CAPÍTULO 33

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—¿Podrías recordarme por qué optamos por las escaleras?

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—¿Podrías recordarme por qué optamos por las escaleras?

     —¿Te sientes mal?

     —No —mintió Nínive—, me siento vaga.

     Habían optado por las escaleras porque DeBlanckfort temía que un asesino encubierto se metiera en el elevador con ellos. Los ascensores poseían cámaras; cualquier pelea —o asesinato, de ser necesario— quedaría expuesta en tan reducido espacio, y lo último que necesitaban eran cargos por cometer crímenes terrestres y un cartel de «se busca». Nínive había aceptado subir a pie a sabiendas de que la torre medía noventa metros, pero sus piernas comenzaban a sentir el esfuerzo después de doscientos escalones. «Tú solo camina. Uno a la vez», se dijo mientras se aferraba al pasamanos de hierro forjado, incrustado en la cara externa de la torre cuyas escaleras en espiral y angostas ventanas la hacían sentir en la Edad Media.

     DeBlanckfort iba a la cabeza. En ningún momento se había quejado de la caminata, por eso Nínive no quería ser la primera.

     —Deberías inscribirte en los Dragones Negros una vez De-Ràzes halle tu cura. Verás que tu pereza desaparece de un plumazo.

     —Pero a mí me gusta mi pereza; hace que encuentre la forma más rápida y efectiva de hacer algo. 

     Percibió la sonrisa de DeBlanckfort a sus espaldas, una de esas sonrisas que conseguían sacarla de eje, justo cuando terminaba de recuperarse de la cálida sensación que había dejado su pulgar contra su boca. El viaje estaba resultando ser una tortura, y Nínive deseaba regresar lo más pronto posible porque era consciente de las grietas; los muros que había construido a base de dolor y errores del pasado estaban cediendo, y temía por lo que pudiera sucederle cuando se derrumbaran.

     Aprovechó la pausa que hubo cuando dejaron pasar a un visitante a través de la angosta escalera y bebió un trago de zumo, ansiando que actuase como un tónico mágico capaz de borrar el dolor de una crisis. Había tenido crisis dolorosas en la abadía, pero estando en Gante le preocupaban un poco. No tenía un centro médico al cual acudir, y aunque lo tuviera, equivalía a delatarlos. Por eso siguió subiendo cuantos escalones pudo, hasta comprender que esas escaleras podrían no terminar después de cien escalones o más.

Sangbìbiers IV Rex RexumKde žijí příběhy. Začni objevovat