piernas se movieron para aproximarse a Yaromir, que sonrió cuando lo tuvo al lado y le palmeó la cabeza.

—Buen chico —canturreó—. Buscaremos algo mejor que un vagabundo apestoso esta vez, ¿de acuerdo? Hay que ser selectivos con la comida. No vale cualquier basura.

Basura. Gavriil apretó los puños.

—Estás hablando de personas —replicó entre dientes, incapaz de contenerse.

—De humanos —resopló Yaromir, rodando la mirada—. Ya te darás cuenta de que no valen nada a tu lado. No te apartes de mí.

«¡No!».

Cuando el vampiro abrió la puerta a la luz nocturna del callejón, Gavriil gruñó y fue incapaz de separarse más de un paso. Lo siguió, clavándose las uñas en las palmas, mientras subían el peldaño que los dejó fuera del almacén.

Yaromir no se molestó en cerrar. Se limitó a echar a andar, y el joven, que solo quería correr hacia el otro lado y perderlo de vista, lo siguió incluso oponiéndose con todas sus fuerzas.

Entonces doblaron la esquina, y toda oposición fue olvidada.

Lo inundó el olor caliente y seductor de la sangre viva. Sintió el pulso de media docena de corazones, y luego de una veintena.

Gavriil no fue consciente de sus actos hasta que Yaromir lo retuvo agarrándolo con fuerza sobrehumana. El ligero dolor de aquellos dedos clavándose en su hombro lo ayudó a recuperar una cierta dosis de control... la suficiente para darse cuenta de que había avanzado hacia una chica que esperaba a la entrada de un pub y se le hacía la boca agua al pensar en clavarle los colmillos.

—No, no, querido —ronroneó su sire cerca de su oído—. Ahora no puedes cazar como es debido, sería un desastre. Yo la traeré. ¿Me oyes?

Yaromir le empujó el mentón para cerrarle la boca, ocultando sus colmillos. Gavriil quiso gruñirle... morder. Quiso alimentarse, y esa sed le provocó angustia y desesperación.

«Este no soy yo», pensó.

El vampiro le puso un dedo en la nariz, con delicadeza.

—No... des... un... solo... paso —le ordenó, dándole un toquecito con su cuidada uña a cada palabra.

Después Yaromir asintió, conforme con el joven semioculto en la penumbra del callejón, se volvió y cruzó la ancha calle para acercarse a la muchacha que esperaba.

Gavriil se quedó solo.

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora