Una charla en la habitación

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—Dawi —escuchó la voz enfadada de Hilmar en su cabeza.

—Cobarde —lo acusó.

—¿Cómo que cobarde?

—Dejas que traten así a tu pareja, así que eres un cobarde —se reafirmó—. Cobarde, cobarde, cobarde... —empezó a repetir en su cabeza una y otra vez sin darle opción a Hilmar, hasta que este, frustrado, lo dejó solo—. Estúpidos lobos —murmuró disgustado y aunque los lobos más cercanos lo miraron mal, no le importó—. Estúpidos. Más que estúpidos. Descerebrados aulladores...

—Dau —le pidió el humano preocupado mirando alrededor.

—No te preocupes. Solo tengo que segregar feromonas y se les pondrá la polla tan tiesa que no podrán ni andar —rechazó haciendo un gesto despectivo cuando al ver la preocupación en sus ojos se regañó—. Tienes razón, lo siento. No debo olvidar que estamos en Narg.

—Gracias —respondió Rishi aliviado.

—¿Y a dónde me llevas? —le preguntó siguiéndolo.

—A la habitación que compartimos Hilmar y yo —le explicó.

—No habrá nada raro allí, ¿verdad?

—¿Raro?

—Sí, ya sabes. Sois pareja y vamos a vuestra habitación. Ya sé bastante sobre vuestro apareamiento como para querer saber más —le advirtió.

—Hay varias habitaciones y en la que estaremos no hay nada indebido —le gritó Rishi poniéndose rojo.

—¿De verdad? —insistió suspicaz.

—No hay nada —le aseguró con los dientes apretados.

—¿Nada como qué? —lo azuzó—. ¿Cuáles son las cosas que consideras indebidas y están guardadas? Ahora siento curiosidad —admitió y Rishi abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua.

—No es de tu incumbencia —zanjó acelerando el paso molesto, así que lo siguió divertido.



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Poco después, Rishi abría una puerta, así que lo siguió mientras miraba a su alrededor. Aquella amplia habitación curva tenía una chimenea a un lado con leña cerca, sillas, una mesa en la que podrían comer cuatro personas sin problemas llena de hojas, varios baúles cerrados y alfombras y pieles con el inconfundible olor de los lobos, pero él ignoró todo aquello y se dirigió al otro lado para asomarse al jardín excavado en la roca. Vio la cascada que comenzaba en un agujero de pared a un par de metros del suelo, cayendo a rocas cóncavas escalonadas cada vez más grandes hasta que, al llegar al suelo, caía en un estanque. También vio las macetas sobre las losas que cubrían el suelo y los pequeños parterres con plantas aquí y allí. No era como si se pudiese pasear, pero podían reunirse una quincena de personas con comodidad en aquel lugar. Miró hacia arriba, hacia el cielo azul, viendo en la pared donde estaba la cascada, en la parte más alta, algunas ventanas hechas en la piedra, apenas agujeros.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora