Capítulo 3

5K 366 178
                                    

Al fin la luna hizo su aparición, creciente y magnánima se postró sobre el oscuro cielo; el día había sido desgastante para el castaño, principalmente en la parte emocional, y aunque John le tranquilizó bastante, el nerviosismo y la tensión proseguían en su cuerpo, en menor proporción, pero allí seguían. Con demasiado apetito, ambos se dirigieron a los comedores para degustar su cena; el lugar en sí era como el resto de la cárcel, carente de calidez, muerto. Bastantes comedores estaban esparcidos por la grande extensión y Louis notó que la mayoría de los reos se dividían racialmente.

Entraron sigilosos y se sentaron apartados del resto, la mayoría no los vio, pero los que sí, fueron suficientes para hacérselo saber al resto de los prisioneros; el de ojos zafiros pensó que volvería a sufrir la misma humillación de la tarde, sin embargo, nadie habló y tan sólo le miraron con poco ó nada de respeto, algo que Louis podía manejar, pues con ignorarlos era suficiente. También pensó que John debía infundir respeto y no pudo evitar preguntarse qué habría hecho para ganárselo.  

Tratando de romper el hielo, peguntó: − ¿Y qué tal la comida? – El castaño tomó su bandeja, dirigiéndose hacia los platones.

−Al principio te parecerá incomestible pero con el tiempo tú paladar se acostumbrará.

−Supongo que mi estómago también – Dijo haciendo un gracioso puchero. Puso atención a la 'cena', y no pudo evitar dibujar un gesto de incredulidad al verla.

A los demás les parecería normal y quizá a algún demente − que seguramente allí sobraban – hasta deliciosa, pero a Louis no. Al menos no de momento. En uno de los sartenes había pastel de carne, éste se veía en un estado poco apetitoso; de extraña consistencia y color, daba la impresión que había sido cocinado hacía varios ayeres. Enseguida se encontraba una olla gigante donde reposaba la sopa bien caliente, cuyo olor, inexplicablemente le causó nauseas; no era un olor fétido, pero sí demasiado condimentado. Después de pasar de largo alimento tras alimento, al final decidió ir por fruta, verduras al vapor y un cartoncillo de jugo de naranja. Cuando se disponía a retirarse, alguien se paró frente a él, impidiéndole el paso.

−¿Qué  pasa, a la princesita no le agrada nuestra comida casera? – Le habló un hombre de pelo a rapa, realmente enorme, tan enorme que Louis sólo veía su amplio pecho.

−Déjale en paz, Thurman – Intervino John con voz rígida, el hombre le miró desconcertado.

−No te metas, abuelo – Contestó haciendo énfasis en la última palabra, y volviendo a ver el par de ojos azul, continuó – ¿No te gusta la carne, primor? – En claro albur, sonrió cínicamente y sin más preámbulo se acercó peligrosamente; le tomó de las nalgas, y le estrujó con saña. No hubo necesidad de apartarlo ya que, inmediatamente, John le haló hacia atrás, apartándole de él, la fuerza y el temblor desmedido en el cuerpo de Louis fue suficiente para incapacitarlo de sus acciones, y la bandeja con toda su cena fue a dar al suelo.

Las risas de los demás reos junto con la reciente humillación le provocó una enorme desesperación; ganas de querer huir, de extrañar su antigua vida y a las personas que estaban integradas en ella. Sin poder contenerse más salió corriendo del comedor; necesitaba estar solo, lejos de toda la muchedumbre, sólo él y su dolor, totalmente libre dejó que las lágrimas volvieran a brotar, les permitió recorrer sus suaves mejillas y perderse entre su cuello.

El dolor era fuerte pero no ajeno, era como un viejo conocido que creías olvidado y en un pestañeo te aparece recordándote que nunca muere. Sólo una vez se sintió tan nefasto como en ése momento, hacia ya cinco años, cuando su padre murió, y justo cuando las heridas cicatrizaban, ocurría otra desgracia, pero esta vez, estaba solo para enfrentarla. Sin saber a dónde ir, siguió corriendo por algún rato hasta que abruptamente fue parado por una muralla humana, chocó tan fuerte que el suelo donde pisaba se tambaleó, pero milagrosamente no cayó; se recargó en la pared respirando agitado, tenía los ojos rojos, las mejillas húmedas, y  una expresión de angustia en su hermosa cara.

Prison loversWhere stories live. Discover now