CAPÍTULO 51

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SILVER
Miércoles, 17 de noviembre de 2021

—Vuelvo enseguida —dijo Paola y salió de la sección de probadores de la tienda.

El lugar estaba atestado de chicas que me miraban de soslayo y con disimulo mientras me despedazaban con sus viperinas lenguas. Eso me hacía muy feliz. Había un placer enfermizo en que hablaran mal de mí y yo adoraba ser la mala del cuento.

—Víbora rubia —emitió una pelinegra, alzando la voz para asegurarse de que la escuchara.

Crucé las piernas y me giré hacia ellas. Las saludé con la mano y les dediqué mi mejor sonrisa. La cara que pusieron antes de darme la espalda fue digna de ser inmortalizada.

—Aquí tengo vuestros pedidos —anunció la empleada de la tienda, quien entró a la sección de los probadores con las manos ocupadas por percheros con los vestidos.

—Gracias —dijo la pelinegra de antes, con los ojos en mí—. ¿Puede subir la tele?

La empleada hizo lo que le pidió y una voz femenina inundó los probadores.

—... que solían ser la familia perfecta, resultaron ser un fiasco. Empezando por sus hijos…

Ella me sonrió con petulancia. Quizás creyó que oír como destrozaban a mi familia en televisión me iba a causar un dolor y una pena insoportable. Aquello era usual y nada podía afectarme más de lo que la soledad ya lo estaba haciendo.

—Hugo, el deportista, no ha dado la cara desde entonces —continuó la conductora— y ni siquiera se dignó a presentarse en la disculpa pública. Yong, el escritor, fue suspendido por pelearse en el instituto y ha sido multado innumerables veces por sobrepasar el límite de velocidad. Silver, la prodigio, no ha mostrado nada de arrepentimiento por sus acciones. —Hizo un breve silencio en el que negó con la cabeza—. ¿Está es la familia que todos admirábamos? ¿Una familia en la que los hijos tienen una relación amorosa? ¿Una familia con un matrimonio en apariencias? No, Villa Padua. Esta es la verdad sobre la familia González. Una verdad que siempre estuvo detrás de sus sonrisas impecables y sus buenos modales. Una verdad que…

De pronto, la pantalla se puso en negro.

Aparté la mirada de la tele y encontré a Paola con el control remoto en la mano, acribillando a la empleada con sus desdeñosos ojos La joven salió a toda prisa y detrás de ella tambien las chicas con sus pedidos en mano.

Las saludé otra vez y ellas respondieron con una mueca.

—¿Eso te causa risa? —atacó Paola. Lanzó el control al suelo y rebuscó en su cartera—. Voy a mandar a retirar los televisores. —Sacó su petaca—. Es inaudito que pongan esa mierda de programa en mi propia tienda.

—Señora, aquí está su vestido —anunció otra empleada entrando a los probadores.

Paola indicó con el dedo un cubículo en tanto hacia malabares para esconder la petaca.

—¿Qué esperas, niña? —preguntó cuando la joven se fue—. Quítate todos esos trapos.

Apreté la mandíbula, tomé airé y comencé a desvestirme.

Mi madre —si es que puedo llamarla así— se empinó de la botellita plana. Tosió un par de veces. Cuando se volvió a mí, yo ya estaba en ropa interior. Sacó su cinta métrica y comenzó a medirme para comprobar si por fin cabía en su hediondo vestido.

—Perdiste peso, pero sigues gorda.

Y cinco palabras eran suficientes para destrozar mi poca estabilidad mental.

—Mira toda esta grasa —añadió con asco y pellizcó la piel de mi cadera—. Cambiaré tu dieta. A partir de ahora solo comerás brócoli, manzana y pollo cocido.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora