7.Caricias

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Lorena.



Puedo apenas distinguir lo que pasa a mi alrededor: Nana hablando por teléfono, Loretta mordiéndose las uñas, Agustín haciendo bocetos y Matilde simplemente está degustando unas papas fritas y pollo.

Mis hermanos pequeños son ajenos a lo que pasa entre lo más mayores.

Pierdo mi vista entre las flores del jarrón, las que me regaló Dylan. Comenzaban a secarse pero eso no era a lo que me aferré en ese momento, me aferraba a mi teléfono mientras perdía mi vista en cualquier punto, pensativa.

—No pueden venir — informó Nana mirándome con cautela, como quien espera algún movimiento suicida.

No era para mí extraño entender que mis padres siempre tenían cosas más importantes que sus hijos por hacer. Apreté los ojos y expulsé el aire sin ápice de calma, sobé mis sienes.

—¿Qué haremos entonces? — se atrevió a indagar Loretta.

—Ir, claro, si Lorena está de acuerdo — me miró expectante.

Me encogí de hombros como si aquello no me importara, pero la verdad es que sentía mucho miedo de salir de la calidez de mi hogar.

Deslicé mi dedo de arriba para abajo, subiendo y bajando chats de WhatsApp. Mordí mi mejilla interior y entré a su chat, el de Dylan. Recordaba la manera en la que me había dicho que no dejaría que nada me pasara y sentí la necesidad de informarle.

Escribí y borre. Escribí y borre. Hasta que mandé el que menos me convenció de todos los que había redactado.

Alguien tomó mi mano y deslizó una sudadera por mis brazos.

—Hace un poco de frío afuera.

Nana hizo un gesto para que la siguiéramos, le repitió una y mil veces a mis hermanos que no abrieran la puerta a nadie y tomó la llave de la misma.

Como había dicho Loretta; afuera estaba frío, no tanto pero era notable. La calle estaba desolada y una leve brisa que no me gustó para nada acarició nuestra piel. Me estremecí y caminé entre nuestra Nana y Loretta.

Como siempre; la casa vecina tenía todas las ventanas cerradas y ninguna cortina corrida. Un pequeño pasto adornaba la entrada y  el puertón de la entrada no estaba sellado. Su piso era de madera y los rastro de abandono eran muy obvios; polvo, telarañas e hierva creciendo a su merced.

Estábamos ahí. Frente a la puerta, una parte de mi quería que la persona que me enviaba mensajes viviera ahí y terminar con esto, otra tenía miedo de que lo pudiera encontrar.

Nana presiona el timbre.

Un manojo de nervios me invade.

Presiona unas cuantas veces más y cuando creo que nadie atenderá, la puerta se abre en un pequeño quejido.

—Buenas noches — saluda cordialmente un hombre. Es dueño de unos ojos oscuros, fuerte, imponente. Sus labios son gruesos y carnosos. Y parece el tipo de hombre que todo le queda bien porque aquellos vaqueros desgastados le encajan como anillo al dedo.

—Buenas noches — le corresponde nuestra Nana.

El hombre nos escudriña con la mirada antes de hacerse a un lado.

Molestando a Lorena ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora