10. El diamante enorme que brillaba bajo el sol

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PARTE 1: Encontrar una granada

Cuando Owen Backford murió en el granero, tenía el anillo de William en el bolsillo. Nunca tuvo el valor de ponérselo. Sentía que lo estaba traicionando.

Se paró sobre la banqueta y puso la cuerda alrededor de su cuello. Cuando saltó, el anillo salió despedido y rodó por el suelo. Su esposa Sybil no lo vió cuando irrumpió en el granero horas más tarde, esperando que la nota que había encontrado en la mesa de la cocina no fuera cierta. Cecille, su única hija, que leyó sus diarios una y otra vez buscando una explicación, tampoco lo encontró.

Pero Willow lo vio la primera vez que estuvo encerrada allí, décadas más tarde.

Para Owen, lo más trágico de todo era haber traído a su familia a la casa donde había crecido, a ese lugar claustrofóbico y repugnante al que había jurado no volver jamás.

Se había marchado de su casa meses antes de cumplir los dieciocho, recién terminada la guerra. El campo de batalla le había arrebatado a sus tres hermanos, y un cáncer repentino le había robado su madre. Solo quedaba su padre, que al igual que él tampoco había puesto un pie en el campo de batalla: su padre por un problema en la pierna izquierda, Owen por ser menor de edad. Muchas veces tuvo que escuchar a su padre diciéndole lo mucho que deseaba que él también se hubiese ido a la guerra, ojalá hubiera luchado con sus hermanos y muerto con honor como ellos, dejando su sangre para que nutran el suelo, tal vez así al menos por un segundo habría vivido como un hombre de verdad.

Aguantó la convivencia con su padre hasta que un amigo de la escuela lo llamó y le ofreció mudarse a la ciudad. Podía dormir en el departamento de su primo mientras buscaba empleo, a cambio de un porcentaje de su primer sueldo cuando consiguiera trabajo.

Se marchó por la madrugada, sin decirle una palabra a su padre.

Buscó trabajo en los avisos del diario, dispuesto a lo que sea. No había muchas oportunidades para un adolescente recién salido de la escuela, ni siquiera fingiendo ser mayor de edad. Eventualmente, encontró un trabajo como mesero en un café, seis días de la semana por la mañana. El sueldo era bajo y no le dejaba muchas opciones para encontrar un lugar donde quedarse.

Entonces, encontró un aviso peculiar en el diario que no pudo dejar pasar.

Un muchacho joven de voz profunda habló desde el otro lado de la línea.

—No será un trabajo fácil. Estamos refaccionando la casa y trabajando en el jardín. Todo esto se va a ver diferente cuando terminemos. El horario es por la tarde hasta la noche, todos los días. Sería conveniente si pudieras dormir en una de las habitaciones extras.

Aceptó al instante.

La casa donde iba a trabajar estaba alejada de la ciudad, en un barrio rodeado de rejas blancas. Una vez allí, tuvo que detenerse por un instante para contemplar la mansión. Sabía que la casa iba a ser grande, pero no anticipó sentirse tan pequeño frente a ella. Tuvo que subir una colina en el patio delantero para llegar a la puerta de entrada. El césped estaba crecido y las ventanas estaban cubiertas por una capa de polvo, la madera de sus marcos resquebrajada. Décadas atrás, habría sido una mansión hermosa. Si su trabajo era restaurar lo que había sido, supo que iba a tomar tiempo.

Lo recibió un muchacho jóven, apoyándose contra el marco de la puerta y mirándolo con cuidado.

—¿Owen Backford? —preguntó el muchacho.

—Él mismo. Y tú debes ser...

—William Blythe —dijo extendiendo la mano. El apretón fue más fuerte de lo que esperaba—. Nos conocimos por teléfono. Pasa, te mostraré cómo vas a trabajar.

La última de su especieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora