Capítulo 4

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La punta de la flecha se deslizó por la cuerda, tensión intrépida hacia la sombra humanoide que se hallaba al otro lado del bosque, bastante lejos, justo detrás de un pino. Jimin tenía un ojo cerrado, para lograr un mejor enfoque. Inspiró. El corazón retumbaba en su pecho. Exhaló. La flecha tembló. Tragó. Apretó el estabilizador de la pluma, crujió. Olvidaba que era una simple rama pulida a la luz del amanecer. El aleteo de los pájaros despertó aún más su instinto, y creyó que sus orejas se moverían tal como si fuese un depredador en busca de señales que lo guíen a su presa. Presa que probablemente revertiría su rol y terminaría siendo él el cazado. Un copo de nieve cayó en su mano. Comenzó a nevar. Lo miró. Devolvió la vista al frente. La sombra ya no estaba.

Silencio.

Con prisa, apuntó al norte, al sur, al oeste. Cierta desesperación colmó su razón, y no fue sino hasta que Jungkook abrió la boca, que logró salir del trance en el que se encontraba.

—¿Cuánto falta?

Alejó el arco de su mejilla. Su pecho subió y bajó con constancia.

—Camina.

Jungkook lo hacía a cuestas, a duras penas había conseguido escapar del río. Jimin no lo ayudaría, en ningún momento ese fue su plan. Ahora resulta que, y para mala pasada de Jimin, debían arrancar a su hogar, de caso contrario, ¿dónde más se ocultarían, si el territorio seguro no poseía más camuflaje que los árboles y la nieve? Sin contar que el frío tomaba cada vez más protagonismo. Toparse con aquel muchacho significaba una carga innecesaria, que de hecho debió abandonar y fue un tonto por dudarlo demás.

Así que, si era su idea, que se las ingeniara.

Poco después de marcharse del río oyeron dos disparos más, seguido de una sepulcral serenidad. Jamás vieron a las personas, tampoco escucharon pisadas, pero aquella sombra sí parecía acecharlos. Demasiado callada, demasiado difusa y distante. Jimin creía que se la estaba imaginando. Tal vez era una ilusión por no dormir durante la noche, o el veneno de Jungkook le había afectado luego de ensuciarse con su sangre, no lo sabía.

—¿Lo viste? —preguntó al rato, sintiéndose perseguido.

—¿Qué?

Jimin miró una vez más sobre su hombro.

—Nada— dijo, más para sí que para el pueblerino. Negó con la cabeza en tanto, incluso si sabía que Jungkook no podía verlo. Él tampoco preguntó.

Las hojas marchitas, quemadas por el hielo, sostuvieron algunas pisadas de los chicos, y Jungkook, agotado, tropezó sobre ellas. Cayó apoyándose con una de sus rodillas, sin llegar a desplomarse. No se quejó, el vaho escapó de sus labios, de su nariz cuando quiso darse un tiempo para descansar, y en un suspiro lento, trató de alzarse.

"Ayúdalo".

Jimin lo observó por un instante, pero ignoró su impulso y pasó a su lado continuando atento al sendero, con el arco en sus manos, dispuesto a utilizarlo inmediatamente si se requería.

"No puedes".

Jungkook era un muchacho resistente, pese a que había perdido la guerra contra los de Kralan y había resultado ileso por poco, había sido uno de los cuántos que lograron regresar con vida. Que lo venciera el invierno y el veneno de un basilisco, era entregarse como ofrenda a la muerte, una barbaridad para cometer. Aunque Jimin quizá sí tenía razón en algo, y debía implorar perdón, regresar al pueblo, al reino, junto a sus compañeros, con su familia.

—No fui yo. No los traje— expresó, aún arrodillado. Sus labios agrietados temblaban, su brazo izquierdo, sin fuerzas, colgaba tocando el suelo con la punta de sus dedos. Estaban inflamados, impregnados del veneno negro y el frío.

Crisálida del Némesis (KookMin)Where stories live. Discover now