capitulo 17

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CAPÍTULO DIECISIETE
—¿Cuándo habéis llegado?
La pregunta rebotó en las paredes del túnel mientras Vida, Chubs, Cole —que acababa de llegar
— y yo nos dirigíamos hacia el bar.
—¿Por qué no nos habéis hecho saber que estabais tan cerca? Tenéis a Lillian, ¿verdad?
—Ah, sí, la tenemos —dijo Chubs, mientras miraba a Vida—. Y una explicación de por qué no
hemos llamado.
Vida resopló y se cruzó de brazos.
—¡Fue un accidente!
—Sí, bueno —dijo Chubs, mientras se ajustaba con delicadeza las gafas en el puente de la nariz
—, el móvil desechable que teníamos salió volando accidentalmente del coche y, accidentalmente,
alguien dio marcha atrás con el coche y le pasó por encima. Porque alguien iba con prisas después de
haber alertado accidentalmente a los rastreadores de que estábamos cerca al usar accidentalmente
sus aptitudes para quitar un poste de luz de la carretera después de haberlo atropellado,
accidentalmente, mientras daba marcha atrás.
—Es más mejor que alguien se calle la boca antes de que le parta todos los dientes,
accidentalmente. —Vida fingió darle un puñetazo en el hombro, en un gesto que resultó casi…
juguetón.
—Se dice «es mejor».
—¿De verdad? ¿Lecciones de gramática?
Mientras subíamos la escalera, dejé que Cole contara lo que había sucedido durante el ataque a
Oasis. Yo tenía demasiadas heridas recientes como para organizar lo que necesitaba decir y, peor
aún, el embotamiento de la cabeza me hacía sentir como si estuviera atrapada bajo el agua. No podía
mirar a Chubs a los ojos, por muchas argucias que utilizara para llamarme la atención. Liam le
contaría toda la historia y él se pondría del lado de su amigo, y yo, simplemente, no podía. No podía
con nada que no estuviera directamente relacionado con Lillian Gray o con Thurmond.
Vida nos hizo salir a los cuatro de la habitación trasera del bar y nos condujo a la sala principal.
Todo estaba cerrado y asegurado; se habían llevado las cosas útiles, como platos y vasos, al Rancho.
Las sombras eran tan ubicuas que casi pasé por alto la pequeña figura encogida en el reservado del
rincón más alejado.
Vestía vaqueros de una talla obviamente más grande y una camisa que debía de haber pertenecido
a un hombre. El pelo, rubio, lo llevaba recogido bajo una gorra de béisbol de los Braves. Inmóvil,
contemplaba el lugar con una mirada letal, atenta y escrutadora. La dureza de sus ojos, su actitud…
ya lo había visto antes, en su hijo. La imagen bastó para que me parara en seco y me heló la sangre.
Siempre había creído que Clancy se parecía físicamente a su padre, pero los detalles, el tamborileo
de sus dedos sobre los brazos cruzados… Ella no dijo una palabra, pero igualmente pude oír su voz,
el eco que había captado en la mente de su hijo. «Clancy, mi dulce Clancy…».
Aspiré una gran bocanada de aire.
—No la tenían en el Cuartel General de Kansas —dijo Vida—. Estaba en uno de los edificios
periféricos más pequeños. Supimos cómo encontrarla solo gracias a que interceptamos una
comunicación entre los agentes que hablaban de los planes para intercambiarla por los agentes que
habían capturado los hombres de Gray. Agentes a los que mantenían con vida «específicamente» para
recuperarla. Con lo cual, estabas equivocado, mamón —le hizo saber a Cole—, y es mejor que esto
haya valido la pena porque podría haber traído a Cate y no a la Looney Tunes esta.
Cole asintió y avanzó un paso, acercándose a la mujer con todo el cuidado y la prudencia que
emplearía con un animal espantado.
—Hola, doctora Gray. Aquí está a salvo.
La mujer no comprendió lo que le decía, o bien no le importó. Se sacudió las manos de Cole de
encima y salió disparada hacia la puerta. La forma en que aporreó la madera gastada con los puños
hizo que me dolieran las manos.
—Pálido…, ah…, fuera…, coche…, más…, ahora; ahora uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Las palabras apenas sonaban como tales y su énfasis y su tono eran extraños, como si hablara con
la boca llena o se estuviera mordiendo la lengua.
Me volví hacia Vida, que exhaló un suspiro de cansancio.
—Para alguien que no puede ni hablar ni entender nada, es un auténtico coñazo.
—Pero habla… —dije, aunque me interrumpió un grito gutural cuando Cole la levantó e intentó
mantenerle los brazos junto al cuerpo.
—No entiende nada; hemos intentado escribirle, hablarle con lentitud y en distintos idiomas —
dijo Chubs frotándose la barbilla—. Si le queda algo dentro de la cabeza, no sabe cómo sacarlo de
ahí.
Hay una diferencia entre estropeado y destruido. En el primer caso, se puede albergar la esperanza
de reconstruir el objeto, pero en el segundo…, simplemente no hay vuelta atrás.
Me llevé las manos a la cara y renuncié a establecer contacto con los ojos oscuros de Lillian
Gray, que recorrían rápidamente el espacio de la habitación que le habíamos asignado. Había llegado
al Rancho el día anterior, aterrorizada, y se había pasado la mañana íntegra en el mismo estado,
temblando como si la hubiéramos arrojado al Atlántico a mediados de enero. Era asombroso que aún
no se hubiera desmayado por el agotamiento.
Dentro de su mente…, no podría describirlo. En realidad, no había nada que describir. La
primera vez que me deslicé entre sus recuerdos retrocedí de inmediato, tan mareada que casi acabé
vomitando. Su mente estaba tan abarrotada… Vi relucientes fogonazos de imágenes que pasaban a
toda velocidad, sin orden ni concierto, en un cuarto de segundo, demasiado rápido para que yo
consiguiera aferrarme a alguna de ellas. Era tan intenso como estar dentro de un coche que acelera de
cero a cien. La fuerza me empujaba hacia atrás y me aplastaba contra el asiento, hasta el punto de que
me pregunté si lo hacía a propósito.
—Doctora Gray —le dije bruscamente, procurando atraer su atención otra vez—. ¿Puede
decirme su nombre de pila?
—Piiiiihlaaa —murmuró, y se llevó la mano a la gorra—. No… bien…, pálido…, sombra…
—Dios —dijo la senadora Cruz, cubriéndose el rostro con las manos—. ¿Cómo podéis
soportarlo? Esta pobre mujer…
Cole se separó de la pared en la que estaba apoyado, en el otro extremo de la habitación.
—Creo que por hoy ya ha sido suficiente, Joyita.
—Pero es que no he hecho ningún avance.
—Tal vez no haya ningún avance que hacer —dijo la senadora Cruz, detrás de mí.
Había sido el único asunto lo bastante importante para sacar a la exprimera dama del dormitorio
que le habían asignado y alejarla de Rosa. Yo casi deseaba que no hubiera venido, porque ya era lo
suficientemente malo sentirme decepcionada conmigo misma… y me partía el corazón decepcionarla
a «ella», después de todo lo que había hecho por nosotros.
—Ni siquiera lo he intentado dos días enteros —insistí—. Por lo menos dejadme intentarlo una
tarde más.
Lillian Gray se tumbó en la pequeña cama y hundió el rostro en la almohada. Yo percibía la
frustración que manaba de sus poros y no intenté cogerle la mano mientras ella aporreaba la cubierta
plástica del colchón una y otra vez.
Solté un suspiro y me froté la frente.
—Vale. Tomemos un descanso.
—¿Qué debemos decirles a los demás sobre su estado? —preguntó la senadora Cruz.
Vida y Chubs habían prometido mantener la boca cerrada y, si algunos de los chicos los
presionaban, dirían que la mujer estaba agotada y necesitaba descansar. Solo me proporcionaría un
poco más de tiempo para averiguar cómo ayudarla.
Decirles la verdad a los demás no era una alternativa viable para mí. Si veían que Lillian Gray,
su única oportunidad para descifrar toda la investigación y los datos de la cura que teníamos, se
encontraba… así…, lo único que ocurriría era que se pasarían con mayor razón al bando de Liam. El
bando que realmente parecía estar haciendo algo.
Desde el instante en que habíamos abandonado Los Ángeles, Cole y yo habíamos contado con
disponer de la información sobre la causa y la cura de la ENIAA para hacernos valer ante los chicos.
Pero tres semanas después, no teníamos nada para demostrarles que habíamos cumplido nuestras
promesas. Hasta los chicos rescatados de Oasis pasaban más tiempo en el garaje que en el Rancho
propiamente dicho. El único momento en que los veía era cuando venían a la cocina para recoger su
comida y, aun entonces, se iban a comer al garaje.
—Pondré la manija de la puerta del otro lado para que solo pueda abrirse desde fuera —dijo
Cole—. Si les decimos a los chicos que la dejen en paz, lo harán.
«Si alguna vez abandonan el garaje».
—Me preocupan los agentes… Cate —dije—. ¿Cuál será la reacción cuando adviertan que la
Liga ya no tiene a Lillian Gray para intercambiarla por ellos?
—La Liga mantendrá las apariencias mientras les sea humanamente posible —me tranquilizó
Cole—. Y ya te he contado lo que ha dicho Harry. Él y unos pocos miembros de su antigua unidad de
las Fuerzas Especiales investigarán los informes sobre un centro de detención clandestino cerca de
Tucson. Al parecer, están desempolvando las boinas verdes.
Cómo se las había arreglado Harry para obtener información sobre un centro clandestino que, por definición, no existía en los registros formales, era algo que se me escapaba. Sin embargo, no
deseaba presionar a Cole delante de la senadora Cruz.
—Eso parece prometedor —dijo ella dirigiéndome una breve sonrisa.
Yo negué con la cabeza. No era nada. Le quité la gorra y las zapatillas sucias a Lillian e intenté
meterla entre las sábanas. El rostro que me miraba estaba demacrado, pero todavía quedaba algo de
su rara belleza en él.
Entrecerró los ojos y, súbitamente, ya no la estaba mirando a ella, sino a su hijo.
—Alban querría que estuviera aquí con nosotros —le dijo Cole con suavidad—. Aquí tiene
amigos. Amigos. Seguridad.
—¿Alban? —Lillian se sentó con la espalda muy recta y las sábanas, que yo había preparado con
todo cuidado, se le enredaron entre las piernas—. ¿John?
Cole y yo intercambiamos una mirada, pero ella volvió a sumirse en su balbuceo absurdo con la
misma velocidad con que había reaccionado.
—Feli… el… enf… moh…
Cole se acercó al pequeño aparador que había a la derecha de la puerta y abrió el cajón.
—Doctora Gray, tenemos aquí algunas cosas que nos gustaría que viera después de haber
descansado un poco. Las dejaré aquí. Pueden ser un poco, eh, difíciles. Hay un gráfico…
—Gráaaaafico.
Cole levantó los papeles para que ella pudiera verlos y la reacción fue instantánea. Irguió la
espalda y los cogió.
—Cerebelo, glándula pineal, tálamo, foramen interventricular…
La calidad de su voz cambió por completo; era lúcida, casi consciente. Además, tenía un matiz
refinado, como si moldeara cada palabra con la lengua antes de pronunciarla.
—Vaaaale —dijo Cole, estirando la palabra—. Eso ha sido… imprevisto.
Y después la mujer se tumbó hacia el otro lado y no tardó en desmayarse.
Cole avanzó hacia la puerta, pero yo permanecí exactamente donde estaba, mirando el cuerpo de
Lillian tendido en la cama. No estoy segura de qué fue lo que me impulsó a intentarlo, solo sé que
había tenido la oportunidad de procesar lo que había visto en su mente y ahora me asaltaba la
curiosidad.
—¿Qué? —preguntó Cole, pero el sonido de su voz me pareció cada vez más lejano a medida
que me internaba en la mente de la mujer.
Establecí el contacto de la forma más suave posible, y en lugar de orientarme a través de las
resplandecientes escenas que aparecían detrás de mis párpados, me dejé llevar por su fluir. Vi libros
de texto apilados en un escritorio, personas jóvenes vestidas con ropa obsoleta de hacía décadas,
películas que se proyectaban en pantallas en la oscuridad, notas de exámenes, un ramo de rosas
blancas a juego con el vestido que ella llevaba…, que yo llevaba, mejor dicho. Una versión más
joven y más guapa del presidente la esperaba al final de un largo pasillo adornado con guirnaldas de
flores; hospitales, máquinas; salas de juego, ropas de bebé, un niño de pelo negro sentado a la mesa
de la cocina, dándome la espalda; todos estos pequeños instantes de recuerdos eran coherentes y
fluían con tanta suavidad como si yo los estuviera guiando con mi propia mano. Entonces, todos esos
atisbos de su vida cambiaron. Estallaron manchas con los colores del arco iris sobre las escenas; yo iba cayendo hacia atrás a través de una neblina blanca, nada sobre mí, nada debajo de mí.
Un sueño. Estaba dormida lo bastante profundamente como para relajar el cuerpo y la mente.
Cuando salí de su mente y me alejé de la cama, ella ni siquiera se movió.
—¿Qué? —preguntó Cole—. ¿Qué has visto?
Había visto una mente que funcionaba, que tenía recuerdos íntegros y coherentes. Y yo estaba más
confusa que nunca.
—Creo… —comencé a decir mientras me ponía de pie— que necesito hablar con Chubs.
Tal vez Chubs intuía que lo necesitaríamos o tal vez se tratara solo de su curiosidad natural, el caso
es que estaba en la sala de informática, sentado ante uno de los escritorios vacíos de la parte
delantera de la habitación. A su alrededor, como los muros de una fortaleza, se elevaban altas pilas
de libros gruesos e intimidantes. Unos cuantos Verdes se habían llevado los portátiles al garaje para
trabajar en el proyecto de Liam y Alice, pero Nico todavía estaba ahí, como siempre. Me vio antes
que Chubs y, por la expresión de su rostro, supe que deseaba hablar conmigo primero.
—Tres cosas —dijo—. Primero, ya está.
—¿Aquello de lo que hablamos? —le pregunté.
Me enseñó un sencillo lápiz de memoria que llevaba colgado al cuello de un cordel.
—Todo lo que necesito es encontrar uno más pequeño, que pueda modificarse para disimularlo
en la montura de las gafas.
—Eres el mejor —dije, y estaba siendo sincera.
Cole tenía razón; Nico era nuestro hombre, y no solo porque tenía algo que demostrar. Ante el
elogio, se sonrojó un poco y se movió inquieto; después bajó drásticamente la voz.
—Lo segundo, la otra cosa de la que hablamos.
—Hemos hablado de muchas cosas —le recordé.
Nico pinchó un lugar de la pantalla y apareció el ahora conocido registro del servidor.
—¿Alguien ha enviado algo? ¿Otra vez?
—Un correo electrónico, hace dos días, la noche antes de que os marcharais a Oasis. Esta IP es
de uno de los portátiles, mientras aún estaba en esta sala —continuó—. Se envió a una dirección que
ya ha sido borrada.
—¿Es posible que alguien estuviera contactando con Amplify? —pregunté, sin preocuparme por
ocultar la acritud de mi voz.
Él se encogió de hombros.
—Una vez más, la explicación más simple es normalmente la correcta.
Entrecerré ligeramente los ojos.
—Pero tú no lo crees, ¿verdad?
—Es que… es sospechoso. Liam habló como si ellos solo trataran con Amplify en persona, así
que no veo por qué ahora iban a estar filtrándoles archivos ni por qué. Este solo me llamó la atención
porque era un mensaje simple. ¿Crees que puede haber sido Cole?
—Se lo preguntaré —respondí—. No sé cómo ha estado comunicándose con su padrastro.
—Esta es una forma bastante segura de hacerlo —dijo Nico en tono de aprobación—. Y Liam y
los demás no han ocultado nada de su actividad después de enviar su paquete audiovisual, anoche.
—¿Tan rápido lo han acabado? —pregunté sin ambages—. ¿Algo de ello ha llegado a la prensa?
—Bueno… eso es lo tercero. —Pinchó una carpeta del escritorio del ordenador y se abrió otra
ventana—. Ahora está todo desconectado; los censores de Gray cerraron los principales sitios
nuevos hasta que quitaron la noticia, pero las fotos y el vídeo han estado apareciendo en los foros de
discusión, así como en varios de los sitios de noticias que Amplify provee, fuera de la red. Han
subido cientos de versiones del mismo sitio con diferentes dominios y términos de búsqueda
incluidos en su código para que aparezca al menos uno de ellos, según las palabras clave que la
gente utilice para sus búsquedas. He hecho capturas de pantalla de todo lo que he podido encontrar,
en caso de que quisieras verlo.
Como ejemplo, Nico abrió la captura de pantalla de la página de inicio de la CNN. La noticia no
solo aparecía en la página principal, sino que además ocupaba la mitad de la misma: mosaicos de
fotos del exterior del campo, de los chicos con el rostro borroso saliendo de las literas. Nuestra
espalda mientras corríamos por el pasillo, en aquellos últimos momentos, hacia la puerta. La foto de
mayor tamaño era de la pared, de las docenas de huellas rojas de las manos que, si se miraban
rápidamente, podrían haberse confundido con sangre. El titular que lo abarcaba todo era: «No es un
oasis: una mirada al interior de un campo de “rehabilitación”».
—También han publicado este vídeo —dijo Nico.
En cuanto se cargó, ya supe de qué iba gracias a la primera imagen congelada.
No se me veía el rostro, pues Alice lo había filmado todo desde detrás de mí para tener una
perspectiva clara de los niños que salían de las habitaciones.
—«Me llamo… —se me oía decir. Un pitido impedía escuchar mi nombre—… y soy de los
vuestros. Todos somos como vosotros, excepto la mujer de la cámara. Os sacaremos de aquí y os
llevaremos a un lugar seguro. Pero necesitamos movernos rápido. Tan rápido como podáis sin
haceros daño ni hacer daño a los demás. Seguidlos. Rápido, rápido, rápido. ¿Vale?».
Me aferré al borde del escritorio con la suficiente fuerza como para hacer que Nico retrocediera
al decir:
—Entiendo que no te han preguntado antes de usar esta grabación.
—No lo han hecho.
Y aquello también era demasiado personal; era como si me lo restregaran por la cara. El resto
del vídeo consistía en imágenes que habían editado de forma desordenada: los soldados de las FEP
atados y amordazados, un primer plano de los uniformes, el equipamiento con pegatinas militares…
Una selección perspicaz para intentar darle más autenticidad al relato.
—A juzgar por los comentarios que he leído en los diversos foros de discusión, parece que por
lo menos dos grandes periódicos han publicado la noticia. Sin embargo, cuando he intentado ver las
noticias de la tele por Internet, ya había gente del Gobierno analizándolas y señalando los detalles
que prueban, supuestamente, que son falsificaciones. ¿Sabes que también publicaron una lista de los
chicos? Fotografías individuales con información sobre lo que sus padres habían hecho por la
Coalición Federal.
—No lo sabía —dije, rechinando los dientes—. ¿Cole lo ha visto?
—Sí, conmigo, antes —respondió Nico—. Mira, probablemente están abajo felicitándose unos a
otros por todo esto. Pero la verdad es que no ha colado. Menos de veinte minutos después de que subieran la información, Gray limpió Internet. No solo eso, sino que desconectaron varias compañías
de alojamiento de páginas web. Los comentarios de los foros…, mira, ¿ves este? —dijo, al tiempo
que señalaba la hora indicada en la imagen—. Es de esta mañana, temprano, cuando han salido las
noticias.
El mensaje decía: «Esto es horroroso; ¿son todos así?».
—Y dos horas más tarde —dijo Nico—, el tono de los comentarios había cambiado.
«Esto debe de ser una falsificación. Está demasiado bien montado. Yo podría hacer algo así en el
patio de mi casa con unos cuantos actores».
El mensaje que seguía decía: «Entonces, ¿cómo han conseguido las imágenes de los chicos?
¿Imágenes de archivo? ¿Películas viejas?».
«¿Has oído hablar de Photoshop?».
—Mucha gente cree que no son auténticas —dijo Nico—. Una parte del problema es que ellos…,
nosotros, supongo, no tenemos nombre ni identificación como grupo. No podemos proclamar nuestra
responsabilidad por esto y ofrecer más pruebas provenientes de otros volcados de información.
Amplify solo es conocida por amplificar el impacto de la información que ya han publicado terceros,
de ahí proviene su nombre. Y ni siquiera ellos han tenido suficientes golpes de suerte como para
resultar creíbles a la población en general.
—Pero la gente ha visto las imágenes —dije yo.
Sin importar cómo lo contara Nico, esa era una pequeña victoria. Porque ahora, cuando los
demás pensaran en los campos, era probable que esas imágenes fueran lo primero que les viniera a la
cabeza.
—Eso no hará que Thurmond caiga —dijo Nico, con los ojos muy brillantes—. Yo creo en
nuestro plan. Es la única opción.
—Gracias, Nico —dije, y le coloqué una mano sobre el hombro—. Mantenme informada, ¿vale?
Nico asintió, volvió a su ordenador y sus dedos comenzaron a volar sobre el teclado. Me puse de
pie y regresé donde Chubs. Estaba parcialmente ladeado hacia el ordenador de Nico, con la
expresión de alguien que ha estado fingiendo no escuchar, cuando en realidad ha estado oyéndolo
todo.
—Me sorprende que no estés trabajando en el garaje —le dije, sentándome en el asiento vacío
que estaba a su lado.
—No tengo ni idea de qué es lo que quieres decir con eso —dijo Chubs, aunque era evidente que
él ya tenía el panorama completo. O, por lo menos, la versión de Liam acerca de lo que había
sucedido.
—No me cabe duda de que no —le dije—, pero si quieres bajar… puedo entender que escojas
ponerte del lado de Liam. Todos los demás lo han hecho.
Hasta Zu. «Hasta Zu».
Chubs dio un golpe en el escritorio con la mano abierta.
—Solo hay un lado. El de la amistad, la confianza y el amor, y ese es el bando en el que todos deberíamos estar, y me resisto a reconocer la existencia de cualquier otro lado. ¿Lo comprendes?
Yo parpadeé.
—Sí.
—Sin embargo —dijo Chubs—, como cofundador del Equipo Realidad, me siento inclinado a
pensar que el garaje es demasiado idealista respecto a lo fácil que lo tienen, tal como ha quedado de
manifiesto en tu conversación con Nico.
—¿Y qué piensa Vida? —le pregunté.
—Ahora mismo Vi está en el gimnasio —respondió—, no en el garaje. Y, por naturaleza, ella se
inclina hacia el lado que incluye las armas y las explosiones.
Asentí, y luego le indiqué los libros con un gesto. Ahora que estaban más cerca, advertí que todos
parecían textos médicos.
—¿Estás intentando averiguar qué le pasa a la doctora Gray?
—Sí —dijo él—. ¿Has avanzado algo con eso?
Respondí con una sonrisa a la breve sonrisa de Chubs.
—Es de lo más extraño —le dije—. Al intentar mirar dentro de su mente cuando estaba
despierta, todo pasaba con gran rapidez. No he visto más que colores y sonidos extremadamente
intensos e imágenes que se movían a gran velocidad. Pero al intentarlo mientras estaba dormida, he
encontrado recuerdos auténticos. Coherentes, íntegros.
—¿Has conseguido permanecer en su mente durante suficiente tiempo? Me refiero a la primera
vez.
—No, me he mareado.
Chubs asintió, asimilando lo que acababa de oír.
—Puede que esa sea la cuestión. Que esa sea la única forma que conoce de mantener fuera a los
Naranjas.
—Eso es lo que yo he pensado, también.
—Es lógico. Si sabes que tu hijo puede entrar en tu cabeza y convertirla en un lío, ¿no intentarías
aprender la forma de bloquearle la entrada? ¿De protegerte?
Alguien lo bastante inteligente y determinado para inventar una cura para esta enfermedad
tomaría todas las precauciones a fin de protegerse de ella.
—Por tanto, sus recuerdos están ahí y no han sido destruidos… —dijo Chubs.
Se quedó en silencio, mientras pasaba el dedo por el borde de uno de los libros abiertos.
—¿De dónde los has sacado? —pregunté, cogiendo el tocho más cercano.
—De una librería —respondió, y añadió rápidamente—: Fuera del horario comercial. Vida los
cogió para mí, porque yo fui demasiado cobardica para salir del coche.
—Me alegra que os hayáis detenido —dije, hojeando las páginas.
La mayoría de los libros versaban sobre anatomía, pero varios de ellos, incluido el que estaba
mirando en ese preciso momento, eran de neuroesto y neuroaquello. En la cubierta de todos ellos
aparecía una imagen de la mente humana.
Chubs me miró con una expresión imposible de interpretar.
—Clancy puede…, puede entrar en la mente de una persona, ¿no es así? ¿Qué puede hacer una
vez que ha entrado?
Pensé en lo que Chubs me preguntaba.
—Influir en sus sentimientos, mantenerla congelada para que no pueda moverse y… proyectar
imágenes en su mente para que vea algo que no existe.
Otra voz se sumó a la conversación.
—Y también puede… —dijo esa voz. Chubs y yo nos giramos hacia Nico, que lo único que
parecía desear era volver a zambullirse detrás de la gran pantalla de su ordenador—. No es que
solo…, no es que solo pueda hacerla quedarse inmóvil. Puede hacer que la gente se mueva. Como si
fueran marionetas. Vi cómo lo hacía algunas veces con los investigadores de Thurmond. Se metía en
sus mentes en medio de una conversación para escuchar lo que estaban diciendo. Para él era muy
difícil mantener el ritmo. La última vez que lo intentó, después tuvo que dormir todo un día para
recuperarse. Pillaba unas jaquecas terribles, por lo que tuvo que dejar de hacerlo.
Chubs me dirigió una mirada que interpreté perfectamente. «Jaquecas, no decencia».
—¿Puede afectar a los recuerdos de otra persona? —preguntó Chubs—. ¿Puede borrarlos…? En
realidad no creo que consista en borrarlos tanto como en suprimirlos. Pero… ¿puede manipular los
recuerdos de una persona?
—Puede ver los recuerdos de una persona… —dije. Me detuve súbitamente, medio aturdida tras
haber comprendido algo de repente—. Clancy solo veía mis recuerdos cuando yo lo dejaba entrar.
No creo que pudiera hacer eso por sí solo. El verdadero motivo de que me enseñara a controlarme en
East River era que deseaba averiguar cómo lo hacía yo.
—Ese otro Naranja que conociste, ¿qué podía hacer?
Martin. Me producía grima pensar en él.
—Manipulaba los sentimientos de la gente.
Chubs parecía intrigado y volvió las páginas del libro hasta dar con un diagrama que mostraba
cada sección del cerebro.
—Es fascinante…, todos usáis diferentes partes de la persona en contra de sí misma. Eh,
perdona, no he debido decirlo.
Levanté una mano.
—No pasa nada.
—Es complicado de explicar, pero aunque la mente contiene muchas estructuras, todas funcionan
juntas de maneras diferentes. En consecuencia, no es que accedas a distintas secciones del cerebro,
sino a los diferentes sistemas que contiene. Por ejemplo, el lóbulo frontal desempeña un papel en la
producción y conservación de los recuerdos, pero también desempeña un papel en ello el lóbulo
temporal. ¿Te parece sensato?
—Algo así. Entonces, crees que de algún modo lo que hago es interrumpir varias partes de ese
proceso según lo que estoy haciendo en cada momento, ¿no?
—Exacto —dijo Chubs—. Tal como lo veo, un «recuerdo» consiste en numerosos sistemas
diferentes, y todos ellos funcionan de maneras ligeramente distintas. Desde la creación, por ejemplo,
o la evocación de un recuerdo hasta su almacenamiento. —Chubs cogió el libro que tenía delante—.
El recuerdo de lo que este objeto es, de cómo lo levanto, de cómo leo sus páginas, de cómo me
siento con respecto a él… son todos sistemas diferentes. Mi hipótesis es que, cuando le «quitas» los
recuerdos a una persona, no se los quitas en absoluto, sino que alteras algunos de esos sistemas clave
y reconduces los recuerdos reales hacia otros imaginarios… O alteras el proceso de codificación
antes de que el recuerdo logre tomar forma y funcionen los neurotransmisores, de tal modo que la persona no puede…
—Vale, pero ¿cómo salto de un sistema a otro? ¿Cómo controlo otras funciones?
—No lo sé —respondió Chubs—, ¿cómo lo hiciste con Clancy?
Eso me detuvo en seco.
—Lo congelaste de la misma manera que él congeló a Liam y a Vi. ¿Qué has hecho que fuera
diferente?
—Fue… el propósito, creo. Me quedé completamente inmóvil y quería que él hiciese lo mismo…
—dije, atragantándome con las palabras.
«Mentes especulares».
Eso era lo que él me había dicho cuando yo no conseguía descubrir cómo salir de la oscuridad,
cómo cortar el hilo que nos unía. Cuando evoqué un recuerdo, mi control sobre su mente cambió a los
recuerdos. Cuando me quedé inmóvil y quise que él hiciera lo mismo, lo hizo.
Le expliqué la teoría a Chubs, que asintió con la cabeza.
—Tiene sentido. Cuando entras intencionadamente en los recuerdos de una persona, usas el
recuerdo de cómo hacerlo, no el recuerdo mismo. Vaya, me parecía menos confuso mientras lo
pensaba. En todo caso, supone ser vulnerable a que la otra persona tenga acceso a tus recuerdos, una
especie de empatía natural de tu parte. No puedo imaginar que él esté dispuesto a correr el riesgo de
ceder una parte del control que tiene sobre su propia mente ni que tenga una pizca de empatía.
¿Quieres experimentar con esto? Tal vez podamos constatar si consigues mover mi mano…
—No —dije, horrorizada—. Solo quiero conocer el sistema o la parte de la mente de su madre a
la que afectó para dejarla en este estado.
Chubs se reclinó en su silla, aún entusiasmado, casi regocijado.
—Me llevará un poco de tiempo averiguar la respuesta. Tendré que revisar todos estos libros.
—Eh, pringados —dijo Vida desde la entrada, todavía sonrojada y goteando sudor después de
haber estado haciendo ejercicio—. Creo que os gustará ver lo que están haciendo en el garaje.

Mentes Poderosas 3: Una Luz InciertaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon