Capitulo 6

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CAPÍTULO SEIS
No sé si realmente me dormí o si en realidad entraba y salía de un estado de inconsciencia.
Tumbada de espaldas, con las manos sobre el abdomen, escuchaba los sonidos del Rancho al
despertar. Había voces que se llamaban entre sí de una punta a la otra del pasillo, preguntando por la
colada, quejándose por la falta de agua caliente en las duchas, riendo… Cerré los ojos cuando oí que
Vida me llamaba.
«Levántate —me ordené a mí misma—. Tienes que enfrentarte a ello».
Dejé caer las piernas a un costado de la litera, me froté la cara e intenté recogerme el pelo en una
cola de caballo. Para cuando encendí las luces y abrí la puerta, Vida ya estaba en la otra punta del
pasillo, comenzando a retroceder.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Vaya. ¿Ya has acabado tu sueño reparador, Bu? —me espetó—. ¡Te han esperado! ¡Te han
esperado durante toda una hora y no has aparecido! ¿Qué, joder? ¿Eres tan buena que ni te molestas
en salir a saludar?
Algo frío se me enroscó en el vientre.
—¿Cate y Dolly ya se han ido?
Después de todo lo sucedido en los últimos meses, me asombraba que me afectara tan
profundamente. No se había quedado a decir adiós, no se había quedado a escuchar la explicación
completa. Cate prefería suplicar a los agentes que regresaran y echar así por tierra todo lo que
habíamos conseguido despistándolos. Iba a sabotearlo todo por nosotros.
—Son casi las tres de la tarde —dijo Vida.
Me quedé mirándola con incredulidad. Su gélida expresión finalmente empezaba a
resquebrajarse. Sacudió la cabeza y masculló algo que yo fingí no oír.
—¿Has estado durmiendo todo este tiempo? Debías de estar más destrozada de lo que pensaba.
—Escucha —empecé a decir—, sobre lo de antes…
Vida levantó una mano.
—Lo entiendo. Solo tengo una pregunta. ¿Me ocultaste el plan de Sen porque pensabas que le
metería un cuchillo en el riñón a esa zorra?
—Eso puede que haya sido parte del motivo —admití.
—Pues entonces no me conoces tan bien como crees —respondió—, porque se lo habría clavado
directamente en el corazón. Pero… vale.
—¿Dónde están todos? —pregunté.
—Abu está por ahí, tumbado, sin hacer nada —dijo Vida—. El Niño Explorador está en la
cocina, dándole el coñazo a todo el mundo.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté. Cuando Vida se encogió de hombros, añadí—: ¿Y Zu?
En un instante su expresión volvió a endurecerse. Cuando habló, su voz podría haberme cortado
hasta el hueso.
—¿Te parezco alguien a quien le importe una mierda dónde está?
—Vida —le dije—, de verdad…
Fuera lo que fuese, Vida no tenía interés en hablar de ello. Había retrocedido y se dirigía hacia la
escalera.
—Tenemos que hablar de esto —dije, y salí en pos de ella.
La mirada que me dirigió por encima del hombro me detuvo. Era la expresión de alguien que
deseaba estar a solas.
—A propósito, por si decides que te importa más que una mierda, cuando Cate entró en el túnel
—añadió Vida—, me dijo algo: dile a Ruby que quien juega con fuego siempre acaba quemándose.
¿Significa algo para ti?
—No —dije, por fin—. No tengo ni idea.
Vida tenía razón en parte. Liam estaba en la cocina, solo que en realidad estaba en la alacena, más
allá de los fogones y de los fregaderos, en el oscuro rincón del fondo. Había dejado la puerta abierta,
probablemente para que entrara un poco de luz, aparte de la que proyectaba la pequeña linterna que
sostenía entre los dientes. Garabateaba algo en una libreta pequeña. Pulsé el interruptor de la luz,
lista para reírme de él por haberlo pasado por alto pero… nada. Lo intenté otra vez, para
asegurarme.
Liam se quitó la linterna de la boca y sonrió. Y así como así, las últimas horas parecieron
fundirse en un charco lodoso que esquivé ágilmente.
—¿Sabías que este sitio necesita treinta y seis bombillas? ¿Para qué diablos tenían que llevarse
también las bombillas? —preguntó Liam.
—Treinta y seis es un número muy preciso —dije yo, con el atisbo de una sonrisa—. ¿Es tu mejor
estimación?
Liam pareció confundido.
—No, las he contado. He hecho un reconocimiento con Kylie y Zu, antes. También nos irían bien
cinco cerraduras nuevas, varios litros de jabón de lavar y como dos docenas de toallas. Y esto… —
dijo Liam, al tiempo que señalaba las escasas estanterías que tenía enfrente—, esto es penoso. No
tengo idea de dónde pudieron encontrar tantas latas de remolachas, pero Dios mío. ¿Qué se hace con
todo esto?
—Bueno, están las remolachas fritas, la sopa de remolachas, las remolachas encurtidas…
—Puaj. —Se tapó las orejas y se estremeció—. Prefiero arriesgarme con el guiso de tomates.
—¿Tan mal estamos? —pregunté, entrando en la alacena con él a echar un vistazo.
La verdad es que no necesitaba preguntarlo: lo estábamos. En realidad, era mucho peor de lo que
imaginaba. Descontando algunas barras de pan y un poco de fiambre que había en la nevera, la mayor
parte de lo que teníamos consistía en verduras en conserva y comida basura, como pretzels y patatas
fritas.
Me apoyé en Liam mientras él continuaba buscando pasta, latas de sopa y harina de avena, y
cerré los ojos. Sentía su pecho cálido contra la espalda y me gustaba la forma en que cada palabra
que decía retumbaba a través de su cuerpo. Me cogió del cabello y me lo estiró con suavidad.
—Te aburro, ¿no?
—No, lo siento, te estoy escuchando —dije—. ¿Hablabas de Lucy?
—Sí. Ella era una de las chicas que llevaban el registro de la comida allá en East River. Creo
que podría darnos algunas ideas sobre cómo rotar las provisiones y qué deberíamos conseguir.
Vale. Necesitaríamos formar un grupo que se ocupara de salir a buscar provisiones, pese a que ya
éramos pocos. No podía imaginar que Cole lo aprobara a menos que la situación fuera absolutamente
desesperada. Y tampoco me lo imaginaba consintiendo que Liam fuera uno de los exploradores.
—Estás cansada —dijo, pasándome el pulgar bajo un ojo—. ¿Dónde te habías metido? Intenté
esperarte, pero me dormí en el instante en que apoyé la cabeza sobre la almohada.
—Tomé una ducha, y estaba demasiado cansada para descubrir en qué habitación estabais —dije.
Porque, ¿cómo admitir que había rehuido a propósito la habitación que ellos habían elegido? No
quería tener que responder preguntas, no cuando notaba la cabeza tan pesada como el corazón.
Después de dar por terminada la discusión con Cate, ya no me quedaba energía para más batallas.
—Me metí en la primera cama que encontré e intenté dormir —dije.
Extendió la mano hacia la repisa, cogió una de las latas pequeñas de fruta al natural y la abrió
antes de que yo pudiera negarme. Liam prosiguió su cuidadoso conteo por los anaqueles mientras yo
me metía en la boca la fruta de la lata. Podía ver dibujarse en su rostro todas y cada una de las
conversaciones posibles, cada pregunta que él quería hacerme, y sentía el escozor de la ansiedad con
cada silencioso segundo que pasaba.
—No me gusta preguntártelo, pero… al final ibas a hablarnos acerca de los agentes y a contarnos
lo que hiciste, ¿verdad? No ibas a dejar que lo descubriéramos cuando solo aparecieran por aquí los
coches que transportaban chicos, ¿no?
—Os lo debería haber contado en cuanto dejamos la ciudad —dije—. Es solo que… se me
olvidó con todo lo que sucedió.
—Nos lo podrías haber dicho antes de marcharnos —dijo con suavidad.
—Tenía que ser todo muy rápido —respondí—, y si uno de nosotros mostraba el más leve indicio
de que sabíamos lo que estaba pasando, eso habría alertado a los agentes acerca de lo que estábamos
intentando. Tuvimos que hacerlo de forma un poco precipitada.
—Tú y Cole.
—Él conoce a los demás agentes mejor que ninguno de nosotros. Necesitaba sus conocimientos
sobre cómo hacer que la sugestión fuera real.
«Y si te lo hubiera dicho, habrías intentado obligarnos a marcharnos».
A veces, la mayoría de las veces, en realidad, era difícil pensar que habíamos tenido vidas
separadas antes de que convergieran. Nuestras vidas estaban tan entrelazadas que sentía la
compulsión de decírselo todo, de oír sus pensamientos sobre todo para ver si se ajustaban a los míos.
Antes me había apartado de él por lo que yo era, por lo que yo había hecho a mis padres, pero de
algún modo… No era que las cosas hubieran empeorado, exactamente, era más bien una especie de
inquietud, una sensación implacable de que algo no funcionaba como antes. Yo había interrumpido
alguna pauta natural de nuestras vidas. Me mordí el labio y miré cómo fruncía el ceño del mismo
modo en que lo hacía Cole cuando se concentraba.
—Por eso tuviste ese ataque de pánico, ¿no es verdad? Acababas de averiguarlo… —Liam se
pasó el dorso de la mano por la frente—. Maldición. ¿Y ahora cuál es el plan?
—Nos reuniremos todos para cenar y acordar un plan para liberar algunos de los campos.
—Puede que no sea una cena, si esto es todo lo que tenemos… —empezó a decir él—. Pero ya se
me ocurrirá algo. Todo saldrá bien.
Liam me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia sí. Apoyé la cara en su hombro y me
estremecí al soltar el aire. Le rodeé la cintura con los brazos.
Eso estaba bien. Estar cerca de él estaba bien. Por primera vez en todo el día mi mente no corría.
Allí, en la oscuridad, con el pulso desbocado al estar tan cerca de él, todo lo demás parecía muy
lejano. Me besó el pelo y luego la mejilla, y pensé: «No puedo perder esto, no puedo perder esto
también…». No podía decírselo todo, no si quería protegerlo. Pero podíamos al menos conservar
aquello, ¿no?
—¿Confías en que puedo mantenerte a salvo? —le pregunté.
Sabía que debía de parecer que había sacado esa pregunta de la nada, pero de repente me parecía
de una importancia vital. Me daba cuenta de que lo había herido al no decirle lo de los agentes.
—Cariño, si tuviera que escoger entre tú y cien de los mejores de Gray, te escogería a ti.
Lo cogí por sorpresa al ponerme de puntillas y besarlo en la boca.
Aún le sujetaba la camiseta con los dedos cuando retrocedí. Mi voz sonaba baja, tosca incluso
para mis oídos. Tuve que esforzarme para encontrar las palabras, y me sentía tan cohibida que no
estaba segura de elegirlas correctamente.
—Deseo…
La expresión de aturdimiento se desvaneció de su rostro mientras me miraba, esperando.
«Deseo…». Sentí que me sonrojaba, pero no podía distinguir si era por vergüenza o por las
imágenes que se sucedían en mi mente. Lo había besado antes; lo había besado de verdad, pero en las
otras ocasiones siempre había sentido que el impulso provenía de la tensión, la urgencia o la
irritación, y cada vez había sido interrumpido por las exigencias del mundo que nos rodeaba. Esta
era la primera vez que realmente tenía la oportunidad de pensar en él, en su totalidad, con lentitud, de
examinarlo cabalmente. El tacto de sus manos. La aspereza de su barba incipiente. Los sonidos leves
y jadeantes que le brotaban de la garganta.
Estábamos en una despensa y había chicos trabajando en la cocina. Mi parte racional conocía los
límites de este momento, pero la próxima vez, si estábamos en otra parte y si teníamos otro momento
a solas…, ¿entonces qué? Sentí un leve temblor que me atravesaba el cuerpo, impulsado a partes
iguales por el pánico y el deseo. No sabía qué hacer. Qué hacer para no estropearlo.
Liam me cogió las manos al tiempo que se inclinaba hacia atrás para apoyarse en los estantes.
Sentí alivio al ver su sonrisa. Lo comprendía. Claro que lo entendía. Desde nuestro primer encuentro,
me conocía mejor de lo que yo me conocía a mí misma.
Cuando habló, su voz era dulce, pero su expresión era otra cosa. Tenía una mirada traviesa, una
expresión de deseo. Sentí una contracción en el vientre cuando advertí que yo era la causa.
—Vale, cariño, acabo de tener una idea.
—¿Ah, sí? —murmuré, distraída por la forma en que me acariciaba el labio inferior.
—Oh, sí. El caso es que tú tienes diecisiete y yo dieciocho, y tenemos todo el derecho del mundo
a besarnos como adolescentes. Como chavales normales, felices y alocados. —Metió dos dedos en
la cintura de mi pantalón y me atrajo hacia sí. Me encantaba cuando bajaba de aquella manera el tono de voz. Marcó más el acento, lo templó como el aire del verano en los diez minutos anteriores a una
tormenta eléctrica. Se trataba del abordaje Stewart en todo su esplendor y yo estaba completamente
indefensa—. ¿Quieres oír las reglas?
Cuando asentí, el corazón me palpitaba intensamente. Deslizó la misma mano por mi cadera y la
subió por debajo de mi camiseta; yo la sentía cálida y perfecta en la parte inferior de la espalda.
Cerré los ojos cuando me rozó los labios con los suyos. Aquella caricia me hizo sentir valiente y
ahuyentó la incertidumbre para que ya no pudiera alcanzarme.
—La primera es que no puedes pensarlo demasiado. La segunda es que tú decides cuándo quieres
parar. La tercera es que hagas todo lo que te haga sentir bien. La cuarta es…
—¿… que dejes de hablar —dije, extendiendo a ciegas una mano para cerrar la puerta—… y me
beses?
Él aún reía entre dientes cuando me besó y después yo también reí por los nervios que
burbujeaban en mi interior, porque su felicidad era contagiosa y porque la primera regla era tan tonta
que no tenía la menor importancia. Liam era la única idea dentro de mi cabeza. Él era los cientos de
sentimientos desbocados que me estallaban en el pecho. Me besó con más intensidad, me separó los
labios con los suyos; yo imité los movimientos de su lengua y fui recompensada con un ligero gruñido
de aprobación.
Normal. Feliz. Loca. Por él.
Media hora más tarde, después de llamarme una y otra vez desde el pasillo, Cole entró en la cocina y
comenzó dar golpes en la nevera, grande y destartalada. Eso me dio un segundo para desenredarme
de Liam y arreglarme un poco antes de salir a su encuentro.
—Hay que alimentar a la bestia —dijo Cole, mientras llenaba con agua un vaso de cartón—. ¿O
ya te has olvidado de él?
Y, en un instante, la felicidad maravillosa y liviana se evaporó bajo mis pies y me precipité de
golpe a la realidad.
—Yo nunca me olvido de Clancy. —Mis palabras sonaron duras por la irritación—. ¿Acaso no
debía confiar en que tú te ocuparías de él?
—No —dijo Liam desde la alacena.
Cole sonrió.
—Le va a doler un montón la cabeza con todas las drogas que le he metido. El chaval apenas
empezaba a volver en sí cuando lo he encerrado en su jaulita. Parecía estar lo bastante enfadado
como para morderme.
—Vale, acabemos con esto.
En lugar de conducirnos otra vez a la planta superior, Cole nos guio por el pasillo de la planta
inferior; pasamos junto a varios dormitorios antes de llegar a una puerta que ponía «Almacenamiento
de archivos». Extrajo un llavero pequeño y me lo pasó. Cuando intenté introducir la llave, la
cerradura ofreció cierta resistencia. Eché un rápido vistazo alrededor para asegurarme de que no
había nadie mirando y sacudí el pomo de la puerta para cerciorarme de que esta permanecería
cerrada. Entramos en la habitación. Cole extendió una mano para coger el cable desde el cual se
encendía la bombilla del techo.
Había dos de esas estanterías sencillas y funcionales, repletas de cajas y pilas de papeles;
supuestamente, si uno se creía la mentira del cartel de la puerta, eran expedientes archivados de
operaciones. A primera vista, resultaba bastante convincente. Recorrí con la mirada la librería,
repleta de carpetas y archivadores que se alineaban con pulcritud en los anaqueles, mientras Cole se
dirigía hacia las dos estanterías situadas junto a la pared del fondo.
—Esa —dijo—, la que tiene la caja roja. Estira.
Me asomé por encima del archivador. El polvo de la tapa mostraba indicios de que alguien la
había movido recientemente al intentar coger la palanca oculta en la parte posterior de la estantería.
Aferré con los dedos la palanca y tiré de ella. Se oyó un satisfactorio clic y toda la estantería giró
hacia mí. Las luces automáticas del corredor que había detrás se encendieron e inundaron la pequeña
habitación con una cegadora luz ultrablanca.
Avanzamos una corta distancia por el corredor hasta encontrarnos ante otra puerta cerrada. Allí
tuve que insertar la llave y teclear un código de acceso, 4-0-0-4-0-0-4, antes de que la puerta se
abriera de golpe con un siseo.
—Aquí te espero —dijo él en voz baja—. Si me necesitas, hazme una señal.
Esa era otra parte del trato: Cole quería que alguien me cubriera las espaldas desde detrás de la
puerta cuando entrara a llevarle comida a la pequeña alimaña. Los había escogido a él, a Cate y a
Vida, pero después había añadido a Chubs a la lista porque siempre había resistido los intentos de
Clancy de influir en él.
Entré en el segundo pasillo y Cole cerró y aseguró la puerta detrás de mí.
Había dos celdas, ambas de unos tres metros de ancho por algo más de uno de profundidad. Cada
celda estaba provista de un catre, un váter de plástico y un cubo con agua para lavarse y cepillarse
los dientes. Tratándose de calabozos, estos eran una versión mejorada de los espacios húmedos y
mohosos excavados en el bloque de interrogatorios del Cuartel General. Y estaban mejor iluminados,
además: la estancia resultaba casi cegadora con sus relucientes muros ultrablancos y los tubos
fluorescentes del techo. Nada comparable con el habitual estilo de vida de Clancy, aunque él parecía
estar bastante cómodo despatarrado en el catre, con un brazo sobre los ojos. Cole debía de haberle
rebajado la dosis antes de meterlo allí y lo había vestido con ropa limpia. Más de lo que Clancy
merecía.
No se movió cuando me acerqué a la puerta, que tenía una cerradura de metal cubierta por una
tapa. Supuse que mi llave también abriría esa puerta, y acerté. La puerta se abrió con un chirrido,
pero nuestro prisionero continuaba inmóvil. Dejé la bolsa con comida en el suelo, coloqué el vaso
con agua sobre una pequeña repisa situada en el otro extremo y presté especial atención al volver a
cerrar la puerta con llave. Clancy esperó hasta que me hube girado para marcharme. Y entonces
habló.
—¿Ha salido mal la mudanza? —Su voz tenía un inquietante tono de curiosidad cuando se volvió
para mirarme—. Tus pensamientos tienen tal volumen que los oigo a través del cristal.
Era algo irracional, pero durante un instante temí que estuviera hablando de forma literal. Pero
cuando él intentaba husmear en mi cabeza, yo lo percibía. Siempre notaba una comezón que me
bajaba por la nuca.
Clancy arrastró la comida hasta su catre con el pie. Abrió el bocadillo con una mueca de asco.
—¿Qué, no hay un buen bistec al oeste de Texas? ¿Qué es esta carne?
Comencé a hacer un gesto de impaciencia, pero me percaté de que en realidad lo decía en serio.
—Es mortadela.
Clancy olfateó el sándwich con el labio fruncido en un gesto de asco, para después envolverlo de
nuevo en su plástico.
—Creo que prefiero morirme de hambre.
—Como quieras.
—En todo caso —dijo Clancy, ignorando mi respuesta—, me ha decepcionado tu falta de
autocomplacencia. Hubiera jurado que lo primero que harías sería venir a presumir de que te habías
encontrado otra vez con tu pequeño lápiz de memoria. ¿Qué es lo que te tiene de tan mal humor?
—Lo estoy viendo ahora mismo.
Clancy soltó una risita.
—He sobrestimado lo que serías capaz de averiguar en estas primeras horas. ¿Ese lápiz de
memoria funciona aún o el pulso electromagnético la ha borrado? ¿Cómo están esas crujientes
páginas de investigación que rescataste del fuego? Probablemente ni siquiera has descubierto lo que
le están haciendo a Thurmond, ¿a que no?
Me pareció que una mano invisible me agarraba de la garganta y me obligaba a inclinarme hacia
delante. «¿Thurmond?». ¿Qué sucedía en Thurmond para que Clancy contemplara con aquel
condenado regocijo mi mirada perdida?
«No lo digas —me ordené, luchando contra el pánico que aumentaba en mi interior al oír aquella
única palabra—. No reacciones».
Clancy arrancó un trozo de pan de su bocadillo y se lo llevó a la boca. Al ver que no respondía a
sus preguntas, curvó la comisura de los labios para formar una sonrisa satisfecha.
—Si quieres saberlo, tendrás que entrar y verlo por ti misma.
Clancy se tocó la sien. ¿Era un desafío o una invitación?
—Sé que estás enfadada —comenzó a decir— por cómo acabó todo en Los Ángeles…
«Thurmond», seguía pensando yo. Aquella palabra era como una infección…, tal como él había
esperado, en realidad. «Ha estado atrapado con nosotros durante semanas, no hay ninguna forma de
que tenga información nueva…». A menos que la información no fuera nueva en absoluto, sino una
carta que se había reservado a la espera de que llegara el momento oportuno para usarla.
Me tomó unos segundos más responder.
—Enfadada no empieza, siquiera, a describir mi estado.
Clancy asintió.
—Algún día, sin embargo…, algún día, dentro de meses o tal vez años, quizá comprendas que la
destrucción de esa investigación fue un acto desinteresado, no egoísta.
—¿Desinteresado? —Me volví rápido hacia el muro de cristal, interrumpiendo mi retroceso
hacia la puerta—. ¿Quitarles la oportunidad de sobrevivir y de hacer frente al cambio alguna vez?
¿Despojarlos de su única posibilidad de reunirse con sus familias y volver a su hogar es
desinteresado?
—¿Eso es lo que quieres? Creí que liberar Thurmond a tiempo tendría prioridad —dijo Clancy,
examinando una de las uvas—. ¿Son orgánicas?
Giré sobre mis talones y atravesé la distancia entre su celda y la puerta tan rápidamente como
pude sin echar a correr.
—Ruby, escúchame. La cura es otra forma más de controlarnos, de arrebatarnos el poder de
decidir. ¿Qué ocurrió cuando trajiste aquí la investigación? ¿Te han dejado echarle un vistazo,
siquiera? ¿Sabes dónde está ahora mismo?
Apreté los puños.
—No se trata de una tirita mágica que curará todas las heridas. No hará desaparecer de sus
mentes el estigma de lo que somos. Si no tiene efectos secundarios, siempre estarán a la espera,
vigilantes, rezando para que no recaigamos. Dime —dijo él, recogiendo las piernas y cruzándolas
sobre el catre. Observé en silencio cómo tamborileaba con los dedos sobre las rodillas—. ¿El hecho
de saber que hay una cura ha cambiado la forma en que te tratan los agentes?
Entre nosotros se impuso el silencio. Clancy sonrió.
—Lo que están intentando hacer aquí no tiene que ver contigo en absoluto. Puede que te hayan
dicho algunas cosas para convencerte de que vinieras, para hacer que confiaras en ellos, pero no
cumplen sus promesas. Ni siquiera Stewart.
—La única persona de la que no debo fiarme eres tú.
—Sea lo que sea lo que intentes hacer aquí —dijo con voz queda—, trae a todos los chicos que
puedas para que te apoyen. Serán ellos los que te sigan y confíen en ti, ninguno de los adultos.
Tendrás suerte si alguna vez te ven como algo más que un arma muy útil.
—¿Y eso porque es muy fácil encontrar chicos ocultos por ahí?
—Yo puedo ayudarte a rastrear las tribus que andan por ahí. Puedes entrenarlos, enseñarles a
defenderse. Nos encaminamos hacia el desenlace de todo esto y, si no los encuentras, se convertirán
en daños colaterales de la guerra.
Apreté los dientes, pero antes de que pudiera replicar, Clancy ya estaba hablando otra vez.
—Olvídate de los adultos, Ruby. Asegúrate de ser el líder de los chicos. Haz que te quieran y
tendrás su lealtad para siempre.
—Que haga que me quieran —dije mientras la ira volvía a bullir en mi interior.
—No todo lo que había en East River era falso —dijo él, con calma.
Pero todo lo que importaba, cada recuerdo que conservaba de ese lugar, estaba manchado por el
rastro negro y reptante de su mente. La sola idea de cómo me había estudiado desde el otro lado de la
fogata… De cómo se había colado entre cada una de mis últimas defensas mentales… De la
admiración con que lo observaban aquellos chicos, los Cachorros. Un escalofrío me bajó por la
espalda. La habitación se había tornado demasiado pequeña, demasiado fría para quedarme allí y
escuchar todas las sartas de mentiras que Clancy decidiera vomitar.
Me volví hacia la puerta, la abrí y me aseguré de apagar las luces al salir. Y pese a ello, la voz
de Clancy me llegaba flotando en la oscuridad. Él contaminaba el aire, lo hacía resonar como si
estuviera en todas partes a un tiempo.
—Cuando estés preparada para liderar y hacer algo de verdad, házmelo saber. Estaré aquí,
esperando.
Y a juzgar por la última visión que tuve de su cara, allí era exactamente donde él quería estar.

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