REGRESO AL MATADERO

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La señora Agatha Gildersleeve no había sido la única persona que se había preguntado quién era aquel hombre misterioso que habitaba en una de las casas más ostentosas de la ciudad de Nueva York.

Especialmente porque la llegada de un hombre adinerado nunca pasaba desapercibida, pero la suya aparentemente sí. Por ejemplo, a la vieja señora Gildersleeve, quien era una cotilla y nada se le escapaba, le había tomado 4 meses completos darse cuenta de su existencia. Un suceso extraordinario porque ¡era un hombre rico! Sino ¿por qué se quedaría en la residencia de los Keim?

Pero no sólo el encanto de su aparente riqueza había sido lo que acaparó la atención de la alta sociedad, sino también su porte, su cuerpo y su bien parecido rostro, aunque algo tosco, en general ya se le había catalogado como alguien apuesto. La duda y el aura de misterio a su alrededor habían provocado que decenas de mujeres casaderas pusieran el ojo sobre él, aunque no sabían nada sobre aquel nuevo miembro de la sociedad. Poco les importaba su procedencia pues todas sabían que sería una batalla reñida por conseguir su atención.

Y así, más rápido que el chasquido de los dedos de un niño mimado, aquel hombre consiguió cientos de invitaciones a cenas y reuniones con familias de renombre, a las cuales tuvo la oportunidad de ofrecerles sus servicios de contaduría, y con igual prisa logró conseguir tanto trabajo como el que su veloz cerebro era capaz de lidiar.

Por su parte, al otro lado del continente, Saxa ignoraba por completo el revuelo que había ocasionado por aceptar a aquel peculiar inquilino, Youssef Anzieu.

El señor Anzieu había sido el detective que hubo dado con ella, luego de que la madre de Saxa lo contratara para que le hiciera llegar los papeles con su herencia. Saxa ahora era poseedora de la casa en la que había crecido y sufrido tanto en manos del esposo de su madre. Además su fortuna aumentó en cantidad, pues tras la muerte del hombre que la envió a un manicomio al otro lado del mundo, que curiosamente había ocurrido cerca de la fecha en la que Saxa escapó, fue su madre quien se quedó con todo el dinero.

La culpa de haber enviado lejos a su única hija no le permitió disfrutar su riqueza, he invirtió gran parte de ella contratando detectives. Muchos de ellos resultaron ser charlatanes o estafadores, y por esa razón tardó años en dar con ella. No comía ni dormía bien y, a medida que su salud empeoraba, sus esperanzas de encontrarla disminuían. En realidad no había pensado muy bien el qué haría o qué le diría si lograba localizarla, sólo deseaba saber si aún estaba con vida.

Cierta tarde veraniega del año 1895, Marian Hon, antes Strand, paseaba por las calles del viejo Londres, acababa de salir del hospital, arrastraba los pies y andaba con la cabeza gacha. Fue el destino el que provocó que chocase con el duro pecho de Youssef, la mujer estaba tan débil que fue a parar al piso. El hombre la ayudó a incorporarse, notó que ella estaba pálida y escuálida, entonces decidió invitarla a comer. Marian aceptó pues realmente no tenía mucho qué hacer.

Hablaron por horas y ya muy entrada la noche la madre de Saxa, ya con unas copas encima, contó el porqué de sus pesares sin saber de antemano que Anzieu tenía algunos años desempeñándose como detective, pues no deseaba hacerse cargo del buffet de contadores de su padre. A Youssef le daba pena el estado en el que se hallaba Marian, por lo que le prometió que encontraría a su hija Agnes.

El trabajo claramente no fue sencillo, pero Marian le pagaba una enorme cantidad de dinero, por lo que Youssef pasó incontables noches sin dormir, viajando de un lado a otro. Primero intentó visitar cada hospital que aceptara internar pacientes psiquiátricos, pero la búsqueda no rindió frutos. Después volvió donde Marian a buscar si su difunto esposo había guardado algún registro, y así fue.

Durante años Marian había creído que Agnes estaba muerta, pues su esposo le había hecho creer que estaba internada en un hospital en Hamburgo, cuando la realidad era que la había subido a un barco y enviado al otro lado del mundo. Marian no le había creído y ella misma fue al hospital para averiguar si era cierto, unos médicos que su esposo había sobornado le confirmaron el deceso y por mucho tiempo estuvo deprimida.

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