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El brasileño salió de Roncesvalles, su punto de partida desde Navarra, en Francia. Desandar lo recorrido tantos años atrás sería para él una motivación demasiado especial. Un camino que transitó cuando en su cielo los vestigios de su tribulación personal aún se agitaban, cuando llevaba la esperanza aferrada en cada paso, cuando era un peregrino en busca de su propia alquimia.

En su página web iba anunciando sus nuevas impresiones de los ancestrales lugares de congregación que hacían de la ruta jacobea un mítico viaje al centro de la edad media, al símbolo impuesto por Alfonso II de Asturias, como frente del Cristianismo contra el Islam. Esta vez revelaba la magnificencia de la Catedral de Santa María la Redonda, un templo gótico alzado en la antigua ciudad de Logroño. Una fotografía mostraba al autor frente a la fachada rococó de la catedral, haciendo uso de su bastón y del zurrón, elementos básicos del peregrino. También refería en el artículo que cuando llegara a la Catedral de Santiago de Compostela, pasaría la noche allí, al abrigo del eterno espíritu del apóstol, para compartir con los cientos de peregrinos una apacible velada.

Esta semblanza suya de la ruta me permitía hacer un análisis del tiempo y del espacio, y poner a rodar un plan que podía resultar un tanto complejo, pero que, debido a la congregación de tantas personas, también se hacía más plausible.

El acceso y la ruta de escape sería un pasadizo subterráneo, utilizado durante años por sus obispos cuando lo creían necesario, y que debió ser de mucha utilidad durante las presiones musulmanas. Este pasadizo seguía el mismo trazado de la catedral: una cruz que convergía en el transepto, partiendo de las cuatro habitaciones principales que servían de aposentos al obispo y a sus huéspedes de honor. El antiguo pasaje serviría a mi propósito, pues estaba claro que el autor compartiría uno de los tres distintivos aposentos. Las noches que analicé la información, la vía de escape y el diseño final del evento, estuvieron signadas por un invierno crudo, como si el tiempo mismo estuviera entrando en una fase de reproche de excepcionales proporciones.

Yo estaba al otro extremo de Coelho, al final del Camino de Santiago, hospedado en algún punto intermedio de Rúa das Rodas; perdido entre alemanes, franceses, italianos, chinos, argentinos, uruguayos, mexicanos, por solo nombrar los países de origen de cuantos acentos pude reconocer en medio de esa romería humana como acémilas.

Estaba fascinado con la monumental fachada del Obradoiro de la catedral Compostelana, su plaza (del mismo nombre), y el Pórtico de la Gloria, obra maestra románica. Pero era Puerta de Platerías la entrada que me interesaba. Con un nuevo plano adquirido de la Catedral —una copia que revelaba su singular forma de cruz latina— inicié el recorrido como todo peregrino que solo busca rendir culto o tributo al apóstol Santiago el Mayor, cuyos restos reposaban, según nuestro ceremonioso guía, en una cripta bajo el altar del presbiterio, protegido por una girola con capillas radiales en torno al ábside, después de recorrer una amplia nave principal y un transepto apenas iluminados por el vaho lumínico del incienso y de los cánticos.

Yo tomaba atenta nota de cada tramo, de cada nave, como si auscultara las líneas o los símbolos de un libro, pese a que mi fuerte no eran las construcciones medievales ni el esplendor de su arte, tan vistoso en todos los espacios que, como un sarcasmo, rompía la primera regla señalada por los altos jerarcas cristianos de austeridad y pobreza. El sentido longitudinal de la Catedral permitía la circulación fluida de los peregrinos, por lo que salir de allí, en medio de un incipiente ahogo, resultó acogedor. Los recintos cerrados como aquel, junto con la aglomeración de cientos de personas, me producían una sensación de cansancio y disgusto. No era la sensación percibida en un ascensor o en un vagón de tren, sino la sensación de estar en un lugar lejano, demasiado cerrado o pequeño, que se adentra en la tierra como una raíz.

Instrucciones para asesinar al escritorWhere stories live. Discover now