9. Kingdom of Eros

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AMUNET ROMAN


Nunca había sentido algo así.

Nunca había sentido ni siquiera mis vellos erizarse.

Nunca había tenido esas sensaciones peligrosas.

Pero suceden. Cada vez más insistentes, como si estuvieran desesperadas por obtener algo, mi vientre se encoge y siento mi entrepierna tener una reacción constante, repetitiva, agobiante. El tenerlo cerca produce tantas cosas las cuales me niego a sentir, pero que de igual manera suceden. Ahora no pienso en el tiempo, no pienso ni siquiera en mi ya que mi concentración va a sus ojos amarillos, los cuales se oscurecen al verme.

Me siento ligera entre su cuerpo y deseo quedarme así. Respaldada de su gigante cuerpo que cubre el mío, que pone a hervir mi sangre cuando la mirada que me dedica no es de amigos.

La saliva se me aliviana y arqueo el cuello cuando sus labios carnosos se acercan a mis vellos, y solo el roce de la humedad de ellos me pone a pasar saliva y a intentar apretar las piernas, cosa que no sucede ya que tengo metido su cuerpo en el espacio de ellas. Quiero decirle algo pero no pienso, ni siquiera sé si escucho.

Sus manos se deslizan por mi cintura y quedan en la parte baja de mi espalda haciendo que tiemble internamente con la suavidad que me brinda, hace ver que el tocarme es magnífico cuando su comisura izquierda se eleva y noto esa maldad, esa crueldad que plasma en una sonrisa.

—Dijiste que querías conocer a mi verdadero yo. —Sus labios tocan el lóbulo de mi oreja y asiento con la respiración entrecortada, totalmente atenta a las palabras gruesas que deleita entre sus labios—. Mi verdadero yo ama dar placer, ama la sumisión, la perversidad y anhelo, deseo, y necesito acabar esa inocencia falsa que aparentas.

Siento su pecho encajar más con el mío y él no se ve inquieto, ni siquiera su respiración es insistente como la mía, lo cual me baja un poco los ánimos ya que quiero hacerle ver que también puedo producir esas sensaciones como él. Empiezo a pasarle el dedo por la cara y la textura suave es recorrida por la yema de mi dedo mientras suelta una respiración honda sin dejar de verme.

Sus manos aprietan mi espalda y busca más cercanía entre nuestros cuerpos, lo cual sucede cuando me jala de una manera que me hace encontrarme nuevamente en ese espacio íntimo que creamos ambos.

—No soy inocente, Asmodeo. No le temo a esto, no le tengo timidez a esto. Soy la diosa de la seducción y muy bien que puedo jugar a mi favor. —Pongo las manos en su pecho, incitando a que se acerque más a mi rostro—. Sólo que no lo hago por respeto a mis creencias, a mi virtud, a mi reputación como mujer, lo cual sabes muy bien que puede afectarme en mi reinado si cometo un error en ello.

Hubo muchas veces que me encerré en esos pensamientos oscuros donde pensaba que hasta por saludar a un hombre mi reputación me vería afectada en ello, y es que aquí mi valor como mujer es gigante por la razón de ser reina, y es que soy el foco de la mayoría y los rumores se crean por cualquier error.

Un error puede llevarme a la ruina.

Aquí la reputación de la mujer es lo más preciado para obtener un casamiento, sus debidos respetos, títulos y más. Yo como reina debo tener ese peso en mis hombros, debo cuidar hasta cuantos pasos doy y quien lo ve, ya que las bocas se acostumbran a soltar palabras que ni siquiera piensan, y que de alguna manera pueden causar desgracia.

Asmodeo puede hacer lo que quiera cuando le plazca y nadie lo juzgará por el hecho de ser hombre y tener una corona en su cabeza. A él no lo señalan, más bien se encogen cuando ven al hombre poderoso que denota peligro. Le huyen, hasta evitan mirarlo y a mi... Tengo el respeto de pocos y piensan que no tengo valor alguno si tengo relaciones antes que el matrimonio, o si halago a alguien seria una coqueta a favor de los pecados capitales.

Reino Infernal [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora