Capitulo 11.

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Advertencias sobre el maltrato de prisioneros en este capítulo, incluido el abuso físico y la amenaza implícita de violación

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Todo parecía aburrido y desvaído, sonidos y olores a distancia como si la hubieran envuelto en algodón y la hubieran metido en un baúl. La vista era inexistente... Ángela se dio cuenta de por qué cuando trató de parpadear y descubrió que tenía los ojos cerrados. Los párpados se sentían pegados, como si alguien los hubiera cerrado con pegamento como una broma.

Gimiendo, luchó por abrirlos y finalmente logró abrir los párpados. Inmediatamente, una luz cegadora se clavó en su cerebro, tan brillante que gritó y trató de presionar sus manos contra sus ojos. Se negaron a responder, bloqueadas en posición detrás de su espalda... atadas allí, se dio cuenta un momento después. Peor aún, estaba completamente desnuda, sin una prenda de ropa sobre ella, el duro metal de la silla se congelaba contra su delicada piel.

Escalofríos le recorrieron la espalda y volvió a gritar de pánico e incredulidad. Sabía muy bien de qué se trataba: era la misma situación en la que había estado durante la mayor parte de una semana, antes de que Fareeha viniera a rescatarla. Estaba atada a una silla en ese maldito sótano de la sede central de Helix, y en cualquier momento llegaría su torturador para torturarla aún más.

¿Había sido todo un sueño? ¿Había imaginado a Fareeha viniendo a rescatarla? ¿Alucinó la excitación, la comodidad y la mezcla embriagadora de otras emociones y olores que la acosaban cuando su Alfa estaba cerca?

Presa del pánico, Angela gritó el nombre de Fareeha, como si eso pudiera convocar a la otra mujer a su lado. Como si eso pudiera hacerla soñar la realidad que ansiaba, y esta realidad no fuera nada más que una pesadilla. Se retorció contra sus ataduras, frotándose las muñecas en un intento frenético por escapar de los lazos irrompibles. Sus tobillos también estaban atados, cada uno a una pata de su silla. Un fuerte golpe de más volcó la silla, enviándola al duro piso de concreto, raspándose el hombro y el brazo en carne viva.

--"Bueno, bueno."-- La voz aceitosa demasiado familiar se deslizó en sus oídos, y Angela podría jurar que le causó una sensación física de repulsión. --"No te hagas daño, pequeña omega. Tengo usos en mente para esas manos, tanto profesionales como... personales."-- Unas manos fuertes agarraron la silla y la levantaron de un tirón, dejándola en la posición original. Su torturador apareció a la vista, bloqueando la luz demasiado brillante, y Angela reprimió un sollozo de miedo.

--"Moreno."-- El nombre se le escapó, apenas más que un susurro ahogado. Excepto que había aprendido ese nombre de Fareeha, ¿no? Y si su Hada había sido un sueño, seguramente el nombre tampoco era real.

Sus ojos se entrecerraron mientras la miraba, luego la ira pareció pasar. Se encogió de hombros, un gesto fatalista. --"Hubiera preferido que no supieras mi nombre todavía, pero no importa. Como te dije antes, lo único que quiero que me llames es 'Maestro'".--

El corazón de Angela dio un brinco en su pecho, latiendo tan rápido que su respiración se cortó en respuesta, los pulmones luchando por oxigenar su sangre acelerada. Ella lo miró fijamente, el miedo se mezclaba con la incredulidad y la esperanza. Su nombre era Moreno. ¿Cómo podría haber aprendido eso, si no fuera por Fareeha? Pero si el rescate había sido real, ¿cómo podría estar ella aquí ahora?

Lo último que recordaba era... Ángela se esforzó, luchando por traer imágenes borrosas al frente de su mente. Se había despertado en los brazos de Fareeha, el delicioso aroma de su Alfa la envolvía, el toque de ese cuerpo fuerte era tan reconfortante y excitante que Angela apenas había sido capaz de pensar más allá de su necesidad. Entonces Fareeha se apartó, resistiéndose a lo que ambas deseaban tanto, y al hacerlo puso el mundo de Angela de cabeza.

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