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liverpool, 1960
la ciudad de liverpool fue testigo de una mañana calurosa durante aquel inicio de semana. un pequeño ventilador estaba frente a love taylor, pues la joven sentía que no aguantaría un segundo separada de aquel aire que la mantenía fresca.
sería una vil mentira decir que la mente de la joven estaba tranquila, pues en ella era residente un solo pensamiento que parecía no querer desaparecer: los resultados de su examen de admisión a la universidad.
nadie podía hacer que esa intriga saliera de su cabeza, pues la causa de su preocupación era extremadamente entendible. si la mayoría de sus respuestas eran malas, todo su arduo esfuerzo habría sido en vano, además de que su futuro no sería el mejor y decepcionaría a aquellos que creían en ella (todo esto desde su punto de vista personal); si la mayoría de sus respuestas eran buenas, alcanzaría poco a poco aquello que deseaba con ansias, mas sin embargo tendría que comenzar su vida desde cero, tendría que conocer nuevas personas y dejar atrás por un buen tiempo a todos aquellos que conocía y quería.
cualquier resultado sería muy bueno y muy malo a la vez, pero al final solo love controlaría las riendas de la futura situación y sabría cómo afrontarlo.
era exactamente el medio día y la castaña a penas llevaba cinco minutos despierta, pues últimamente dormir le era una tarea bastante ardua. bostezó aún somnolienta después de apartarse del pequeño ventilador, se prepararía su desayuno (o mejor dicho almuerzo) y regresaría a su cama para no hacer nada físico y disfrutar su día de la forma más perezosa y relajante posible.
se dirigió a la cocina como de costumbre y se encontró a su hermano mayor.
—buenos días, bella durmiente —saludó leo con una sonrisa, la cual desapareció cuando se percató de que el cabello eleanor era un completo desastre. tratando de olvidar eso, cambió el tema de inmediato—. paul vino esta mañana y me pidió que te dijera que vayas a alcanzarlo a las doce donde siempre.
love abrió los ojos de par en par, pues sabía muy bien que ya era esa hora.
—¿y por qué no me despertaste para decírmelo? el pobre muchacho ya debe estarme esperando.
el ojiazul se encogió de hombros sin tomarle mucha importancia al asunto mientras sacaba un cartón de leche de la nevera.
—¿puedo saber dónde es “donde siempre”? —dijo a la vez que llenaba un vaso de cristal con la bebida, sin voltear a mirar a love.
