CAPÍTULO 8

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SILVER
Viernes, 17 de septiembre

Esperé a que todos se sentaran en la mesa. Ahora, después de que Yong integrara a la fuerza al nuevo miembro de la familia González a nuestro círculo de amigos, la mesa estaba aún más concurrida: Guillermo y su nueva novia, una pelinegra de primero con un cuerpo colosal, mis hermanos, Mina y su inseparable amigo Logan.

—¿Cuándo el consejo tiene reunión? —me preguntó Guillermo. Era la primera vez en el curso que me dirigía la palabra por voluntad propia y no porque la cortesía social lo obligara. Para nadie era secreto que su promiscuidad lo hacía una persona detestable para mí; lo cual no podía ser un acto más hipócrita, mis hermanos eran los reyes de la promiscuidad en Padua.

Desbloqueé mi teléfono para ver la hora. Faltaban unos pocos minutos para las 12.

—Nelson y Laia están fuera, no podemos hacerla con solo tres miembros.

Noté cómo su nueva novia se tensaba ante la mención de la ex-novia.

—Estarán de vuelta este lunes —añadió él, abrazando a la chica por los hombros, quien, por alguna extraña razón, no había apartado los ojos de mí desde que había llegado a la mesa.

Relamí mis labios.

—Perdona, ¿cuál es tu nombre?

Guillermo torció el gesto y buscó con la vista a Hugo, como si le pidiera ayuda.

El moreno se encogió de hombros.

—Olivia —contestó, sosteniéndome la mirada sin vacilación. Ni siquiera su novio era capaz de mirarme a los ojos; de hecho, nadie en Padua tenía el valor de hacerlo, y ahí estaba ella, demostrándome que no me tenía miedo—, Olivia Fernández.

Me tendió la mano, las que estreché con gusto, no todos los días encuentras una chica así.

—Silver González.

—Lo sé. —Me dedicó una sonrisa escueta.

—¿Eres nueva en Padua?

—No, siempre he estado aquí. —Al notar mi cara de pasmo, añadió—. Aunque he cambiado.

Asentí.

—Dame tu teléfono. —Extendí mi mano abierta. Ella no dudó un segundo en entregármelo desbloqueado—. Llámame el fin de semana, salgamos. —Guardé mi número en su lista de contactos—. Preferiblemente después del medio día.

—Vale. —Tomó su teléfono—. Lo haré.

Esbocé una aguantada sonrisa y me puse de pie, arrastrando la silla con toda intención de exasperar a los demás. Yong, quien tenía un oído sensible, levantó la cabeza de su bandeja casi vacía y me dedicó una preciosa mirada —nótese el sarcasmo—, Mina y Logan le dieron pausa a su conversación por el ruido y Hugo me observó, ceñudo.

Olivia, en cambio, se echó a reír sin ningún disimulo.

—Iré al baño.

No esperé respuesta, tomé mi bolso y salí del comedor. Atravesé todo el pasillo hasta el final del primer piso y subí las escaleras. El tercer piso estaba en reparación, por lo cual era el lugar perfecto para tener reuniones privadas, tener sexo furtivo, vender y fumar hierba o simplemente hacer el vago.

El repiquetear de mis tacones fue el único sonido que me acompañó a mi destino.

Empujé la puerta del bloque de baños, convencida de que encontraría al asesino allí. No tenía miedo. Mi corazón estaba acelerado por la anticipación, pero en mi cuerpo no había una gota de temor; sabía que fuera o no el asesino, estaba a salvo. Era lo suficientemente inteligente para saber que alguien capaz de matar a dos personas en lugares concurridos no tenía que hacer mucho esfuerzo para acabar con un lobo solitario como yo.

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora