Capitulo 30

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La mañana iniciaba y no caía nada bien en la mansión Payne, Liam tal vez sería por el celaje plomizo que cubría la ciudad, por la ausencia de muchedumbre navegando por las calles, ó por el inusual frío en aquella época del año, aborrecía esa mañana. Se trataba de un día melancólico, en los que preferías quedarte en casa bien abrigado, bebiendo café muy caliente y recordando.

Él recordaba a su fallecida prometida, a su Danielle. Traía a su memoria la inmortal imagen de la jovencita; siempre llena de vitalidad, de belleza y simpatía. Revivía cuando ambos, adolescentes y con ganas de amar, se conocieron en una aburrida biblioteca que se volvió hermosa e interesantísima cuando Liam supo que ella laboraba allí.

Con terrible dolor evocó la primera vez que besó sus quinceañeros labios; dulces y virginales. Cuando, años más tarde, la convirtió en mujer. Pero nada, absolutamente nada, se comparaba a lo que sintió cuando Danielle le dio la noticia de su embarazo.

―Necesito despejar la mente - Acomodó el portarretrato con infinita delicadeza sobre el escritorio - Otra vez perturbas mi concentración, amor - Y le sonrió cándidamente a la fotografía.

Contrario a lo que pareciera, después de cinco largos años de sufrimiento, Liam había encontrado la resignación; sabía que nada le regresaría a su novia y al pequeñito que no logró conocer, los amaba y los extrañaba, pero ahora podía controlar esos sentimientos sin el pavor de perder la cordura en el intento.

― Hans, cancela mis citas de ésta tarde - Ordenó antes de abandonar su oficina - Ocupo algo de distracción - Se dijo a sí mismo, abordando su lujoso automóvil.

Avenida tras avenida, calle tras calle, Liam no tenía ni la más mínima idea de a dónde se dirigía, iba muy relajado sintiendo la gélida ventisca despertar sus sentidos mientras amenizaba su paseo por la ciudad escuchando un concierto de música clásica.

Un semáforo en rojo le obligó a detenerse y sólo de esa manera se dio la oportunidad de voltear a sus alrededores, percatándose que se localizaba en el corazón de Londres, ya había oscurecido, y una luz muy peculiar llamó poderosamente la atención de Payne.

Una luminiscencia que no alcanzaba a encandilar; suave, rutilante y llena de sombras, observó la estancia que desprendía aquella luz quedando aún más impresionado; se trataba de una famosa cafetería que tenía un especial significado para él, puesto que allí había tenido su primera cita con Danielle.

El fuerte sonido de un claxon provocó que saliera abruptamente de su trance.

Pero Liam ya no quería marcharse, la nostalgia que lo acompañaba desde la mañana, aunada al frío que ameritaba deseos de beber algo caliente y el lugar cargado de buenos recuerdos le incitó a introducirse al estacionamiento subterráneo más cercano.

Al diablo con la seguridad; con sus guardaespaldas, y con el revólver que no portaba, al diablo con el sinfín de enemigos que buscaban cualquier anomalía para atacarlo sin piedad. Por primera vez en muchos años, Liam entraría a un negocio para ser atendido como una persona normal.

(...)

Louis observó el reloj de su celular marcando las dieciocho horas, enseguida fijó su mirada en todas las mesas, la mayoría, vacías. La hora pico se aproximaba y debía estar preparado. Ajustó bien las cintas de sus zapatos deportivos, se colocó la plaquita con su nombre en la parte superior de la camisa y se amarró el delantal oscuro.

―Anda por tus guantes a la cocina - Le dijo Kalena, su compañera de trabajo. Louis asintió, internándose en las cocinas. Allí, Cral le tendió un par de guantes de látex - Louis - Asaltó Kalena - Te ha llegado uno, no tardes -anunció la mujer.

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