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Izara había divagado siempre entre caminatas largas que dejaban cenizas blancas de sus pies, el sendero oculto entre las hierbas verdes se había trazado tras los tantos pasos incontables que la Omega había entregado en muestra de desosiego. Una falta consistente existía en su pecho y se extendía de alguna manera hasta más arriba por su garganta, llegando finalmente al frente de su mente. Todo en ella era como una conexión que con dificultad era movida por si misma todos los días. Los lamentos de su boca ensordecian a sus propios pensamientos y el duro cuestionar hacía que el pecho se le llenara hasta causar desborde en llanto.

⠀Pero nadie la escuchaba.

⠀Tenían oídos pero también una falta permanente de control sobre sus propios pensamientos, sus ojos siendo como luceros que emprendían viajes en busca de quién los tomara con avaricia y al mismo tiempo con gratitud.

⠀Izara no tenía de eso, sus luceros eran carbones y la avaricia la obtenía con su sola existencia, pero no la gratitud. Ella era bella, como el suave despertar de las aves por la mañana y el dulce delirio de observar a las luciérnagas por la madrugada. La Omega podría ser uno de aquellos insectos, se mezclaba bien entre el verde tono oscuro de los árboles rodeandole y la oscuridad que únicamente resaltaba su puro brillo.

Merodeaba descalza entre los misterios de un bosque frío y se escondía entre los grandes arbustos al momento de percibir presencias ajenas, escondiendo su brillo como una presa indefensa de lo desconocido.

⠀Había crecido sola. Y se iría de igual manera.

⠀Dispersada entre el viento y la neblina se encontraba Iosis, le gustaba observar la preciosa escena de las luciérnagas paseándose tranquilas alrededor de Izara, era como observar una de las encantadoras películas que su abuelo veía en su tele. Le gustaba la escena que formaba aquella Omega de ojos oscuros y profundos, le encantaba el suave provenir del viento revoloteando las hebras cortas y de color carbón que formaban parte de ella.

⠀Le gustaba.

⠀Observarla en silencio era como un placer inestimable. Cómo las gotas de lluvia llevándose lo inestable, como el brillo de las manzanas del puesto del abuelo de Iosis, como la explicación de un nombre precioso y extraño, como el provenir preciso de una tormenta fuerte que dejaba a su paso un arcoiris doble en el cielo. Cómo las nubes formando todo lo que tuviera sentido y como lo sin sentido formando todo lo que pudiera estar en la mente.

⠀Pero pasaba algo.

⠀Cada vez que Iosis la miraba, los ojos ajenos se volvían más oscuros, su cabello crecía y la piel que contaba con pecas se iba deshaciendo de cada una de ellas. ¿Era eso posible?, observar un dulce provenir interiorizarse hasta el fondo, volviendo lo blanco opaco y lo opaco arrasando con lo estable.

⠀Iosis pronto se había dado cuenta de algo, cada vez que miraba a Izara, por cada hora, sus pecas se iban deshaciendo, su cabello crecía y sus ojos se volvían más profundos.

⠀Iosis miró a Izara alrededor de tres semanas, hasta que sus hebras oscuras la consumieron y el viento sopló tan profundo que sus pecas se dispersaron entre las luciérnagas y lo oscuro de sus ojos se mezcló con la lobreguez del bosque.

⠀El silencio inundó el ambiente y el ruido de la pequeña grabadora siendo apagada interpuso un lapso diminuto de interrupción a aquello.

Viesins ; KookTaeWhere stories live. Discover now