0. El primer apagón

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Willow vio a su abuela sonreír una sola vez en su vida.

Ocurrió el día que se apareció en su casa a la madrugada y obligó a Willow a irse con ella. Eleonor, su hermana, dormía en la cama de arriba y se despertó con el ruido. Se mantuvo escondida bajo las sábanas, pero pudo ver cómo su abuela la arrastraba y le decía cosas al oído mientras Willow se movía inquieta. En un momento de valentía se animó a preguntar qué estaba pasando, aunque en el fondo deseó no ser escuchada. Su abuela, que ya sabía que Eleonor estaba despierta, solo le ordenó que se calle la boca.

Willow y Eleonor nunca habían visto a su abuela hacer algo malo, pero habían escuchado historias. Y notaban el comportamiento nervioso de su madre cuando estaba cerca. Para ellas, su abuela era una puerta que nunca querían abrir.

Willow se subió a la camioneta de su abuela y partieron. Apenas comenzaba a amanecer, el sol era una mancha naranja tenue contra el gris oscuro del cielo. Allí fue cuando su abuela volteó hacia ella y sonrió, una mueca forzada como si bajo su piel hubiera un robot oxidado. Le dijo que iban a ir a ver a una amiga suya y que no tuviera miedo.

Mientras miraba las plantaciones de maíz a cada lado, extendiéndose hasta rozar el horizonte, Willow se dio cuenta de que no estaba asustada. No entendía la situación ni lo que iba a ocurrir. Tenía cinco años, no sabía realmente lo que era el mal, ni podía imaginarse que estaba a punto de recibirlo.

El sueño comenzó a vencerla y se durmió de costado contra la ventana. De repente, una voz áspera dijo su nombre. Su abuela le estaba informando que habían llegado.

Una señora las esperaba en la entrada de su casa. El patio tenía plantas crecidas y dos estatuas blancas.

Willow nunca recordaría ese momento con claridad, estaba cansada y confundida. Al entrar a la casa lo primero que notó fue el olor a café y tierra húmeda, y el sonido de la televisión tan fuerte que se sentía mareada.

La señora puso su mano caliente y pesada sobre su frente, y le ordenó que cierre los ojos. Y lo hizo.

Entonces, la señora comenzó a insultarla. Su voz era monótona, como si recitara las palabras de memoria. Comenzó usando términos familiares para Willow, que a veces escuchaba en la boca de sus padres al pelear. Pero luego su discurso evolucionó hasta que cada frase dejó de ser comprensible para ella. Conocía las palabras por separado, pero no en ese contexto. ¿Qué significaba «tu alma es corrupta y está atada a la maldad»? Willow no lo sabía. Intentó liberarse de la mano de la señora y huir pero su abuela la tomó de los dos brazos, con tanta fuerza que dolía, impidiéndole moverse.

De repente, todo se puso negro. Ya no escuchaba su voz ni sentía el olor a café o el peso de la mano en su frente. No había sonidos ni tiempo ni pensamientos, solo ella existiendo en medio de la oscuridad absoluta, fuera de su cuerpo.

Luego, sin previo aviso, volvió a la realidad.

Ahora estaba en el hospital. Se sentía cansada y adolorida. Su madre gritaba y su padre la miraba pálido, como si no la reconociera. Dos enfermeras sosteniendola en cada lado. Tenía rasguños profundos que ardían en todo el cuerpo y un sabor extraño en la boca.

Cinco años. Willow creció con el mal adentro desde entonces.

La última de su especieWhere stories live. Discover now