capitulo 19

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CAPÍTULO DIECINUEVE
—¿Lo crees? —le pregunté—. ¿Que los Rojos hicieron algo así?
Cole me miró a los ojos.
—No sabes cómo me gustaría saberlo. Me dan ganas de…
—¿De qué? —le pregunté.
De repente se puso de pie, incapaz de permanecer sentado un segundo más.
—Tengo que decirte algo antes de entrar y presentar nuestro plan a los demás niños —dijo
mientras trataba de reprimir los espasmos nerviosos de la mano.
Yo retorcí las mías en el regazo mientras luchaba por mantener la voz calmada.
—¿El qué?
—Quiero que vayamos a investigar y documentar las actividades de un campamento, el de
Sawtooth, en Idaho. Clancy afirma que se trata de una de las instalaciones que utilizan para entrenar a
los Rojos.
—¿Y lo crees? —le pregunté, sacudiendo la cabeza—. Cole…
—Sí —dijo—. Lo creo, y no porque me haya manipulado. Todas las informaciones que me ha
proporcionado hasta ahora han dado resultado…, y le prometí que consideraría dejar que se
marchara si ayudaba. Obviamente, no iba a liberarlo, pero quería motivarlo.
—Pero ¿por qué? —le pregunté—. ¿Por qué tenemos que investigarlo?
—La senadora Cruz me dijo que necesita pruebas contundentes sobre el ejército de los Rojos
para asustar a la comunidad internacional y hacer así que pase a la acción. Quiero conseguírselas, o
al menos intentarlo. Si se trata de un callejón sin salida, que así sea. Pero dime que tengo tu apoyo en
esto. Te prometo que no afectará a nuestro asalto a Thurmond.
Mi paciencia finalmente cedió.
—Si quieres hacerlo, tienes que decirles a los demás que eres un Rojo. Solo así accederé a
apoyarte en esto.
Retrocedió, sorprendido.
—¿Y qué tiene eso que ver con todo esto?
—Estamos perdiendo el apoyo de los niños, lo sé. Necesitan saber de una vez por todas que
guardas nuestros mejores intereses en el corazón porque eres uno de los nuestros. —Percibí el
cansancio en mi propia voz—. Todo esto ya se ha alargado demasiado, ¿no crees?
Abrió la boca, enfadado y claramente a la defensiva, pero la cerró de nuevo y me estudió el
rostro. Después de un largo rato, dijo:
—Se lo diré a Liam. Empezaré por él esta noche. Luego, dependiendo de cómo me vaya, se lo
diré a los demás. ¿Te parece razonable?
Me sentí tan aliviada que a punto estuve de echarme a llorar.
—Sí. Pero tienes que decírselo antes de la reunión de esta noche.
Me hizo un gesto con la mano, aceptando, y se sentó.
—Pero antes de eso, quiero repasar contigo cómo creo que debemos hacerte entrar en Thurmond.
He pensado que preferirías hablar de esto aquí, en lugar de frente a los demás.
Asentí con la cabeza.
—Se lo diré, pero no hasta que todos estemos de acuerdo en la estrategia. ¿Sigues pensando en
dejarme en Virginia?
—Sí —dijo—. El objetivo es dejarte frente a un rastreador para empezar, mientras nos
aseguramos de que no te neutralicen desde el principio. Haremos una llamada falsa sobre un niño
Verde en libertad, y tú entrarás en la mente del rastreador antes de que pueda encontrar tu rostro a
través del programa. Te llevará a la base de las FEP más cercana para obtener la recompensa y lo
obligarás a hacer salir a un FEP para que te compruebe «oficialmente» y confirme que eres una
Verde. Tendrás que meterte en la mente de cada persona con la que te cruces, y no pueden saber la
verdad, de lo contrario nunca lograrás llegar a Thurmond. La clave está en controlar la cantidad total
de personas con las que puedes entrar en contacto en un momento dado. ¿Es factible?
—Sí —le dije, y el sentimiento de resolución hizo que se me tensara la columna vertebral—. Lo
es.
Nos reunimos en el garaje dos horas más tarde, y nos sentamos en círculo alrededor de la media luna
blanca pintada en el suelo. Yo había puesto sillas para Cole, la senadora Cruz y la doctora Gray, de
modo que pudieran sentarse mientras hablábamos, pero Cole se me acercó con otra silla, se colocó a
la derecha de esta y me empujó suavemente para que me sentara. Lo miré, tratando de leer en su
rostro cómo había ido la conversación anterior, pero su expresión era un lienzo en blanco.
Liam, por el contrario, parecía recién salido de una tormenta. Noté que tenía los ojos clavados en
mí todo el tiempo, pero no fui lo suficientemente valiente como para dejar que nuestras miradas se
encontraran.
—Como podéis ver, tenemos una nueva invitada en esta hermosa tarde —comenzó Cole, con los
brazos cruzados y una postura firme—. Ella es la científica que realizó la investigación sobre la
curación de la ENIAA, y está aquí para explicaros sus causas, así como en qué consiste exactamente
la curación.
Los susurros se extinguieron tan rápidamente que se podría haber escuchado el petardeo de un
coche a un centenar de kilómetros.
Lillian se alisó unas arrugas invisibles de los pantalones y comenzó a levantarse de la silla, solo
para cambiar de opinión y volver a sentarse. Algunos de los niños mayores debieron de reconocerla,
pero la mayoría… simplemente la miraban con asombro, totalmente ajenos a su apellido. Alice, por
su parte, era una historia diferente. Vi el momento exacto en que su mente establecía la conexión.
—Hola —dijo, con un profundo suspiro. Luego se volvió hacia Cole y le preguntó—: ¿Por dónde
debo empezar?
—Comience por las causas, termine por la cura —dijo.
—Ah. Bien. Inicialmente… Cuando se descubrió la enfermedad neurodegenerativa idiopática
aguda en adolescentes, la ENIAA, la suposición común fue que se trataba de algún tipo de virus cuya
manifestación era más pronunciada y mortal en los niños que en los adultos. Enseguida, la comunidad
científica demostró que era falso, ya que fuera de Estados Unidos, los casos demostraron ser bastante raros o mucho más leves en comparación. Después de varios años de investigación… Leda
Corporation concluyó sus experimentos y confirmó lo que algunos, incluida yo misma, habían
apuntado como posible causa.
Me incliné hacia delante en mi silla, con el corazón desbocado en el pecho. Me mordí el labio.
—Casi treinta años atrás, hubo un atentado…, varios, en realidad…, contra la seguridad de la
nación. Estos ataques bioterroristas fueron lanzados por enemigos de Estados Unidos… Todos
relacionados con la manipulación de los cultivos y el suministro de agua.
Liam se situó a un lado del grupo, junto a Alice. Había estado observando a la doctora Gray en la
pantalla digital de la cámara, pero ahora la miraba directamente, sobresaltado. Me moví con
impaciencia, esperando que continuara. Existían teorías desde hace años que afirmaban que la
ENIAA era el resultado de un ataque terrorista, por lo que no era una información nueva.
—El presidente en aquel momento, no mi…, no el presidente Gray, firmó una orden confidencial
para comenzar el desarrollo de un agente químico que contrarrestara y anulara una serie de venenos,
bacterias y fármacos que podían añadirse al suministro de agua de una población sin que nosotros
nos enteráramos. Leda Corporation desarrolló y distribuyó el producto químico, llamado Agente
Ambrosía, por las plantas de tratamiento de aguas de todo el país.
Me froté la frente con la mano y luché para que no se me desdibujara la visión.
—¿Probaron ese agente añadiéndolo a los minerales y compuestos habituales de nuestra agua? —
preguntó la senadora Cruz, pálida de ira.
La doctora Gray asintió.
—Sí, fue una prueba rutinaria. Los participantes firmaron acuerdos blindados de
confidencialidad y se les recompensó generosamente por su tiempo. Estudiaron a niños, adultos,
animales… Incluso a madres embarazadas, que lo pasaron de forma segura a sus bebés, sin
complicaciones ni defectos. Lo cierto es que los investigadores recibieron tanta presión por parte del
Gobierno para implementar rápidamente el programa que no pudieron estudiar los efectos del agente
a largo plazo.
«Nos envenenaron». Torcí el labio superior en un gesto de asco y tuve que agarrarme a la silla
para no ponerme en pie. «Nos envenenaron y nos encerraron por su error».
Cole se levantó de su silla y comenzó a caminar, con la cabeza gacha, mientras seguía
escuchando.
—El reciente estudio de Leda concluyó que el Agente Ambrosía es lo que llamamos un
teratógeno, lo que significa…, lo que significa que el cuerpo de las mujeres que bebían el agua
tratada sin saberlo asimilaba la sustancia, y eso afectó a las células del cerebro de sus hijos in vitro.
La conclusión que sacó ese informe es que las mutaciones se mantuvieron latentes en la mente de los
niños…, en vuestra mente…, hasta que llegasteis a la pubertad, alrededor de los ocho, nueve, diez u
once años de edad. El cambio en vuestros niveles hormonales y en la química del cerebro
desencadenó la mutación.
—¿Por qué murieron tantos? —dijo Cole, al que ya le empezaban los espasmos en la mano.
—Sus madres ingirieron mayores cantidades de la sustancia química, o quizás hubo un tercer
factor ambiental, no especificado. —Lo dijo con tanta frialdad profesional, con tal desapego, que me hizo enojar de nuevo.
«También le sucedió a usted. ¿Por qué no está enfadada? ¿Por qué no está furiosa?».
Olivia se puso de pie; la visión de su rostro lleno de cicatrices hizo que la doctora Gray se
encogiera, impresionada, sin apenas darse cuenta.
—¿Cómo se explica nuestras aptitudes diferentes? ¿Por qué podemos hacer ciertas cosas?
—La hipótesis común es que todo tiene que ver con la genética, con la química individual del
cerebro y con las vías neuronales que se ven afectadas en el momento del cambio metabólico.
—¿Ese agente químico todavía está en nuestro suministro de agua?
La doctora Gray vaciló el tiempo suficiente como para que supiéramos la respuesta antes siquiera
de que abriera la boca.
—Sí. Aunque ahora que Leda ha confirmado que el Agente Ambrosía es el culpable, yo diría que
es justo asumir que es más que probable que introduzcan un producto químico de neutralización en el
suministro de agua de las grandes ciudades. Pero si consideramos la cantidad de mujeres y niños que
han ingerido agua contaminada, puede pasar toda una generación, o dos, antes de que comencemos a
ver niños sin la mutación.
«Generación». No solo meses o años. «Generación». Me tapé la cara con las manos y respiré
hondo.
—Eso explica lo que pasó —dijo Cole—, pero… ¿cuál es su método para curarlo?
La doctora Gray cambió de postura, se relajó un poco. Aquel era su territorio, y se sentía
claramente más cómoda en él.
—La comunidad científica sabe desde hace tiempo que, en esencia, las habilidades psiónicas
implican un cambio del flujo normal de electricidad en el cerebro. Alcanza el máximo, en realidad.
Cuando… cuando un niño clasificado como Naranja, por ejemplo, está influenciando a alguien, lo
que hace es manipular el flujo eléctrico en el cerebro de la otra persona, manipular sus sistemas y
procesos habituales. Que es más o menos lo que un niño clasificado como Amarillo hace a una escala
mayor, pero en el exterior, cuando controla la corriente eléctrica de una máquina o de una línea de
alimentación. Etcétera. Todo, incluidos nosotros, está hecho de partículas, y estas partículas tienen
cargas eléctricas.
Independientemente de si la estábamos entendiendo o no, continuó.
—La cura no es una cura, sino más bien un tratamiento de por vida. Gestiona, en lugar de curar, el
mal.
El corazón me dio un vuelco. Evoqué la cara de Clancy cuando me había dicho exactamente lo
mismo, pero yo no me lo había creído porque… porque mentía todo el tiempo, porque una verdadera
cura tendría que erradicar la mutación del todo.
—Es una operación en la que se implanta algo llamado estimulador cerebral profundo, que en
esencia es una especie de marcapasos cerebral. Depende en gran medida de las aptitudes, pero
cuando se implanta el estimulador, en todos los casos libera una carga eléctrica propia. Regula el
flujo anómalo y lo adapta al de un ser humano normal.
—Neutraliza las capacidades —aclaró Cole—, en lugar de eliminarlas.
—Sí, eso es.
—¿Y este procedimiento se puede realizar de manera segura? —preguntó Alice—. ¿Lo ha
probado alguna vez?
—Sí —dijo ella—. He tratado con éxito a un niño.
—Uno no es exactamente un historial de éxitos, doctora —dijo Cole—. Uno no nos da ningún
tipo de garantías.
Ella se limitó a levantar las manos y dijo:
—No tuvimos tiempo para más. Lo siento.
—Y la idea es… —empecé a decir, pero apenas podía formular la pregunta. Me sentía aplastada
por todo aquello, asfixiada por la ira—. ¿La idea es que cada niño que nazca reciba el tratamiento y
eso impedirá que muera o cambie en la pubertad? ¿A qué edad?
—Alrededor de los siete años —dijo Lillian—. Sin embargo, puede que tengan que someterse a
revisiones regulares.
Eso hizo que un murmullo de inquietud se elevara entre el grupo de niños, que finalmente
parecían estar despertando de su conmoción.
—¿Cuáles son los próximos pasos? —preguntó Alice, recolocando la cámara—. Todo esto es
increíble, pero no tenemos ninguna prueba sólida de que el Agente Ambrosía se añadiera al
suministro de agua. Leda cerró enseguida el programa de investigación. Ninguno de los Verdes ha
conseguido información alguna.
—¿Cuál sería una prueba suficiente para ti? —preguntó la doctora Gray.
Alice no tuvo que pensárselo mucho.
—Algún tipo de documentación que demuestre que se encontraba en la mezcla del tratamiento.
—Podríamos ir a alguna planta de tratamiento cercana —dijo Liam—. Forzar la entrada, tomar
fotografías y tratar de encontrar una copia impresa o información en los ordenadores.
—Eso podría funcionar —dijo Alice, con un brillo en los ojos—. Creo que tendríamos que
asaltar al menos cinco o seis, por si acaso alguna resulta ser un fiasco. Y en diferentes estados
también, para que sepan que no se limitaba a California. ¿Tenemos suficiente gasolina para llevar
esto adelante?
—Espera…, espera… —dijo Cole—. Nuestra prioridad ahora es tratar de pasar inadvertidos,
perfeccionar el éxito obtenido en Thurmond y mantenernos a la espera de refuerzos. Si alguien sale,
será solo para reunir más fuerzas para la lucha.
—¿Refuerzos? —repitió Liam, casi gruñendo. Cole arqueó las cejas—. Serás cabrón —estalló
Liam—. ¿Harry? ¿Quieres que Harry luche?
—Se ofreció como voluntario. Él y su unidad de cuarenta chicos y chicas exmilitares están
dispuestos a arrimar el hombro. —Cole se volvió para dirigirse a los niños—. Al contrario de lo que
él os ha estado diciendo, yo nunca le pediré a nadie que luche si no quiere hacerlo.
—¿Cuántas veces tenemos que perforarte el cráneo antes de que captes la realidad? —preguntó
Alice—. Los niños no quieren ninguna lucha.
—Oh, sí quieren —dijo Cole, rodeando el círculo para ponerse directamente delante de ella—,
pero no quieren tener que librarla ellos mismos.
—No, queremos coordinar una ofensiva mediática con la verdad —dijo Liam—. Para difundir la
ubicación de los campamentos que conocemos, junto con las listas de los niños que están dentro.
Dejemos que sea el pueblo estadounidense el que se levante y vaya a por ellos. Provocará algo de
caos, pero ahora que tenemos la información de que la ENIAA no es contagiosa, aumentan las probabilidades de que las potencias extranjeras acudan como una fuerza de paz. ¿No es así, senadora
Cruz?
—No tenemos garantías… —dijo—. Pero podría tratar de trabajar con eso.
—Usted sobrestima el interés de la gente —le dije, sacudiendo la cabeza y observando con cierta
satisfacción que los demás se detenían a escucharme—. He visto demasiadas veces que la única
manera de conseguir lo que queremos, la única manera de obtener nuestra libertad, es hacerlo
nosotros mismos. Los campos tienen sofisticados sistemas de seguridad, y Gray ha demostrado una y
otra vez que hará lo que sea para salvar el culo. ¿Qué hará un minuto después de que hayamos
emitido la información sobre los campos? ¿Se llevará de allí a los niños? ¿Los usará como rehenes,
se los llevará lejos y los matará para enterrar las pruebas?
Si cuando habían planificado el asalto habían pensado en todo esto, no se les notó en el rostro. Y
el hecho de que la doctora Gray no tratara de rebatirme, me hizo pensar que aquella posibilidad era
evidente.
—No podéis soltar la información sobre el Agente Ambrosía y ya está. Lo siento, pero no —dijo
ella—. Estáis subestimando gravemente el pánico generalizado que inducirá en la población.
—Es cierto —dijo la senadora Cruz—. Preferiría no ver a la gente matarse unos a otros para
llegar a las fuentes naturales de agua. Pero estoy de acuerdo con Alice en que necesitamos pruebas;
no para la población, sino para nuestros aliados extranjeros.
La agitación que recorría la habitación era palpable: los niños ya se ponían en movimiento,
asignando los grupos para encargarse de las instalaciones de tratamiento de agua. Y allí estaba Cole,
observándolo todo. Sufrió un espasmo doloroso en la mano cuando la levantó para frotarse la nuca, y
me pregunté si él también sentía la lenta desintegración. El tren que había estado tan claramente bajo
nuestro cuidado había descarrilado por completo. Cuando me miró, percibí una súplica silenciosa en
su expresión, una desesperación que nunca antes había visto en él.
No pude soportarlo, aquello me enfureció de verdad. Él había hecho todo lo posible para
ayudarnos. Para tomar las decisiones difíciles. ¿Y ahora trataban de quitárselo de en medio? ¿Liam y
Alice trataban de intimidarlo? En aquel instante podría haberse ido de la habitación y creo que nadie,
excepto yo, se habría dado cuenta.
—Bueno —dijo finalmente—. Tengo un poco de información para vosotros, si es que la queréis.
Alice entornó los ojos.
—Ya me parecía a mí.
—Dices que quieres contarle al mundo la verdad sobre estos niños, pero en realidad solo harás
que los de fuera los vean dignos de lástima. —Cole se metió las manos en los bolsillos traseros de
los vaqueros y fue alzando la voz a medida que el estruendo se desvanecía a su alrededor—. Lo que
motiva a la gente, incluso más que la ira, es el miedo. Podéis seguir adelante y publicar toda la
información sobre el Agente Ambrosía, a ver dónde aterriza este país cuando la gente comience los
disturbios en las últimas fuentes de agua dulce no contaminada. O bien podéis mostrarles la carta
escondida de Gray, que ha estado formando un ejército de Rojos.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Alice.
—Todos habéis visto hoy lo que ha pasado en el Cuartel General de Kansas —dijo Cole—. Pero
lo que la noticia no ha dicho es que hay informes de que eran Rojos, y no una unidad militar, los que han atacado el cuartel.
—Oh, informes convenientes sin nada que los respalde —dijo Alice agitando la mano.
Pero, como mínimo, ahora Cole llevaba de nuevo las riendas de la conversación. La estaba
dirigiendo, sin dejar que discurriera a su alrededor.
—Mi fuente de confianza dice que hay un campo de Rojos no muy lejos de aquí, en un lugar
llamado Sawtooth. Me gustaría ir y documentar pruebas de que están allí, de su entrenamiento, de la
propia existencia del campamento, y me gustaría dárselas a usted para Amplify, con la condición de
que las utilice en conjunción con el actual plan de ataque al campo.
—¿De dónde proviene la información? —preguntó Liam, con los ojos entrecerrados en un gesto
suspicaz.
—De una fuente de confianza —repitió.
Su hermano hizo un gesto de impaciencia. Alice, sin embargo… Cole la había calado bien. Era
como un gato que ha visto a un ratón corretear por las tablas del suelo. Quería aquella historia y no
correría el riesgo de que alguien llegara antes que ella.
—Muy bien, a ver qué te parece esto —comenzó ella—. Nosotros enviamos cinco equipos a las
instalaciones de tratamiento de agua, y tú puedes llevarte a un pequeño grupo para evaluar la
situación. Sacar algunas fotos…
—Solo necesito a una persona —dijo, mirándome.
—Iré yo —dijo Liam, antes de que yo pudiera abrir la boca. Apretó la mandíbula, retando a su
hermano a que lo rechazara.
Cole cruzó los brazos sobre el pecho, y me miró rápidamente de nuevo, en busca de un
salvavidas.
Él no quería que Liam lo acompañara. Y no tenía nada que ver con el hecho de que Liam fuera o
no capaz de manejar la situación, ni en si confiaba en él. Lo vi claro.
—Todavía me gustaría ir —le dije—. Creo que…
—Ha dicho que con uno más bastaba —presionó Liam volviéndose hacia su hermano—. A menos
que pienses que voy a joderte tu bonita misión.
Cole resopló, torciendo los labios en una sonrisa triste.
—Está bien, todo arreglado. Ahora… que alguien me hable de cómo está el coche. ¿Cuánta
gasolina tiene ahora?
Finalmente, la doctora Gray volvió a su asiento y fijó la mirada en las manos, que tenía sobre el
regazo, mientras la senadora Cruz le preguntaba algo. La reunión acabó y se decidió que se formarían
cinco equipos para entrar en las instalaciones de tratamiento de agua, con Alice a la cabeza. Se
dividirían por estado y ella elegiría a qué equipo quería unirse.
No me quedé para escuchar la conversación entre Cole y Liam. Giré sobre mis talones,
vagamente consciente de que Chubs me decía algo mientras me adentraba de nuevo en el túnel,
cruzaba el Rancho y regresaba a la sala de ordenadores vacía. Me senté de nuevo frente a los
ordenadores de Nico y encendí las noticias.
—«… obviamente es terrible si es cierto, y el presidente tendrá que dar una cantidad
considerable de explicaciones…».
Era la única que aún funcionaba; las demás las habían ido desconectando, una por una. Había un patrón: una cadena de noticias emitía entrevistas de los niños, la conversación entre los
presentadores oscilaba peligrosamente hacia el «esto es un campo de verdad» y la conexión se
cortaba. La cadena parecía tratar de evitar la censura haciendo que el comentarista invitado ejerciera
de abogado del diablo y no de experto: «Pero ¿y si estos niños no han sido entrenados, y esto no es
más que un truco para llamar la atención de los padres? Y si los han sacado de su programa de
rehabilitación, entonces, ¿no están sus vidas en peligro? Nuestra atención debe centrarse en
devolverlos a sus campos antes de que sea demasiado tarde».
El conductor del programa arqueó las cejas, pobladas y grises, y dijo, con su voz profunda y
penetrante:
—¿Han visto realmente las entrevistas? Afirman que no hay un programa. Se basan en el hecho de
que ha pasado casi una década y hemos tenido poca o ninguna noticia del progreso en la búsqueda de
una cura, y yo me inclino a estar de acuerdo. No creo que estos niños se arriesgaran a exponerse
sin…
La emisión de vídeo dio paso a la electricidad estática.
«Se acabó», pensé frotándome la cara. La habitación estaba caldeada, las máquinas murmuraban
un sonsonete en perfecta armonía. Cuanto más tiempo escuchaba, con los ojos cerrados, más fácil me
resultaba procesar la marea de información que nos había caído encima durante la tarde; más fácil
era dejar que me invadiera una rabia silenciosa.
¿Qué sentido tenía ahora mantener dentro mi furia sobre las decisiones que se habían tomado casi
veinte años atrás?
Y esa «cura», menudo chiste. Rendirse a un procedimiento invasivo que podría o no podría
funcionar era un parche más en el problema, no una solución. Me sentí extrañamente traicionada por
mi propia esperanza. Pensé que me había esforzado mucho por no confiar en las cosas que estaban
completamente fuera de mi control. Pero aun así… Aun así, me dolía.
¿Por qué liberar a alguien si no tenía futuro? Me dolía la garganta solo de pensarlo. Al menos en
los campos estaban protegidos de todo aquello a lo que tendrían que enfrentarse aquí. ¿Cuántas
personas realmente les darían la bienvenida a los «monstruos» si caminaran libres por las calles?
Luché contra el instinto de acercarme a la imagen de satélite de Thurmond, de arrancarla de la pared
y rasgarla con las manos, destrozarla en mil pedazos solo para que coincidiera con la manera en que
a mí me estaban destrozando por dentro. ¿Por qué no dejar simplemente que sacaran de allí a los
niños y que las FEP y los militares arrasaran los edificios sin dejar siquiera una cicatriz en la tierra?
«Porque si los niños están en los campos, podrían verse obligados a recibir el procedimiento, lo
quieran o no».
«Porque merecen tener la posibilidad de elegir cómo quieren vivir sus vidas».
«Porque no han visto a sus familias durante años».
«Porque lo correcto es salvarlos».
Me puse de pie y estiré las extremidades entumecidas mientras me acercaba a la imagen de
satélite del campamento. Alisé una esquina que estaba despegándose de la pared. Las anotaciones
que había hecho todavía estaban allí, y vi las nuevas flechas que Cole había dibujado, destacando el
flujo del asalto. Él quería que nosotros entráramos por la puerta frontal con vehículos militares. Nos tomarían, tenía el presentimiento, por unidades de apoyo para el traslado o por fuerzas adicionales.
La primera unidad se desplegaba entre la enfermería y la torre de control, con grupos más pequeños
de combatientes en parejas y tríos que avanzaban a través de los círculos de cabañas.
Retrocedí hasta sentarme en una de las mesas vacías para captar una perspectiva de todo.
«Es lo que hay que hacer». Solo sería cuestión de convencer a todos los demás.
La puerta de la sala de informática se abrió y me volví, al tiempo que decía:
—¿Cómo lo hiz…?
Pero no era Cole. Era Liam. Con la mandíbula apretada y una mirada atormentada en sus ojos
azules. Incluso aunque yo no hubiera sido capaz de percibir la ira que emanaba de él, solo el esfuerzo
que invirtió en entrar y cerrar la puerta con cierta apariencia de calma ya lo hizo temblar.
Todo mi mundo se inclinó hacia él. Ahora tenía demasiados vacíos dentro de mí, y no sabía si él
estaba allí para llenarlos. El anhelo se convirtió en un dolor sordo que jugaba con mi mente. Creo
que también lo vi en sus ojos mientras me miraba. Su ira se unió a mi desesperación y las chispas de
la colisión cristalizaron, nos atraparon en aquel momento de silencio cargado.
—Lo siento —dije finalmente—. Sé que es demasiado tarde, pero lo siento.
Liam se aclaró la garganta.
—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —dijo en voz baja.
No tenía sentido mentirle, tratar de encubrir la verdad. Simplemente, no podía hacerlo más. No
podía tener esa culpa bajo la piel, que se me clavaba hasta los huesos a cada pequeña mentira. Cole
me había pedido que mantuviera su secreto y lo había hecho, porque sentía que él tenía derecho a
luchar a brazo partido con sus aptitudes en sus propios términos y en su propio tiempo. Pero yo nunca
debería haber dejado que aquella farsa continuara durante tanto tiempo, no cuando servía más para
romper las cosas que para unirlas.
Y en este punto, no estaba segura de que fuera posible que Liam me odiara más de lo que ya me
odiaba.
—En el Cuartel General —dije—, cuando él y los demás agentes entraron para recuperarlo, me
salvó la vida. Fue entonces cuando lo vi.
Liam respiró hondo y, con un movimiento furioso, dio un puñetazo contra la pared junto a la
puerta, con la fuerza suficiente para romper el yeso.
—¡Mierda! —dijo, saltando hacia atrás y agarrándose la mano—. Por Dios, ¿por qué me dijo
ella que me haría sentir mejor?
Me puse de pie y me acerqué a él, sin pensar en mí misma.
—¿Quién…? ¿Alice? —pregunté, odiando la amargura de mi propia voz.
—Sí, claro, porque una periodista es la primera persona con la que voy a hablar después de
descubrir que mi hermano es un Rojo —soltó—. Me refiero a Vida. Cuando le pregunté dónde
estabas.
—Oh. Lo siento —le dije.
No me había dado cuenta hasta ese momento, al escuchar esas dos palabras salir de mi boca, de
lo mucho que me había esforzado por mantener el equilibrio sobre la punta de una aguja. Pero fue
como si toda la fuerza me hubiera abandonado…, como si se hubiera escabullido. Sentí que si daba
un paso más las rodillas no me responderían y me derrumbaría. No podía encontrar las palabras que
necesitaba, no podía combinarlas. Hundí el rostro en las manos y lloré, sin reprimirme lo más mínimo.
—Lo siento, lo siento, lo siento…
Lo oí venir hacia mí y, a través de los dedos, vi cómo se sentaba en el suelo, a poca distancia, y
se apoyaba en la mesa. Descansó los brazos sobre las rodillas y dejó que la mano derecha, hinchada,
colgara en el aire. No dijo nada, pero no supe si porque esperaba a que yo terminara o porque
esperaba algo de sí mismo.
—Dice que te hizo jurar por tu vida que no me lo contarías —dijo, ahora con voz ronca—. Eso
debería culparlo a él, no a ti.
—Sí, pero yo podría habértelo dicho de todos modos —dije en voz baja.
—Pero no lo hiciste.
—No, no lo hice.
Pasándose las manos por el pelo, dejó escapar un gruñido de frustración.
—Ruby… Puede que al menos me ayudes a entender por qué. Quiero entenderlo. Esto me está
matando. No entiendo por qué nadie… ¿Por qué ninguno de vosotros lo intentasteis siquiera?
—Porque… Sé lo que se siente al… —Luché por encontrar las palabras adecuadas, pero cada
vez que creía tener el control sobre ellas, se me escapaban—. Es diferente para nosotros, para él y
para mí. Los peligrosos. Sé que no quieres oír esto, lo siento, pero es verdad. Lo vi en la forma en
que las FEP trataban a los niños Naranjas y a los Rojos en Thurmond, lo vi en lo difícil que le resultó
a Zu luchar para aprender a controlar sus aptitudes, y lo veo en el rostro de cada niño con el que
hablo. Así que sabía exactamente por qué Cole no te lo dijo ni a ti ni a tus padres. Yo vivía con el
temor de ser descubierta, y él sentía lo mismo. Primero con su familia, y luego con la Liga.
—¿Nadie en la Liga tenía ni idea? —preguntó Liam con incredulidad.
—Solo lo sabían tres personas: Alban, Cate, yo. Nadie más.
Soltó un suspiro áspero y sacudió la cabeza.
—Me gustaría que esto se me diera mejor, poder explicarme mejor —dije—. Simplemente, seguí
pensando en cómo mantener mi propio secreto durante tanto tiempo. Seis años. Y entonces, en
cuestión de segundos, tuve que mostrarte todo lo que yo era para alejarnos de esa mujer. De alguna
manera fue la decisión más difícil y al mismo tiempo más fácil que he tomado nunca, porque
significaba que vosotros estaríais a salvo, pero también significaba que esto terminaría y no quería
perderos a los tres si lo sabíais.
—Tú… en el bosque, después de que el rastreador tratara de cogerte —dijo evocando sus
recuerdos—, cuando pensaste que íbamos a dejarte atrás.
—Sí —admití. Y luego, con un fuerte dolor en el pecho, añadí—: Pero tú me hablaste, me dijiste
que todos me queríais. No puedes saber lo que se siente después…, después de estar sola en el
interior de tu cabeza durante tanto tiempo. Me cambió la vida. Y sé que suena estúpido, pero creo
que una parte de mí se sentía como si yo pudiera ser eso mismo para él. Podía hacer que no se
sintiera tan avergonzado de ser lo que era, que se sintiera cómodo siendo uno de nosotros para no
estar tan solo. No me parecía bien, ¿sabes? Él todavía está atrapado en este espacio incierto. No ser
uno de nosotros, pero tampoco un adulto.
—Eso lo decidió él —dijo Liam—. Podía habérnoslo dicho.
—¿Viste cómo reaccionaron la mitad de los niños cuando ocurrió lo del campamento Rojo? ¿Olivia? ¿Brett? Él no pensó: «¡Oh!, pero he demostrado que las historias eran erróneas». Pensó:
«Me odian, me tendrán miedo, nunca serán capaces de mirarme a los ojos de nuevo».
Liam se miró las manos.
—¿Todavía sigues pensando esas cosas?
—Vienen y se van —dije en voz baja—. A veces. Cuando estoy contigo, me siento como si
fuera… Como un rayo de luz del sol, ¿sabes? Mandas lejos las cosas malas. Con Cole, él entendió la
oscuridad que nunca podré sacudirme de encima. Yo solía pensar que él era el tipo de persona que no
tiene miedo de nada, pero tiene miedo de su propia sombra, Liam. Hasta esta noche no creo haber
entendido el miedo que tenía él de que tú lo vieras tal como es.
—Pero eso es tan injusto —dijo Liam, con la voz tensa tras una segunda oleada de ira—. Sé que
no está bien, pero lo odio por pensar que yo y mamá y Harry, que alguno de estos niños que
básicamente adoran el suelo que pisa, lo amaríamos menos. Me gustaría que hubiera confiado en
nosotros. Podríamos haberlo ayudado. Nada ha cambiado para mí.
—¿Nada?
—Nada —repitió con vehemencia—. Solo que ahora sé que él no incendiaba mis juguetes con
cerillas porque era un imbécil. Supongo que eso ya es algo.
—No podía controlarlo —le dije—. Y aún sigue luchando contra eso.
Liam no parecía muy convencido.
—Después de su pequeña demostración, nunca se sabe.
—No puede —insistí—. Depende de la situación.
«Como cuando él está aterrorizado porque cree que te han herido o que estás muerto».
—Pero si tú has podido aprender a controlarlo, él también puede, ¿verdad?
—Aprender a controlarte no significa que la gente confíe en ti para tomar buenas decisiones,
¿verdad? —dije. Sentí que la voz se me quebraba a mitad de la frase y, de inmediato, me arrepentí de
haber sacado el tema.
—¿Qué estás…? Ah…, tú… —Liam unió bruscamente las cejas. Vi cómo remitía la ira,
sustituida por una sorda conmoción—. ¿Encontraste… mi nota? Ruby, ¿por qué no dijiste nada?
—¿Qué podía decir? Hacías bien en no confiar en mí. Mira a lo que te ha llevado confiar en mí.
—¡No! Maldita sea, yo nunca debería haber escrito aquella estupidez, pero estaba tan seguro de
que haría que me fuera… De que iba a convencerte de que yo tenía que irme.
Me aparté, sin querer oír la explicación, no cuando todavía sentía el dolor tan fresco como
aquella noche. Pero no dejó que me marchara. Liam se volvió hacia mí, y por primera vez en lo que
parecían años, me tocó, me cogió por el hombro. En el momento en que flexionó la mano, hizo una
mueca.
—¡Ay, joder…!
—Déjame ver.
Con cuidado, le cogí la mano entre las mías y la examiné. El roce de su mano fue suficiente para
que me volviera el pulso, para encender la chispa de una carga bajo mi piel otra vez. Me recorrió
con la mirada. Lo sentí como un segundo roce, dulce, y me pregunté si él también lo había echado de
menos, si al mirarme ahora había sentido el calor en su interior. La necesidad.
Se había rasgado la piel de los nudillos cuando había golpeado la pared, pero la hemorragia había cesado y habían comenzado la hinchazón y los moratones. Comprobé los delicados huesos
cuidadosamente, dejando que la trenza me cayera suelta por encima del hombro. Extendió la otra
mano, tomó entre los dedos y la recorrió de principio a fin. Me quedé sin aliento cuando me rozó la
clavícula. Cerré los ojos. Sentí que el calor que nos rodeaba aumentaba mientras se inclinaba hacia
mí y me pasaba los dedos por la piel expuesta. No merecía aquella ternura, pero había pasado mucho
tiempo, y yo lo deseaba demasiado como para preocuparme.
Me acerqué su mano a la boca y apoyé los labios en los nudillos heridos. Cerró los ojos y se
estremeció.
—No hay nada roto —susurré contra su piel—. Solo son contusiones.
—¿Qué hay de nosotros?
La pregunta me llenó de esperanza y de miedo a partes iguales.
—No puedo olvidar. Y tú, ¿puedes?
—¿Importa, de todos modos? —preguntó—. No quiero olvidar. Hay mucho detrás de nosotros, es
verdad, pero ¿qué importa si vamos a seguir el mismo camino? Los últimos días han sido un infierno.
Veo tu cara y es como… Desearía… Ojalá nunca hubiera escrito esa nota estúpida. Ojalá te hubiera
hablado de Alice. Solo quería sentirme algo más que inútil. Quería que vieras algo bueno en mí.
—Liam… —empecé a decir, con la respiración entrecortada—. Nunca he visto nada más. Y
deseo con toda mi alma tener una vida real. Ser alguien que pueda ir a casa y estar con su familia de
nuevo. Pensé que podría curarme y ser el tipo de persona que se merece a alguien como tú. Alguien
que merece a Zu, a Chubs, a Vida, a Jude, a Nico, a Cate… Pensé que podía arreglarlo yo misma con
la cura. Eso es todo lo que siempre he querido. Pero ahora solo quiero ser buena conmigo misma. No
quiero que nadie me implante nada en la cabeza, ni que cambie lo que soy. Cuando todo esto haya
terminado, sin importar el tiempo que haga falta, no tendré que volver a usar mis aptitudes. Pero por
ahora tengo que hacerlo y tengo que confiar en mí misma para hacer lo correcto por todos. Dime qué
tengo que hacer para ganarme el derecho a tenerte en mi vida y lo haré…, haré lo que sea…
Liam me pasó la mano por el pelo y me acarició la mejilla. Un alivio, puro y hermoso, floreció
en mí cuando su boca rozó la mía. Cuando se retiró, estudió mi reacción cuidadosamente. Me ofreció
una pequeña sonrisa y me besó de nuevo, y cayeron mis últimas defensas, demolidas. Le di un beso
intenso, tratando de dejarle sin aliento.
Se echó hacia atrás, con el rostro enrojecido, los ojos brillantes. Sabía que la expresión de su
rostro reflejaba la mía. Me temblaba todo el cuerpo, ansiaba continuar, perseguir el amor feroz que
sentía por él. Evitando cuidadosamente usar la mano herida, Liam se apoyó en las rodillas y comenzó
a levantarse del suelo, para después ayudarme a mí a hacer lo mismo. De repente, se sorprendió al
captar algo con el rabillo del ojo.
—¿Qué es eso? —preguntó, dando un paso hacia la imagen impresa clavada en la pared.
—Es Thurmond —le dije—. Harry se trabajó a algún contacto en el Gobierno para obtener la
imagen.
Liam se volvió hacia mí lentamente.
—¿Eso es… todo Thurmond?
Me acerqué y me apoyé en su hombro.
—Torre de control, enfermería, comedor, fábrica… Lo etiqueté todo, ¿ves? Él asintió en silencio.
—¿Dónde vivías?
Me separé de su lado y me acerqué hasta señalar una de las docenas de diminutas estructuras
marrones que rodeaban la imponente torre de ladrillo.
—Cabaña veintisiete, aquí mismo.
—Ruby, esto es…, todas las veces que me hablaste del campamento… Sabía que era grande,
pero no me gusta… esto.
Negó con la cabeza, murmurando algo que no pude oír bien. Cuando se volvió de nuevo hacia mí,
parecía herido.
—¿Lo ves ahora? —le pregunté—. Si llegamos a Thurmond, tiene que ser un asalto. Se
necesitarían cientos de civiles para dominar a las FEP, y eso solo si pueden conseguir cruzar la
puerta. Pero me gusta lo que tratáis de hacer, creo que tenemos que combinar los planes. Concentrar
la atención de los medios en Thurmond y publicar la información en relación con el ataque. Podemos
utilizarlo como una oportunidad para establecer un punto de encuentro para que los padres recojan a
sus hijos una vez que los hayamos liberado.
—Pero primero tiene que ir alguien e instalar un programa para desactivar el sistema de
seguridad —dijo—. Es exactamente lo que yo pensaba. Tú quieres ir.
—Tengo que ir —le dije.
—No, no —dijo bruscamente—. ¡Ni por un segundo te imagines que lo voy a permitir!
Prométeme que cuando regrese nos sentaremos y también hablaremos de esa parte del plan. Ruby, por
favor.
Parecía tan desolado por la simple idea que accedí. Hablaríamos, pero no iba a cambiar nada.
Tenía que ser de esa manera.
Me apretó la mano.
—Soy un idiota… Realmente he pensado que él metía a Harry en esto solo para llegar a mí. Pero
es porque en realidad Harry sería capaz de manejar este tipo de operación.
—Él quiere formar parte —le dije.
—¿Quién…, Harry? ¿Has hablado con Harry?
—Solo durante unos segundos —le dije—. Me dijo que encontraron a Cate y a los otros y que los
sacaron de su prisión.
Liam soltó una leve risa.
—Por supuesto. Harry, el héroe de acción. Deberías conocer al Harry fan de los deportes, al
Harry master chef y al Harry mecánico. El chico no hace nada a medias.
Me apoyé en su hombro de nuevo, tratando de bloquear el recuerdo que había visto en la mente
de Cole por algo más fácil de digerir.
—¿Cómo se encontraron tu madre y él? Nunca pensé en preguntar…
—Oh, Dios, eso fue casi repulsivamente romántico —dijo Liam—. Bueno, cuando mamá por fin
se fue… Cuando dejó su vieja vida y nos llevó con ella, nos fuimos de noche, solo para poner
bastante tierra de por medio. El coche se averió en Carolina del Norte. Harry regresaba de su último
período de servicio en el extranjero y la vio gritándole al viejo Toyota, golpeando el capó. Se detuvo
y se ofreció a echar un vistazo, y cuando estuvo claro que necesitaba recambios nuevos, nos llevó a casa de su madre, que echó un vistazo a mi madre y de inmediato la adoptó en todos los sentidos
menos en el legal. Y nos quedamos con ellos una semana. Estoy bastante seguro de que fue la
reparación más lenta de toda la vida de Harry. Volvía a casa para abrir un taller mecánico. Eso no lo
había mencionado, ¿verdad? Así que estaba decidido a que ella fuera su primera clienta y a hacerlo
de forma gratuita, como un amuleto de buena suerte para el negocio. El muy pillo fingió que se
retrasaban en entregarle una pieza de recambio solo para prolongar la visita un poco más. Le dio
tiempo a mamá de encontrar un trabajo y un lugar pequeño y dulce para que viviéramos. No
empezaron a salir hasta tres años después. Ella simplemente… no estaba preparada para seguir
adelante con esa parte de su vida hasta entonces. Y después de eso simplemente era ridículo.
—Vaya —le dije—. Hubo suerte. Si hubiera ido por otra carretera, o si él hubiera pasado por allí
una hora antes o después…
—Bueno… —dijo Liam, ladeando un poco la cabeza—. A nosotros nos ha pasado un poco lo
mismo…, ¿verdad? Tal vez nunca te lo he dicho, pero fue pura suerte que estuviéramos en Virginia
Occidental el día en que te encontramos. Yo hice todo lo posible por evitar tener que conducir por
aquella carretera.
—¿Por tu padre? —aventuré.
—Ah. ¿Así que Cole te contó lo básico? —preguntó. Luego esperó a que yo asintiera, antes de
continuar—. Es como si todo el estado tuviera una nube oscura que lo cubriera por completo. Tengo
suerte de no recordar la vida antes de Harry, porque por lo poco que me han dicho mamá y Cole, en
realidad fue un infierno. Sabía lo suficiente para ser un niño, quiero decir un niño pequeño, me
refiero a que tenía miedo de la situación y del hombre que vivía allí. Así es como mi madre se
refiere todavía a esa parte de nuestras vidas. En Virginia Occidental esto, o en la casa de Virginia
Occidental aquello, ese tipo de cosas. Una vez Cole me dijo que si yo era malo vendría el hombre y
se me llevaría. —Hizo una mueca—. Sé que el hombre sigue ahí y que está vivo. Yo tenía ese miedo,
y sé que es irracional porque Chubs me lo ha dicho un millón de veces. Hasta cumplir los dieciocho,
tuve miedo de que si volvía a ese lugar, él me encontraría y me obligaría a quedarme.
—¿Por qué estabas allí, entonces? —le pregunté. Liam era un navegante lo suficientemente
experto como para llevarlos por todo el estado.
—Por culpa de aquella rastreadora, Lady Jane, que nos persiguió hasta encontrarnos. Solo quería
librarme de ella. Y entonces yo iba conduciendo, y vi el nombre de nuestro viejo pueblo, y fue
como… cerrar un círculo que no sabía que habíamos dejado abierto. Como aquella vez conseguí
marcharme de allí, sabía que podía luchar contra él y ganar si tenía que hacerlo y mamá y Cole
estaban a salvo. Al pasar por allí, fue como si recuperara de nuevo el poco control que él aún tenía
sobre mi vida. Pero tenía que volver para saberlo. Y no sé si habría creído que podría ser de esa
manera si no hubiera estado en aquel coche con todos vosotros.
Notó que me temblaba la mano y me la apoyó en su pecho, donde pude sentir su corazón
desbocado contra las costillas.
—Lo que estoy tratando de decir es que, aunque parece mala, creo que, en el fondo, la vida es
buena. No nos da nada que sepa que no podemos manejar y, aunque tarde, todo vuelve a estar en su
sitio de nuevo. Quiero que esto termine para ti, lo deseo más que nada. Quiero ir a Thurmond y
liberar a esos pobres chicos para que puedan cerrar su propio círculo. Y si esto nos explota en la cara, entonces quiero que sepas que te amo y que nada va a cambiar eso.
—Yo también te amo.
Me sonrojé ante su sonrisa, sorprendiéndome de lo bien que me sentía al pronunciar esas
palabras: «Te amo. Te amo. Te amo».
—¿Sí? —dijo—. ¿El encanto del viejo Stewart te ha subyugado por fin?
Me reí.
—Supongo que sí. Aunque tu trabajo te ha costado.
—No estoy tan seguro.
La puerta se abrió de nuevo y me aparté de él, estirando el cuello para ver entrar a Nico, que se
sobresaltó al encontrarnos allí.
—Oh…, yo…, vosotros…
—Oye —le dije.
—Yo… olvidé que tenía algo. Que tenía que hacer algo aquí, quiero decir —dijo Nico,
balanceándose sobre los talones—. Pero si estáis vosotros yo me voy a… a averiguar qué era…
—No —dijo Liam, mirándome—. Creo que ya hemos terminado aquí…
—Todo para ti —le confirmé—. Pero trata de dormir un poco, ¿de acuerdo?
Nico asintió distraídamente. De camino hacia la puerta me demoré un momento. Vi que se sentaba
ante el ordenador, cuya luz lo tiñó de un resplandor azulado.
Liam me tiró de la mano hacia el otro pasillo, en dirección a las escaleras y las habitaciones con
literas. Me volví y tiré de él en dirección opuesta, hacia la zona alta y el cuarto vacío de Cate. La
pequeña sonrisa en su rostro me hizo sentir un poco turbada, pero era un aturdimiento bueno, al fin y
al cabo. Empezó a acariciarme la espalda con suavidad, provocando una sensación totalmente
diferente en el estómago.
Me puse de puntillas y le tomé la cara entre las manos. Por el rabillo del ojo vi una figura oscura
que salía de una habitación, cerca de la pequeña sala de curas que se había establecido. Liam se
volvió cuando la puerta chirrió al cerrarse, y la persona que salía, Chubs, miró hacia arriba y luego
hacia abajo. A continuación lo hizo una vez más, hasta que su cerebro procesó la escena.
—Oh, ahí estás —dijo Liam, sin reparar en que a Chubs se le habían dilatado las aletas de la
nariz y había abierto unos ojos como platos detrás de las gafas—. Nos preguntábamos dónde te
habrías metido.
—Solo estaba montando algunos estantes para…, para los suministros y los libros en la sala
médica —respondió Chubs, mirando la puerta y a nosotros alternativamente, y buscando por encima
del hombro, de forma literal, una vía de escape.
—¿Los has montado todos? —le pregunté, notando por primera vez que se había abotonado mal
la camisa.
Comencé a caminar hacia la puerta, tratando de no reírme cuando Chubs se puso pálido como un
muerto.
—Estaremos encantados de ayudarte.
Liam finalmente lo entendió todo y, arqueó despacio una ceja hasta que casi se le salió de la
frente…
—No, no, quiero decir, he perdido un tornillo y he tenido que parar… ¿Adónde ibais? Voy con vosotros…
—¿Estás bien? —preguntó Liam—. Pareces un poco nervioso.
—Bien, perfectamente. —Chubs se subió las gafas que Vida le había hecho hasta el puente de la
nariz y luego se miró la camisa. Sin previo aviso, me cogió del brazo y empezó a tirar de mí por el
pasillo—. ¿Cómo estáis? ¿Estáis bien, chicos? No escatiméis en detalles. Nosotros…
La puerta se abrió de nuevo detrás de nosotros. Chubs se encogió contra la pared cuando Vida
salió estirando los hombros hacia atrás, con el pelo morado completamente revuelto y los labios
hinchados, lo cual le daba una expresión de satisfacción presumida. Liam retrocedió y dejó que
pasara por su lado.
Vida no dijo una palabra. Simplemente, cuando pasó por su lado, dejó caer la chaqueta de Chubs
en la cabeza de este, donde se quedó colgada. Y Chubs esperó hasta que el sonido de sus botas contra
los azulejos del suelo se hubo desvanecido antes de dejarse caer al suelo. Se tapó la cara con la
chaqueta, como si tratara de asfixiarse a sí mismo.
—Oh, Dios —gimió—. Va a matarme. Realmente va a matarme.
—Espera… —empezó a decir Liam, sin molestarse en ocultar la sonrisa de su rostro. Le puse
una mano en el hombro, temiendo que empezara a dar saltos de alegría—. ¿Vosotros estáis…?
Chubs finalmente se quitó la chaqueta de la cara. Y, después de una respiración profunda, asintió.
«Bien», pensé, sorprendida por mi falta de sorpresa. «Bien, bien, bien…».
—Guau… Quiero decir, ¡guau! Creo que el cerebro se me va a empezar a salir por las orejas —
dijo Liam, presionándose la frente con las palmas de las manos—. Estoy muy orgulloso de ti,
Chubsie, pero también estoy confundido, pero estoy orgulloso, pero creo que necesito acostarme…
—¿Cuánto tiempo hace? —le pregunté—. ¿Tú…? ¿No habréis…?
Una mirada avergonzada me confirmó todo lo que necesitaba saber. Ya había pasado antes.
Estaba claro. Liam se atragantó un poco.
—¿Qué? —exigió Chubs—. Es una… es una respuesta humana perfectamente normal ante los
factores de estrés. Y es invierno, ya sabes, y cuando estás durmiendo en un coche o en una tienda de
campaña a bajo cero… En realidad, ¿sabes qué? No es asunto vuestro.
—Sí lo es si estás siendo estúpido al respecto —dijo Liam.
—Disculpa, pero conozco los métodos anticonceptivos desde que estaba en…
—No te hablo de eso —dijo Liam rápidamente, levantando las manos—. No me refería a eso,
pero, oye, bueno es saberlo.
Me agaché delante de Chubs y le puse una mano en el brazo.
—Creo que lo que trata de decirte es que si esto no sale bien, o uno de vosotros resulta herido,
sería difícil de aceptar.
—Oh, ¿te refieres a si me borra la memoria, obligándome a mantener solo un breve recuerdo de
lo que era por si acaso vuelve a hacerlo?
En el momento en que ese pensamiento salió de su boca, me di cuenta de que Chubs hubiera
preferido que se quedara en su mente. Eso por sí solo alivió la picadura.
—Eh… —advirtió Liam.
—No, es justo —le dije—. Sé que puedes manejar la situación, pero Vi ha sido… bueno, durante
toda su vida la gente la ha puesto siempre contra las cuerdas. Tendrás cuidado de no romperle el corazón, ¿verdad?
—No hay corazones participando de este acuerdo —me aseguró, cosa que no era realmente
reconfortante, y mucho menos creíble de ninguna de las maneras—. Es… resistencia.
—Está bien —le dije.
—Y ella no necesita a nadie para protegerla ni para que le saque las castañas del fuego, ¿sabes?
—añadió, mirándonos a los dos. Pero su fiereza se desinfló un poco—. Dios, me matará por soplaros
esto. Ni siquiera hace una semana que estamos aquí… No se lo diréis a nadie, ¿verdad?
—Vida es la clase de persona a la que le importa el culo de una rata lo que piensen los demás —
señaló Liam—. Una cualidad que admiro mucho en ella.
—¿Estás diciendo que ella te pidió que mantuvieras esto en secreto porque se sentía incómoda?
—le pregunté—. ¿Se avergüenza de estar contigo?
—No lo dice abiertamente, pero es obvio, ¿no?
—Tal vez por ahora solo quiera mantenerlo entre vosotros dos porque es algo muy reciente —
añadí—. O porque realmente no es asunto de nadie más, ni siquiera nuestro.
—Eres un gran partido, amigo —terminó Liam—. No es por ti. Y de todos modos ella no puede
estar tan loca como para pensar que solo lo sabemos nosotros dos y que no se lo diremos a nadie
más. Tal vez una versión apta para Zu. Pero, hombre, confía un poco en ti mismo. Obviamente tienes
algo que le gusta, si se mete en la cama contigo.
—Liam Michael Stewart, poeta y artista de la palabra —dijo Chubs, sacudiendo la cabeza
mientras se levantaba del suelo.
Lo observé mientras se quedaba en silencio, retorciéndose las manos, tratando de entender
nuestra línea de lógica. La sombra que pasó por su expresión hizo que me preguntara qué estaba
pensando, o recordando. Al final, negó con la cabeza.
—No soy… Quiero decir, no tengo delirios de grandeza sobre estas cosas. Sé quién soy yo y
quién es ella, y sé que es como poner una manzana al lado de una cebolla. Pero sea como sea,
tenemos un acuerdo.
Liam le dio en el hombro un apretón tranquilizador.
—De todos modos, buenas noches —dijo Chubs—. No os quedéis hasta muy tarde. Os vais
mañana por la mañana, no os olvidéis.
Liam esperó a que Chubs desapareciera por la esquina antes de centrarse en mí, y ni siquiera
trató de ocultar su sonrisa.
—¿Quieres ir a montar algunos estantes conmigo?
Le tendí la mano para que me la cogiera y lo llevé de vuelta hacia la puerta correcta. Era casi
doloroso, pensé, tener un corazón tan henchido de gratitud pura, de felicidad no contaminada. Yo
quería vivir siempre con aquella sensación en mi interior.
Por lo menos aquello, aquella única elección, no la había tomado movida por la presión, el
miedo o incluso la desesperación. Era algo que quería. Estar tan cerca de él como pudiera, sin que
nada se interpusiera entre nosotros. Quería enseñarle las cosas que no conseguía mostrarle con mis
torpes palabras.
Ninguno de los dos se reía ahora. En el momento en que me atrajo hacia él, serpenteó algo dentro
de mí, algo que hizo que mi corazón se sintiera ingrávido por la expectación. Su mirada era oscura, repentinamente seria, y revelaba una pregunta esencial. Extendí la mano y le aparté un mechón de
pelo rebelde de la frente antes de ladear el rostro y rozarle suavemente los labios con los míos.
Aquella era mi propia pregunta. Liam dejó escapar un suspiro suave y dulce, y asintió. Yo lo empujé
dentro de la habitación y logré alejarme lo suficiente como para cerrar la puerta detrás de nosotros y
respirar hondo.
Liam se sentó en el borde de la cama. Su figura reluciente se recortaba contra la oscuridad. Me
tendió una mano y me susurró:
—Ven aquí.
Me tambaleé un poco mientras me dejaba acoger entre sus brazos, contemplando cómo se iba
formando lentamente una sonrisa en sus labios. Le aparté el pelo de la cara, sabiendo que había
estado esperándome. Todo este tiempo, desde el momento en que nos conocimos, había estado
esperando a que me diera cuenta de que él me había conocido desde siempre y que ni una sola vez
había querido que yo cambiase.
—La que eras entonces, la que eres ahora, la que serás —comenzó en voz baja, como si me
leyera el pensamiento—. Te amo. Con todo mi corazón. En toda mi vida, por larga que la suerte
permita que sea, no habrá nada que cambie eso.
Su voz sonaba ronca, embargada por el mismo sentimiento abrasador que corría por mi interior.
El alivio, la certeza, la gratitud inmensa que sentí por el hecho de que el destino me concediera a
Liam, me quemaba en los ojos y me dejó una vez más incapaz de hablar. Así que lo besé y se lo
repetí una y otra vez, entre suspiros, mientras se movía encima de mí, dentro de mí, hasta que no
quedó nada en el mundo más allá de nosotros y la promesa de que siempre sería así.

Mentes Poderosas 3: Una Luz InciertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora