capitulo 21

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CAPÍTULO VEINTIUNO
—¿Liam o Cole?
La pregunta, la misma que le había hecho un centenar de veces, se hizo más urgente cuando
recorríamos el pasillo hacia la sala de ordenadores. En el reloj de la pared eran las dos de la
mañana.
—Vida —le rogué—. ¿Liam o Cole?
—No lo saben —dijo ella, la misma respuesta que me había dado las primeras noventa y nueve
veces—. No pueden saberlo por la foto.
—Yo puedo —dije. Las palabras brotaron antes de que pudiera pensar por qué era una idea
terrible—. Déjame verla. Puedo distinguirlos.
—No creo.
Me cogió del brazo antes de que pudiera entrar a la carga en el cuarto. Apenas noté que me
tocaba, pues todo el cuerpo se me había quedado frío. El pánico hizo que mis pensamientos se
volvieran inconexos, las ráfagas de imágenes aterradoras se mezclaban con el deseo de que no fuera
él, de que no fueran ellos, no ahora… No podía romper el patrón, no podía recuperar el aliento.
—¡No! —Aquella palabra, el ladrido de Chubs, cortó a Vida en seco—. ¡De ningún modo!
¡Llévatela a la habitación y quedaos allí!
Había un grupo de Verdes acechando fuera de la ventana.
—¡Largaos! —les ladró Vida.
Y la fuerza de su voz los obligó a hacerlo. Se apresuraron a apartarse mientras Vida abría la
puerta de la sala de ordenadores y me empujaba dentro.
—¿Qué está pasando? ¿Qué ha ocurrido?
La senadora Cruz apareció en el pasillo, seguida de Alice, con su llameante pelo rojo recogido
en una cola de caballo torcida y marcas rojas de la almohada y las sábanas en el rostro. Vida sin
duda trató de explicarles lo que ocurría, pero yo no oí nada. Nico tenía cara de haber vomitado
varias veces, y el olor que reinaba en la sala de ordenadores parecía confirmar esa teoría. Estaba
empapado en sudor cuando llegué a él.
—De verdad…, ¿de verdad quieres verla?
—¡No es buena idea! Ruby, escúchame, es mejor que… —empezó Chubs.
Fue subiendo el tono hasta que se le quebró la voz. Luego se apoyó contra la pared, con el rostro
entre las manos.
Nico no se movió. Tenía las manos inertes en el regazo, por lo que tuve que navegar yo misma a
través de la serie de fotos enviadas desde el móvil de Cole. Había una foto de prueba con luz de día:
una montaña distante y la espalda de Liam contemplando a lo lejos. Había tres docenas de imágenes
de un edificio bajo, todas tomadas después de la puesta del sol. Cole había fotografiado a los
miembros de las FEP apostados en el exterior, una escalera que subía hasta el techo del edificio, un
francotirador en su posición… Si había una cerca alrededor del campo, Cole y Liam ya estaban dentro de ella cuando empezaron sacar las fotos.
—Han entrado —dijo la senadora Cruz—. ¿No se suponía que debían quedarse fuera?
Habían entrado en la casa. Las imágenes eran borrosas, sin el brillo que la luna llena les había
proporcionado fuera. Estaban en una posición alta, mirando las mesas de abajo, las cabezas
inclinadas, comiendo. Los niños llevaban batas: los mismos uniformes rojos oscuros que teníamos
que llevar todos en los campos, pero el color… No había visto aquel tono desde hacía años.
La siguiente imagen era de uno de aquellos niños con uniforme mirando hacia arriba, con los ojos
fijos en el teléfono. Mi dedo vaciló sobre el ratón antes de hacer clic de nuevo. Nico emitió un
pequeño ruido ahogado, que le salió del fondo de la garganta, y puso una mano sobre la mía.
—Ruby, es mejor que…
Presioné el dedo hacia abajo.
Hubo un momento en que mi mente no pudo dar sentido a lo que estaba viendo. Las fotos habían
sido tomadas en el interior de un cuarto oscuro, las paredes pintadas de negro, las luces estaban en el
suelo en lugar de en el techo… La figura que se hallaba en el centro de la habitación estaba
desplomada hacia delante en una silla y el peso del cuerpo tensaba las cuerdas que tenía en torno al
pecho. El pelo rubio le caía sobre el rostro, cubriéndolo. Me aferré a la mesa con una mano mientras
hacía clic de nuevo con la otra. Un sabor metálico me inundó la boca cuando vi las salpicaduras de
sangre en el cuello y las orejas. El ángulo de la toma hacía imposible distinguirlo bien, necesitaba
otra foto.
Hice clic.
—¿Quién ha sacado estas fotos? —exigió saber la senadora Cruz, aunque nadie parecía ser capaz
de responderle.
—Supongo que quien los haya capturado… —dijo Alice al fin, aunque no estaba segura de si era
un «él» o un «ellos».
Aparté la pregunta de mi mente, centrándome en la pantalla. Alguien le había colgado una hoja de
papel del cuello. Había tres palabras mal garabateadas, desiguales: «Intentadlo de nuevo».
En la esquina de la imagen se veía un trozo de tela de color rojo oscuro y, aunque mi cerebro
sabía lo que venía a continuación con la suficiente certeza como para que el grito empezara a
formarse dentro de mi mente, pasé a la siguiente foto.
Fuego.
La imagen, en su totalidad, estaba inundada por una llama blanca. Fuego.
Fuego.
Una pantalla de humo gris y…
La senadora Cruz se alejó del ordenador y se fue hasta la esquina de la habitación, tratando de
huir de la visión de los restos carbonizados.
—¿Por qué? ¿Por qué lo han hecho? ¿Por qué?
La criatura desapasionada y fría que la Liga de los Niños se había cuidado de alimentar dentro de
mí se abrió paso en mi interior una vez más. Y por un segundo, un solo segundo, tuve la oportunidad
de observar el cadáver mutilado y carbonizado con el gesto atento y distante del científico que
estudia una muestra. En la pequeña sección de su rostro pude contemplar lo que quedaba de piel, quemada, oscura y áspera como una costra.
Navegué de nuevo a través de las imágenes del fuego. Esos enfermos hijos de puta… Esos
malditos cabrones enfermos que habían hecho las fotos… Los mataría a todos. Sabía dónde
encontrarlos. Mataría a todos y cada uno de ellos. Me aferré a esa fría furia con todas mis fuerzas
porque así congelaba el dolor, que no me dejaría actuar como quería ahora. Las lágrimas me
quemaban en el fondo de los ojos, en la garganta, en el pecho.
—No puedo distinguirlo —dijo Chubs, acercándose cada vez más a la histeria—. ¡Maldición!
Examiné las fotos anteriores, con el estómago tan apretado como un puño. Si me ponía a llorar,
los demás no serían capaces de contenerse. Tenía que concentrarme. Tenía que… Me detuve en la
segunda foto de la figura en la silla, en la que le habían colgado del cuello el cartel. La cabeza caía
hacia la izquierda, pero pude distinguirlo. No me lo había imaginado. Sabía quién era.
—Es… —Vida se inclinó de nuevo hacia delante. Me clavó las uñas en el hombro—. No
puedo…
Alice se había alejado de aquella imagen espantosa, vencida por sus propias náuseas. Pero
Nico…, Nico me estaba mirando. Sentí que las palabras me salían de la garganta, pero no las oí.
—Es Cole.
—¿Qué? —preguntó Vida, mirándome a mí y luego de nuevo a la pantalla—. ¿Qué has dicho?
—Es Cole.
Un millar de agujas me inundaron las venas y me recorrieron por dentro hasta el pecho. Me doblé
contra el escritorio, incapaz de hablar, de pensar, de nada que no fuera ver su cuerpo… El cuerpo de
Cole, lo que le habían hecho. Respiré hondo, tratando de expulsar el dolor. Quería recobrar el
control de mi espalda entumecida. Mi cabeza era una espiral rápida y tensa que me descendía hasta
el estómago. Porque sabía lo único que en ese momento le habría importado a Cole, sabía lo que
habría preguntado: «¿Dónde está Liam?». Si Cole… Si Cole estaba…
—¿Estás segura? —preguntó Chubs, cuando nadie parecía ya capaz de hacerlo.
Por el rabillo del ojo vi entrar a Lillian y, por un momento en el que casi se me paró el corazón,
pensé que aquel pelo rubio pertenecía a Cate, que de alguna manera ella y Harry ya estaban allí.
Escuché la explicación que le murmuró la senadora Cruz.
—Harry… tenemos que decirle… y Cate, Dios, Cate…
—Yo lo haré —dijo Vida. Su voz sonaba tan firme como firme parecía sobre sus hombros el
brazo de Chubs—. Yo lo haré.
—¿Liam está…? —comenzó Chubs—. ¿Hay…? ¿Podemos comprobar si se lo han llevado en
custodia? ¿Si hay alguna actualización de las redes?
Si lo habían matado e identificado positivamente, entonces actualizarían su perfil en la red de las
FEP y lo sacarían de la lista de los rastreadores.
—Estoy tratando de entrar en la red de las FEP —dijo Nico—. Estoy tratando… Será más rápido
meterme en la de los rastreadores. ¿Puedes darme tu información de acceso?
—Yo la escribiré —dijo Chubs.
—¿El teléfono sigue funcionando? —me oí preguntar mientras me separaba del ordenador, sin
levantarme de la silla.
No confiaba en que las piernas me sostuvieran. ¿Recibiríamos más fotos? ¿Y nos quedaríamos allí sentados, sin hacer nada más que esperar a que llegaran? Me atraganté con mi propia rabia.
—¿Rojos? —repitió la doctora Gray—. ¿Seguro? ¿Puedo ver las fotos, por favor?
Nico detuvo lo que estaba haciendo y se pasó al ordenador de al lado para trabajar. La doctora
Gray comprobó las fotos, yendo de una a otra hasta que encontró la que buscaba. La violencia y el
horror solo se reflejaron en su ceño fruncido.
—Estaba muerto cuando sucedió —dijo—. La bala del cuello lo habrá desangrado casi al
instante.
Yo también podría haberle dicho eso. Cole habría luchado hasta la muerte. No habría dejado que
ellos lo utilizaran así. Habría luchado hasta arder por completo.
Ella sacudió la cabeza y se volvió a mirarme.
—Por eso. Por eso necesitamos el procedimiento. Estos niños no deberían ser capaces de hacer
cosas así, de hacerse daño a sí mismos y a los demás.
La ira me hizo explotar, me tragó en una nube de incredulidad.
—¡No, por eso no deberían haberle jodido la cabeza a nadie, en primer lugar!
—No hay nada en la red —dijo Chubs—, todavía… Cualquier cambio en la red de las FEP tarda
una o dos horas en actualizarse en la red de los rastreadores.
—Vamos a darles un poco de tiempo, aún podría haber alguien tratando de escapar —dijo Vida,
mientras negaba con la cabeza y se pasaba las manos por el pelo—. La última foto llegó hace una
hora. Habrían enviado más si tuvieran a Liam…, ¿verdad?
La senadora Cruz me miró.
—¿Dónde está el teléfono que él ha estado usando para ponerse en contacto con su padre? Tengo
que hacer una llamada.
—Arriba. En el despacho —dijo Nico, levantándose tan bruscamente que tiró la silla hacia atrás
—. Yo lo traeré. Necesito…
«Salir de esta habitación», terminé mentalmente la frase. «Alejarme de las imágenes». Regresó
menos de un minuto después, con el pecho agitado mientras trataba de recuperar el aliento. Le tendió
el pequeño móvil plegable plateado a la senadora… solo para que esta lo soltara de inmediato
cuando la pantalla se iluminó y comenzó a vibrar.
Por un momento, nadie se movió. Sonó el teléfono. Sonó, sonó y sonó.
Chubs se abalanzó sobre él, antes de darle la oportunidad de que sonara por última vez.
—¿Hola?
Un estremecimiento de alivio le recorrió el cuerpo entero.
—Li… Liam, ¿dónde estás? Tienes que…
La senadora Cruz estaba a su lado antes de que yo llegara. Le quitó el teléfono y silenció sus
protestas con un gesto de la mano mientras ponía el manos libres.
—… lo han cogido… yo no he podido hacer nada, no he podido…
Aquella voz que conocía tan íntimamente como mi propia piel, aquella voz que a veces parecía
alegre, o asustada, o furiosa, o descaradamente coqueta, no era la que ahora salía del pequeño
teléfono. Casi no la reconocí. La conexión la hacía sonar distante, al otro lado de una carretera, fuera
de nuestro alcance. Las palabras salieron de su pecho tan entrecortadas y ásperas que me resultó casi
insoportable escucharlo.
—Liam, aquí la senadora Cruz. Necesito que respires hondo y, antes de nada, que me hagas saber que estás a salvo.
—No… No sé si estoy bien, este era el único número que podía recordar, sé que no es seguro, no
realmente…
—Hiciste exactamente lo correcto —dijo la senadora Cruz con voz suave—. ¿Desde dónde
llamas?
—Desde un teléfono público.
Vida se puso a mi lado y me miró a los ojos. Yo no podía hablar. Un entumecimiento antinatural
se me había instalado en el centro del pecho. No podía decir ni una sola palabra.
—No pude sacarlo… Llegamos dentro, estábamos tomando fotos, uno de ellos nos vio y no
pudimos salir… Le dispararon. Cayó y no pude sacarlo, traté de llevármelo de allí, pero nos vieron y
abrieron fuego… Yo no quería irme, tenía que… ¿Habéis oído algo en las noticias? ¿Harry sería
capaz de averiguar dónde lo tienen? Había tanta sangre…
Él no lo sabía.
Miré a Chubs. Parecía como si hubiera visto un coche que se dirigiera a toda velocidad hacia él.
Le cogí el teléfono a la senadora y desconecté el manos libres.
—Él… Liam —empecé con voz ahogada—, él no lo ha conseguido. Nos han enviado la prueba.
Hasta ese momento, el impacto y el pánico por lo que pudiera haberle ocurrido a Liam habían
anulado la parte de mí que tendría que haberse ocupado de los detalles de lo sucedido: si Cole aún
estaba vivo cuando habían llegado los Rojos, si sabía lo que estaba pasando, si había tenido miedo,
si había sentido dolor… Pero algo se rompió dentro de mí al darle la noticia, y la endeble puerta que
mantenía el dolor fuera cedió y estalló en una lluvia de astillas que se me clavaron por todo el
cuerpo. No podía respirar. Tuve que taparme la boca con la mano para no sollozar. Mi amigo, Cole,
¿cómo había pasado aquello? ¿Por qué tenía que ser así? Después de todo, ¿por qué tenía que
terminar así? Íbamos a hacer algo… Por primera vez tenía un futuro… real.
Chubs avanzó un paso, tratando de alcanzar el teléfono, pero me alejé de él y lo puse fuera de su
alcance. Sentí una ira y un dolor salvajes, como si alguien me hubiera arrojado ácido a la piel. Tenía
que mantener la conexión con Liam. Tenía que quedarme con él. Aquello lo destrozaría…, y la agonía
de saberlo era tan dolorosa como la pérdida en sí. No podía perder a Liam también.
—¿Qué quieres decir con «la prueba»? ¿Qué le han hecho? —Cualquier coherencia había
desaparecido. Liam pronunció cada palabra entre sollozos—: No he podido sacarlo…
—No —le dije, con voz ronca—, por supuesto que no has podido. No había manera de hacerlo y
él no habría querido que lo intentaras si eso significaba que también te apresaran a ti. Liam, no…
Ahora no te das cuenta, pero has hecho lo correcto.
El sonido de su llanto, finalmente, hizo que también yo estallara en lágrimas. Perdí toda fuerza en
la mano y dejé que Chubs por fin me cogiera el teléfono.
—Colega. Colega, lo sé, lo siento mucho. ¿Puedes volver aquí? ¿Necesitas que vaya a buscarte?
—Se alisó el pelo con la mano, con los ojos fuertemente cerrados—. Bueno. Quiero que me lo
cuentes todo, pero quiero que lo hagas en persona. Deja que nosotros nos encarguemos de ti.
Tranquilo, nosotros nos ocupamos…
Chubs me lanzó una mirada de impotencia. Le tendí la mano para que me diera el teléfono.
—No voy a volver, no puedo… Es…
Lo interrumpí.
—Liam, escúchame, voy a ir a por ti, pero tienes que decirme dónde estás. ¿Estás herido?
—Ruby… —dijo respirando entrecortadamente.
Entonces pude imaginarme exactamente cómo debía de estar. Aún vestido con el uniforme negro
del operativo, con el antebrazo izquierdo apoyado contra la carcasa de aluminio del teléfono
público, con el rostro enrojecido y una expresión desesperada. Me rompió el corazón de nuevo.
Agarré el teléfono con tanta fuerza que oí cómo crujía la carcasa de plástico barato. Me di la
vuelta para no estar frente a la galería de rostros que me miraban, y me dejé caer de cuclillas en un
rincón de la habitación.
—Todo saldrá bien.
—¡Nada va a salir bien! —gritó—. ¡Deja de decir eso! ¡No es así! No voy a volver. Tengo que
decírselo a Harry y… y a mamá. Oh, Dios, mamá…
—Por favor, déjame ir a buscarte —le supliqué.
—No puedo volver ahí, con vosotros… —La sensación de náusea que había estado creciendo,
retorciéndome el estómago, me subió como una ola embravecida. La voz se le entrecortó con un clic
—. Se acaba la conexión, no tengo más dinero…
—¿Liam? ¿Me oyes? —El pánico me golpeó la cabeza como un enjambre de avispas.
—Sabía que esto pasaría… Maldita sea… Tú… Lo siento… Ruby…, lo siento…
No sé cuándo ni cómo se las había arreglado para colarse entre tanta gente, o si se había hecho
tan pequeña y silenciosa que había estado allí todo el tiempo sin que me diera cuenta. Zu… Me cogió
el teléfono, traté de recuperarlo, pero ya lo tenía pegado al oído y decía, una y otra vez, con una voz
tan dulce como el tintineo de unas campanillas:
—No te quedes allí, por favor, no te quedes, vuelve, por favor…
Oí el tono de desconexión. Escuché aquel sonido, vi el teléfono en su mano y supe que todo había
terminado. Chubs se acercó y Zu, tras aferrarse a él, hundió la cara en su hombro.
—Vamos, vamos a por un poco de agua. Un poco de aire. Un poco de… algo.
—Quiero ir a buscarlo —le dije.
—Voy con ella —añadió Vida rápidamente—. Nico puede rastrear la llamada.
—No puedes —me dijo Chubs, suavemente—. Tienes una responsabilidad aquí.
«¿Y qué?», quería gritar. Quise arrancarme el pelo, la camisa… pero no pude, no pude hacer
ninguna de esas malditas cosas porque Cole me había obligado a prometerle aquella estupidez.
«Cuida de las cosas, jefa. Cuida de las cosas». Cate y Harry no llegarían hasta dentro de dos días.
Necesitaba… Tenía que decírselo a todo el mundo.
«Él te confió esa misión. Pensó que podrías hacerlo. Tienes que hacerlo».
Tenía que hacerlo. Si Cole no estaba aquí, si Liam no iba a volver, entonces yo estaba al mando,
y tenía que decírselo a los demás. Debía quedarme y no perder la cabeza.
—Dame un minuto —le dije.
Solo necesitaba uno. Caminé rápidamente hacia el antiguo cuarto de Cate y cerré la puerta detrás
de mí. Busqué el borde de la pequeña cama en la oscuridad, la misma cama en la que Liam y yo
habíamos dormido la noche anterior, y me senté. Recorrí con las manos las gruesas sábanas hasta
encontrar el tejido suave del suéter que se había dejado allí. Enterré la cara en la tela, aspirando su olor, hasta que finalmente liberé un grito silencioso que me quemó en la garganta.
«¿Por qué tuviste que entrar? ¿Cómo se supone que voy a hacer esto?». ¿Por qué no insistí más en
que se quedara, conociendo la información que nos había llegado?
Y no encontré respuestas, solo el terrible silencio, solo la oscuridad agobiante.
Clancy.
Él sabía que esto pasaría, contaba con ello. Clancy le había enseñado a Cole el campo, había
implantado las imágenes en su mente a sabiendas de que Cole era el tipo de persona que no podía
echarse atrás al ver que otros como él estaban sufriendo tanto. Se obsesionó, no podía dejar de
pensar en las posibilidades de un rescate real. Después de todo, ¿cuántas veces había triunfado a
pesar de no tener probabilidades?
«No tenía la más mínima oportunidad».
Las palabras me ardieron en la mente. Me tambaleé, aturdida por la intensidad del calor, de la
fiebre que me recorría la cabeza desde las sienes hasta la nuca. Empecé a ver destellos, la puerta que
tenía delante de mí se dividió en dos, luego en cuatro. Vi mi mano levantarse y alcanzar el pomo,
pero era como si no me perteneciera. Cuanto más me acercaba, más lejos me parecía estar; alguien
me arrastraba hacia atrás, una y otra vez…
Fue lo último que recordaba antes de que la oscuridad borrosa se convirtiera en una estática gris
que me envolvió por completo, mientras las venas se me llenaban de garfios y agujas.
Cuando me recobré, llevaba una pistola en la mano, y el frío metal apuntaba a la cabeza de
Lillian Gray.

Mentes Poderosas 3: Una Luz InciertaWhere stories live. Discover now