―¡No me tragaré tus porquerías! – Jadeó.

El médico, observando todavía el líquido esparcido por el piso, levantó lentamente la mirada, limpiándose con la manga de su bata el agua que escurría por su rostro y Louis respingó, horrorizado; jamás había visto en ese par de ojos miel tal molestia, vio cómo su espalda se tensaba y las venas en su cuello saltaban furiosas.

Sus ojos se convirtieron en una tormenta de arena.

Y entonces, antes de que pudiera percatarse, la enorme mano de Varek; recia y poderosa se impactó sobre la delicada mejilla de Louis, su cuerpo giró con tal fuerza que cayó de la camilla hacia el duro y frío suelo. Por un segundo no estuvo seguro de lo que pasó hasta que el rostro comenzó a arderle y palpitar en demasía. Inmediatamente se limpió las lágrimas que el fuerte golpe le había provocado y estremeciéndose se incorporó lento por la debilidad que aún le atacaba.

Varek, colérico dio vuelta a la cama y no sintió remordimiento al verlo tirado allí; tembloroso, con la enorme mano pintada en toda la extensión del costado izquierdo de su rostro, con la mejilla hinchada y colorada. Fácilmente le tomó de los antebrazos lacerados por los raspones de la caída y lo arrojó a la camilla.

―¡Mereces que te dé una buena paliza, chiquillo cabrón! – Gritó totalmente fuera de juicio, sus ojos, saltones y desquiciados no dejaban de observar con odio a la angustiada figura de Louis ― ¿Qué pasaría si no hubiese comprado otro de éstos? – Del mismo bolsillo donde había extraído el pequeño frasco de cristal, sacó otro idéntico y el castaño se llevó las manos al pecho, tratando de protegerse.

Esta vez, el castaño no se preocupó en diluirla; lo abrió de un taponazo y se acercó hasta su víctima, le sometió bajo su ostentosa figura, le tapó la nariz y todo el contenido del frasco cuentagotas cayó sobre la boca de Louis que posteriormente recorrió la garganta y entró en su sistema. Cuando Varek le soltó, trató de escupir la dudosa sustancia, qué además de incolora también había resultado insípida, pero era demasiado tarde. 

―¡¿Qué me diste, qué carajo fue eso?! – Exigió saber; en su mente se formaban numerosas ideas, desde lo barroco hasta lo más ingenuo, todas ellas pasaban por su cerebro con impresionante rapidez, y sin tener la certeza de tomar una sola.

Varek tomó asiento, paciente, levantó las cejas.

―No te preocupes, no se trata de veneno, mi intención no es matarte – Dijo haciéndose el interesante. Louis entonces desechó esa opción que tanto martillaba en su cabeza, y sí, su balanza se deshizo de una onza, equilibrando un poco su agitado corazón.

―¡¿Entonces?! – Fue justamente en ese intervalo de segundos, tratando de indagar, cuando sintió extraños síntomas que sólo podían ser causados por el líquido que había sido obligado a ingerir. 

Miró hacia la nada, tratando de encontrarle sentido a la locura que empezaba a forjarse en su interior. Tocó instintivamente su frente que a cada segundo incrementaba el ardor e incrédulo y al mismo tiempo fascinado observó cómo cada estructura de cualquier objeto tomaba formas inverosímiles y surrealistas. 

En el juego de colores que emergían de la nada, brillantes y nítidos como las luces de discotecas relampagueando en la más fúnebre oscuridad, Louis se percató de su fementida situación.

―Droga... –susurró y el médico escuchó a la perfección ― ¡Me drogaste! – Y le increpó con las pocas palabras soeces que alcanzó a recordar. 

―¡Bravo! – Ironizó – Lo has adivinado, ganarás un premio especial, ¿te parece bien, una sesión de sexo para no olvidar? 

Tembló, un fuerte y violento temblor sacudió cada miembro de su cuerpo provocándole profundos estremecimientos, su piel ya ardía notablemente y el sudor discurría por sus sienes y espalda. Se agitó y la respiración en irregular se convirtió pareciendo que había corrido kilómetros en un maratón. 

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