Capítulo Treinta: Los cocodrilos tienen hambre

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Capítulo treinta: Los cocodrilos tienen hambre.

Shaina.


—Mi ángel bueno, ven a comer.

Aprieto los labios y quiero gritarle, quiero preguntar muchas cosas, porque las palabras de Atlas se repiten en mi cabeza sobre que esta mujer no es mi madre, pero tengo que contenerme. También estoy molesta porque los últimos los días han sido un borrón y ahora sé que es su culpa, su responsabilidad.

Es curioso cómo tras esa línea de Atlas comencé a replantearme mejor muchos aspectos de lo que ha sido mi patética vida y tal vez es el no ser precisamente mi madre biológica lo que le dio tal libertad y comodidad para creerle a mi violador y no a mí.

—Shaina —Me llama.

Con lentitud relajo mi mano porque no me di cuenta que la apretaba con tanta fuerza y al girar le doy apenas una leve sonrisa y cómo siempre bajo la mirada, no porque lo quiera, pero sí para parecer su siempre "ángel bueno".

Tomo asiento y veo el almuerzo que se presenta frente a mí. No quiero comerlo, ya no confío en ningún alimento que provenga de ella.

Una parte de mí me dice que puede que no sea su hija biológica, pero me ha criado cómo suya, sin embargo es más fuerte la parte que me dice que no se he sido su hija, que he sido su prisionera.

¿Soy adoptada? Serlo no tendría que significar algo precisamente malo, pero la manera enfermiza en la que me ha estado haciendo daño al ocultarme información, hacerme creer que hay algo grave clínicamente con mi salud mental, drogarme para controlarme así cómo cada aspecto de mi vida y quién sabe más, en este momento me parece imperdonable.

Me ha estado haciendo daño y eso despierta una furia en mí que me hace querer arremeter contra todo.

Tengo una ira en mí que estoy conteniendo, quiero llorar, gritar y golpear cosas. Quiero saber quién soy.

—¿Algo va mal, Shaina? —Me pregunta Noelia, porque ya no puedo llamarla mamá en mi mente.

No lo es, no lo volverá a ser.

Bajo la vista hacia el plato de comida y vuelvo la atención a ella, frente a mí.

—¿Podemos cambiar de plato? El tuyo tiene menos y hoy tengo menos apetito, mamá, tal vez se deba a mi medicación.

Parece desconcertada y sorprendida, luego la alarma la asalta antes de que parezca meditar qué respuesta darme.

—Puedes comer hasta donde puedas, cariño.

No quiere cambiarme de plato.

—Quiero tu plato.

—Shaina —ríe—, no seas irracional, hija.

No soy tonta, no me drogarás.

—Quiero tu plato —repito con lentitud, viéndola directo a los ojos.

No parpadeo ni desvío la mirada incluso cuando sé que eso podría delatar mi despertar. No me inmuto y creo que la intimido.

Y entonces, mientras la veo, mi mente deambula. En un instante estoy viendo a mamá, pero luego estoy imaginándome detrás de ella, empuñando su cabello, ella me ve con angustia, yo sonrío y entonces con fuerza llevo su cabeza hacia la mesa golpeándola contra la superficie, su sangre comienza a salpicar, su frente se agrieta con el plato que se quiebra con el impacto de su rostro, los utensilios se vuelven carmesí mientras la golpeo una y otra vez, hasta que su rostro es masilla irreconocible, hasta que uno de sus ojos cuelga, sus dientes vuelan y ella no respira. Y me veo sonreír aun sosteniendo su cabello porque ella me mintió, me engañó, me enjauló, porque es mi enemigo.

El Rostro de una MentiraWhere stories live. Discover now