Capítulo XX

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A lo largo de la mañana, Gavriil se encontró recordando... y al hacerlo, lo escupió todo. Habló de su conversión, del ataque y el dolor, del primer hombre al que había matado. De Yaromir.

Habló de su hermana, y eso le recordó los remordimientos con los que apenas podía vivir.

Valerian solo mostró alguna clase de emoción ante su relato cuando se levantó y empezó a andar de aquí para allí, pero siempre animándolo a seguir con mucha suavidad. Lo trataba con un cuidado que a Gavriil le resultaba desconocido.

—Iba a intentar... matarme —admitió en voz baja, acariciando a Kir, que dormitaba sobre sus pies—. Creí que Yaromir no quería que comiera porque eso podría matarme, así que conseguí... algo de comer. Pero lo vi a él y se lo di.

—¿Abandonaste tus intentos de suicidio? —le preguntó el vampiro con calma.

—Al principio no. Creo que no. Yo... Creí que el perro se merecía un poco de... algo. Quería lavarlo, engordarlo un poco, quizá así alguien lo querría. Pero entonces ataqué a una persona. Lo ataqué y no... no lo maté.

—Y pensaste que podías vivir así.

—Supongo que sí. —Gavriil se estremeció—. Entonces pasó lo de ese hombre. Mierda. No sé su nombre.

—Kaminski. Aleksei Kaminski. Trabaja de noche, como seguridad en un edificio en rehabilitación. Volvía de su turno cuando os encontrasteis. Hoy ha vuelto a su puesto sin secuelas físicas ni laborales, aunque está un poco aturdido. No sabe lo que pasó.

—No se acuerda.

—Como te dije, es posible que crea que lo que recuerda es alguna clase de pesadilla. Aunque no fuera así, no tienes de qué preocuparte.

—No tengo de qué... No. Ataqué a ese hombre. Y a otros. Y...

—Escúchame, Gavriil.

La voz de Valerian era firme y suave al mismo tiempo. El vampiro se sentó a su lado de nuevo y lo miró con seriedad.

—Cuando un nosferatu convierte a un humano en su cachorro, tiene que atenerse a las consecuencias —explicó—. El cachorro se mueve por un instinto primario muy intenso. Ese instinto tiene una razón de ser; necesita alimentarse todo lo posible para tomar fuerzas y resistir los cambios que se operan en él. Ese instinto no desaparece en una semana, en un mes ni en un año. Tampoco en dos. Durante esta etapa, el cachorro... es como un arma. Al arma no es culpable de asesinato, sino el que la empuña.

—Quieres decir que la gente que he matado no la he matado yo en realidad —musitó Gavriil—. Que fue Yaromir.

—Por negligencia, tal vez. Porque no supo darte las instrucciones precisas. Me has dicho que escapaste de sus órdenes el primer día.

—S... Sí.

—En mi experiencia, he lidiado con cachorros que no querían serlo. No es tan difícil guiarlos apropiadamente.

El joven tragó y se frotó las manos.

—Tú... has convertido a gente —dijo en voz baja.

—A tres —informó Valerian sin vergüenza—. Mantengo el contacto con todos, pero ya son nosferatu y hacen sus vidas en otros lugares.

—¿Tampoco les diste opción?

—A uno sí. Lo conocí en el hospital. Estaba muy enfermo y el vampirismo era una forma de ayudarlo. A los otros dos los estudié detenidamente antes de dar el paso.

—Los estudiaste. Como si fueran... ¿Qué? ¿Ganado?

—No. Arseni tenía padres violentos y sufría abusos físicos desde que era pequeño. Nadejda quedó huérfana a los tres años, nunca fue adoptada y a los dieciocho la echaron del orfanato. Mendigaba para sobrevivir.

Gavriil intentó pensar en todo aquello, no como la víctima de un ataque, de una conversión contra su voluntad... sino como un vampiro. ¿Qué podía hacer por esas personas?

—Convertiste a quienes creías que podías ayudar —dijo finalmente.

—Así es —asintió Valerian—. Arseni lo llevó bastante mal al principio, porque no conocía nada más que la violencia. Era todo cuanto podía dar, y todo cuanto esperaba recibir. Se puso difícil, pero con el tiempo lo ayudé a dejar todo eso atrás.

—¿Le diste la patada a alguno cuando te aburriste?

—No. Son mis hijos, Gavriil. Son mis cachorros. No podría renunciar a uno de ellos de esa manera.

—¿Tuviste a más de uno al mismo tiempo?

—No. Prefería ocuparme de cada uno a su debido tiempo. Aunque hablé con Ruslan sobre la posibilidad de ascenderlo para acoger a Nadedja.

El joven se estremeció.

—¿Y si te hubiera dicho que no? ¿Qué no estaba listo?

—No la habría acogido —respondió Valerian con sencillez—. Pero Ruslan decidió que estaba preparado, así que procedimos. De hecho, los tres se conocen y se llevan bastante bien. Arseni le hace la corte a Nadedja, pero ella no está muy por la labor.

Gavriil miró al vampiro que hablaba con tanta naturalidad de los que eran como él.

—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó en voz baja.

—Para que veas que somos iguales —fue la respuesta—. Sufrimos, tememos, odiamos y amamos. He tenido tres cachorros, y los tres están bien, conformes con su condición. Yo también fui cachorro, una vez. La diferencia entre nosotros y tú es que tuvimos suerte. Mi sire era un vampiro que se tomaba muy en serio el trabajo de transformar humanos, pero lo hacía siguiendo un estricto protocolo.

»No me quiso nunca —admitió—, pero me cuidó, me educó y me guio. En ese aspecto, no es posible tener queja alguna. Como te he dicho, fui su cachorro durante casi cincuenta años. Tú, en cambio, lo has sido durante dos... y es casi impensable que un neófito pueda comenzar a dominar sus impulsos en menos de cinco.

—¿Qué intentas decirme? —espetó Gavriil—. ¿Qué...? ¿Qué es lo que quieres decir?

—Quiero decir que corres una maratón de cuatro kilómetros cuando no deberías saber gatear. Tu sire fue un cretino que no se molestó en enseñarte ni las cosas más básicas, y aun así, eres capaz de contener el impulso y mantener con vida a un hombre mientras llega la ambulancia. Gavriil. —Le puso la mano en el hombro y lo sacudió ligeramente—. Eres increíble, chico.

No pudo evitar sorprenderse al sentir un renuente y tímido calor en el pecho. Era orgullo, y el más intenso agradecimiento. Cuando se le llenaron los ojos de lágrimas, Valerian no lo regañó como Yaromir; en su lugar se limitó a pasarle su jarra y ponerle un brazo sobre la espalda.

GavriilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora