5. Desaparecer, pero bajo sus propios términos

10 3 3
                                    

Cecille Backford estaba embarazada, y era lo mejor que le había pasado en la vida.

El doctor que le dio la noticia parecía preocupado. Tal vez porque él conocía a la familia. Cecille tenía diecisiete años y su madre estaba demasiado perdida entre las pastillas y la bebida como para encargarse de ella.

Nadie sabía tampoco quién podría ser el padre de la criatura, aunque esa clase de detalles no solían pasar desapercibidos en el pueblo. Y aún así, Cecille estaba determinada a tener al bebé, a ser madre. Ella podía sentir al doctor juzgándola, pero nada de eso le importaba.

Su vida iba a cambiar para siempre.

De regreso a casa, tuvo que soportar el discurso repetitivo de su madre. Había sido muy irresponsable y no era capaz de cuidar a un bebé si todavía era una niña. El dinero apenas alcanzaba para mantenerlas a ellas, no podrían alimentar una boca más. ¿Y quién era el padre del bebé? ¿Por qué nunca lo había visto antes?

Esa noche, durante la cena, Cecille le contó todo.

El padre del bebé era Adam Bishop. Estaban juntos desde hace más de un año. Vivía en la ciudad, y solo regresaba al pueblo unas veces al mes cuando su trabajo se lo requería. Conoció a Cecille una noche que fue al restaurante donde trabajaba como mesera. Tenía treinta y nueve años, una esposa y dos hijos.

Y como ya no sentía la necesidad de contenerse frente a su madre, también le contó sus verdaderas intenciones.

Adam y ella habían hablado de un futuro juntos. Él se estaba separando de su esposa y cuando Cecille cumpliera los dieciocho años, se iban a casar. El bebé era una bendición inesperada que sellaría su futuro.

—Ya no vas a tener que preocuparte por mí —dijo—. Cuando nos casemos me voy a ir y nunca vas a volver a verme.

Y no importaba lo que dijera su madre; a partir de ese momento, ella iba a ser libre. Porque si había algo en lo que ambas podían estar de acuerdo, era que Cecille siempre conseguía lo que más anhelaba.

Todo lo que tenía lo había conseguido ella sola. La única ayuda que había recibido vino de su padre, cuando aún vivía. Si no fuera por sus ahorros, ellas tendrían que haber vendido la casa y empezar de nuevo en otro sitio. Pero su padre nunca permitiría algo así. Él se aseguró de que su hija puediera vivir cómodamente antes de ahorcarse en el granero.

O al menos lo había intentado.

Cecille creció viendo películas en blanco y negro con su padre, imaginándose como una de las actrices en la pantalla. A los ocho años, lo había convencido de que la llevase a audicionar en la ciudad.

Ella sabía que su padre nunca podía decirle que no. Y con el tiempo se acostumbró a que nadie más lo haga.

Así comenzó su carrera de actriz. Primero llegaron los comerciales de televisión, luego los pequeños papeles secundarios. Le encantaba viajar con él a la ciudad y trabajar en un estudio de televisión, lejos del pueblo y ese ambiente asfixiante que tenía su hogar.

Su padre se suicidó cuando Cecille tenía diez años. Fue difícil continuar con el ritmo cada vez más acelerado que su carrera prematura estaba tomando. Su madre era insoportablemente negativa y siempre tenía la certeza de que las cosas iban a salir mal. Estaba convencida. La mayor parte del tiempo estaba demasiado deprimida y somnolienta como para salir de su cama, y ni hablar de llevarla a la ciudad para las audiciones.

Por varios años, las oportunidades cesaron.

Pero cuando Cecille cumplió los catorce, dejó de pedir permiso. Comenzó a viajar sola a la ciudad y buscar oportunidades por su cuenta. No soportaba estar en su casa y ver a su madre llorando en la cama, durmiéndose en medio de botellas vacías, escuchar el mismo vinilo de jazz que ponía una y otra vez.

La última de su especieWhere stories live. Discover now