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WHITE

Caí en los brazos de Morfeo en cuanto terminamos nuestra primera sesión de sexo apasionado. Ángela cayó rendida también, cuando desperté la encontré con los ojos cerrados y boca arriba, dejando una vista espectacular de esos pechos que me volvían loco. No sabía exactamente lo que sentía ahora mismo. Atracción no era la palabra. Deseo... bastante, parecía una diosa del mismísimo Olimpo. Cariño... bueno, la apreciaba. Quería conocerla, eso estaba claro. Al fin y al cabo conocí a sus padres hace pocas horas. Su padre me dijo que la cuidara, me la confió como si fuera mía.

¿Amor...? No estaba seguro. Quería averiguar que se me pasaba por la cabeza. Quería saberlo todo. Pensé en ir a Delfos, a consultar el oráculo. Quería saber si de verdad ella era la elegida para mí. Descarté la idea al instante, el oráculo puede darte lo que quieres escuchar o todo lo contrario. No quería otro golpe, no otra vez.

Me encaminé por los pasillos. Necesitaba pensar. Por primera vez en mucho tiempo, el sol lucía bajo las nubes rojas de alrededor. El Inframundo nunca fue un lugar sombrío, ni mucho menos. La gente solo sabe la parte en la que todo se oscureció al igual que mi corazón cuando Perséfone me abandonó por un humano. Pero el Inframundo era un lugar habitado por las almas. Pensaréis que es el Tártaro, y efectivamente lo es, pero ese lugar está reservado a aquellas almas que solo quieren hacer el mal. Las almas puras, limpias, vagan por el Inframundo como si fueran personas normales, como si empezasen una nueva vida aquí.

Salí al gigantesco patio que había en mi castillo y vi pequeños rayos de luz roja a través de las nubes. Me crucé de brazos, admirando mi mundo. Este era mi hogar, el que anhelaba y el que realmente era. No quería seguir viviendo en las sombras. Todos merecemos una segunda oportunidad, y el Inframundo también lo merece. Noté una mano en el hombro, me giré asustado.

—Tranquilo, soy yo.

—Hola, Pos —mi hermano se puso a mi lado.

—Te veo bien. A ti y al mundo de los muertos.

—¿Se nota? —dije mirándolo con una sonrisa.

—No sé que te habrá hecho esa chica, —dijo mirando hacia la ventana abierta que da a mi habitación. —pero me gusta. Te veo como lo eras antes. Nunca fuiste el que dios malo que dicen siempre, Hades. No eres el que roba las almas y las tortura en su mundo. Eres el que les da una nueva oportunidad, y al parecer un alma te está dando ahora la oportunidad que llevas tantos siglos esperando.

Le miré con agradecimiento. Poseidón fue el que me ayudó cuando caí en lo más profundo de mi tristeza, en la depresión, cuando mi mundo se volvió sombrío. Las almas llegaban al Tártaro y eran juzgadas de la peor manera. Pagaba con ellas todo el dolor que Perséfone me provocó, cosa que no debía hacer. Pero, ¿quién era nadie para contradecir las decisiones del Dios de los muertos?

—Gracias por todo, Pos. —asintió con la cabeza como respuesta.

—¿Dónde está la susodicha?

Carraspeé.

—Duerme —me miró con una ceja alzada. —Estaba cansada. Necesitaba una pequeña siesta.

—¿Una siesta pos-coito?

Abrí los ojos como platos. Mi hermano podía ser un sabio cuando quería, pero me conocía mejor que a sí mismo. Solté una carcajada nerviosa. Sí, nerviosa. De repente, una fragancia de fresa me inundó las fosas nasales, haciendo que perdiera la cordura. Miré automáticamente al balcón y vi a la mujer de mi vida asomada, mirándonos a Poseidón y a mí con curiosidad. Tenía el pelo mojado y su melena bailaba junto con la seda y el tul de su túnica roja. Los rayos de sol iluminaban su cara. Un dedo hizo que mi boca se cerrase.

INFERNUS ©Onde histórias criam vida. Descubra agora