Bajo la atenta mirada de sus compañeros de piso, se levantó del sofá. Recogió todo aquello que había dejado tirado al entrar y se dirigió a su habitación. Sin embargo, debía pasar por la cocina, y bloqueando disimuladamente el paso, Pianoman intentó retenerlo. Con gestos y palabras suaves, transmitiendo que podía confiar en ellos sin dudar, expresando un incondicional apoyo que Chuuya no sabía si era real.

―Chuuya ―llamó el hombre mayor, posando su mano sobre el hombro ajeno con movimientos suaves―. Hablar de ello te haría bien.

―Y estamos dispuestos a escuchar ―agregó Albatross, con una actitud relajada―. Sin juzgar, lo prometemos.

―¿Sin presión? ―cuestionó el pelirrojo, los otros tres hombres asintieron y Pianoman respondió por ellos.

―Sin presión.

―Entonces no me obliguen a hablar. ―La mirada azulada reflejó un silencioso ruego, una tenue desesperación―. Por ahora, olviden lo que pasó hoy, ¿sí? Ese idiota no era nadie, no tengo relación alguna con él, así que, por favor...

Odió la mirada de compasión en Pianoman, el silencio en Albatross y Lippman, la tensión en el aire, el sentimiento de asfixia.

Con un muy suave movimiento de cabeza, el mayor de los cuatro le dejó pasar a su habitación. Chuuya no miró atrás mientras arrastraba los pies hasta su cuarto, tampoco se preocupó por el lugar donde dejó sus pertenecías, mientras cerraba la puerta con el pestillo girado. Se sentó en el borde de la cama.

Soltando un suspiro, se echó hacia atrás y rebotó suavemente contra el colchón, con el cabello casi rozando la pared al otro lado de su cama. Intentó quitarse de la cabeza las palabras de ese día. Lo que dijera Dazai no debería afectarle tanto, ya no.

Siempre escuchó lo horrible que era su poesía, no solo del moreno, sino también de su padre, de algunos maestros y compañeros de secundaria que, más inmersos en la literatura que él, lo despreciaban con todo su ser cada vez que era alabado por lo que escribía. Entonces, ¿por qué le afectaba? ¿Por qué, si era Dazai quien le juzgaba, le dolía tanto?

Jamás le importó lo que dijeran de su poesía, incluso si le afectaba, nunca lo demostró. Excepto si venía de Dazai. Si las duras palabras eran directamente de su objeto lírico, quien se negaba a reconocerse entre sus versos, dolía. Y creyó, por un momento, con la imagen del moreno que le observó desde la distancia mientras cantaba, que este había cambiado. 

Pero estaba equivocado. Esperó mucho de alguien que no hacía nada más que mentir y dañar a otros y a sí mismo.

―Que idiota...―masculló, sin saber si se lo decía a Dazai o a sí mismo.

Incorporándose, se acercó al escritorio paralelo a la de la cama. Abrió uno de los dos cajones y sacó su viejo cuaderno de poesía. Lo había releído una y otra vez durante esas últimas semanas, y mucho más mientras escribía el poema que Dazai destruyó. Para ese momento, esos infantiles versos eran un consuelo, un escape hacia aquella época donde la vida parecía más fácil; cuando soñaba con un futuro en el cual podría pasarse cada día nada más que escribiendo versos sobre un moreno que, esperaba, jamás se fuera de su lado. Pero se marchó, y todo lo que quedaba de ese sueño era un viejo cuaderno incompleto.

Y bajo ese viejo cuaderno, estaba el teléfono que hace cuatro años había lanzado contra la pared después de intentar llamar a Kouyou por última vez.

No sabía por qué aún lo mantenía consigo.  La pantalla estaba rota, no sabía si aún funcionaba, pero lo guardó, así como todo aquello de su adolescencia que, aunque estaba ligado a malos recuerdos, también lo estaba a buenos. Sabía que incluso, en algún lugar, en lo profundo de su armario, estaba el viejo peluche con forma de oveja que su madre le regaló antes de que todo se fuera a la mierda y él demostrara claras actitudes homosexuales que sus padres despreciaron. Pero el teléfono, el cuaderno y el muñeco eran cosas de las cuales no podía deshacerse, incluso si así lo quería.

Leave the kiss for later [SKK]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin