—¿Qué? —pregunta ella—. ¿Qué había?

—Pues... Había una vez una princesa muy hermosa —no sé por qué le estoy contando esto, pero allá voy—. Tan, tan hermosa que su propia prima le tenía envidia.

—Qué mala su prima.

—Una noche, un malvado dragón quiso llevársela a su torre para encerrarla, pero la princesa resistió todo lo que pudo. Desgraciadamente, el dragón la hirió antes de marcharse y la princesa se desmayó.

—¿Pero no vino un príncipe a rescatarla? —inquiere, sorprendida.

—Dani, todavía te lo estoy contando —sonrío—. Si me interrumpes no podrás saberlo.

—Vale, sigue, sigue...

—Entonces, el príncipe, que casualmente vivía muy cerca, la encontró y se la llevó a su castillo para cuidarla hasta que se despertara. Cuando conoció a la princesa, se enamoró de ella tan rápidamente que supo que quería casarse con ella, pero la princesa era muy cabezota y no era fácil de conquistar, así que el príncipe tuvo que ser el hombre más bueno del mundo para que se fijara en él. Ella no pudo contarle al príncipe lo que el dragón le había hecho porque tenía miedo, pero el príncipe sabía que algo le pasaba, por lo que sólo esperaría a que ella estuviera cómoda para contárselo.

—¿Se lo dijo?

—Claro que se lo dijo... —la aprieto más en el abrazo—. Y entonces el príncipe se enfadó tanto que fue a buscar al dragón. Cuando lo encontró, le dio tal paliza que la bestia jamás volvería a escupir fuego. Nunca más podría herir a su amada princesa.

Dani se acomoda mejor para poder verme la cara.

—¿Qué pasó después? ¿Se casaron y tuvieron hijos?

—Se casaron, sí. Con el dragón fuera de juego y con un reino en el que reinar, contrajeron matrimonio y fueron más felices todavía. Después, creyendo que no podrían ser más dichosos, tuvieron una hija.

—¡Otra princesa! —chilla ella emocionada.

—Exacto, otra princesa a la que amaron con todo su corazón.

—¿Y vivieron felices para siempre?

—Por supuesto. Hasta hoy siguen siendo la familia más feliz del mundo.

Mi niña se acurruca a mi lado y me pasa un bracito por el costado para abrazarme, por lo que yo la abrazo de vuelta.

—¿Ves como sí sabes inventar cuentos?

—Admito que no se me da tan mal, pero no me hagas hacerlo todas las noches.

—Sólo cuando tenga pesadillas, ¿vale?

Por el rabillo del ojo veo que algo se mueve y me doy cuenta de que mi preciosa mujer está apoyada en el marco de la puerta escuchando lo que decimos. Dani no puede verla por estar de espaldas a ella, pero yo sí y cuando veo su sonrisa le guiño el ojo.

—Ya veremos —respondo, acariciando su cabeza.

—Vaya, vaya... —dice Vera, entrando al cuarto—, al parecer hay dos personitas que no quieren dormir.

—Yo sí quiero pero no puedo, la pesadilla no me deja —protesta nuestra hija.

—¿Y si vienes a la cama con nosotros? —le propone ella.

—No quiero porque los mayores os dais besos por la noche y a mí me da asco.

La carcajada que se me escapa molesta a Vera, lo sé por cómo me reprocha con la mirada.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now