REVUELO

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Después de que Saxa se hubiese ido, Laszlo fue a comer al lugar de siempre. Desde la muerte de Mary Palmer, el doctor había adquirido la costumbre de comer fuera. Durante todo ese tiempo habían servido a la casa varias cocineras y criadas que llegaban antes del desayuno y se marchaban después de la cena, algunas competentes, otras no tan eficientes. Lo cierto era que ni al doctor le interesaba conseguir el reemplazo definitivo de su querida Mary.

Su amiga, Sara Howard, llegó al lugar hecha una furia pues su subordinada, Bitsy, le había informado que la señora Linares había realizado una llamada a la agencia expresando su descontento por la visita del doctor.

Al verla llegar Kreizler se puso de pie, como las reglas de etiqueta lo exigían, y Sara no le hizo esperar, inmediatamente le informó el motivo por el cual se encontraba exaltada.

—Te pedí claramente que no contactaras a la señora Linares y aun así lo hiciste —espetó, llamando la atención de todos los comensales.

—Veo que estás enojada conmigo, Sara —respondió él con calma y volvió a tomar asiento, algo incómodo por la escena que se avecinaba.

—Enojada, no estoy enojada Laszlo. La palabra enojo no hace justicia a lo que siento, lo que hiciste fue una violación a mi confianza, amistad y trabajo.

Las personas a su alrededor los observaban de reojo, durante unos segundos se oyó una orquesta de susurros que desaprobaban el comportamiento de la señorita Howard, pero estaba claro que le daba lo mismo lo que la gente creyera o no de ella.

—Incluso si estás enojada conmigo por el momento, siéntate a comer —indicó.

Laszlo ya había previsto que su amiga lo acompañaría, en algún momento del día habían de encontrarse.

—Eres irritante.

Un mesero llegó a la mesa y depositó un plato en el lugar que estaba destinado a Sara.

—Madame, La Mouclade de Charente —anunció al tiempo que retiraba el cloche—. Von apetite.

Sara miró el platillo, después se volvió a dirigir a Laszlo con su inicial ímpetu.

—No quiero eso, no me gusta, nunca me ha gustado y aun así insistes en esta arcaica costumbre de ordenar por mí. Nunca me escuchas.

El hombre suspiró, sabía que tenía razón.

—¿Qué te gustaría comer?

—De hecho me gustaría tomar un vaso de whisky con hielo —pidió al mesero y este de inmediato se retiró, llevándose La Mouclade de Charente consigo.

Sara tomó asiento y todos en el restaurante volvieron a sus conversaciones habituales.

—En mi defensa... —comenzó a decir Laszlo, pero Sara no le permitió proseguir.

—No.

Kreizler la miró con fijeza y dejó escapar el aire con pesar.

—Pienso en la promesa que le hice a Martha Napp.

A Sara le cambió el semblante, sabía que su amigo se encontraba afligido y se arrepintió de haberle hablado de esa manera.

—¿Realmente crees que la señora Linares podría sacar provecho de la hipnosis?

—Lo creo, Sara. Lo fascinante de la hipnosis es que la memoria no se reprime como nosotros lo entenderíamos. El yo hipnotizado se disocia del yo vigilia, y esto es lo que le permite al paciente ver de nuevo una experiencia ya vivida, como en sueños.

Howard confiaba en él, sin embargo continuaba molesta, era consciente que a esas alturas sedería ante la sugerencia del doctor, pero aun así necesitaba poner las cartas sobre la mesa para que eso no volviera a suceder.

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